sábado, 1 de noviembre de 2008

FRANCISCO DIEGO GONZÁLEZ


CANCIÓN DE CUNA PARA EL VINO

De pronto y en un suspiro la noche oscureció el cielo de Cachi. La luna asomada entre los cerros resplandecía iluminando las calles de tierra por las que caminaban, ateridos, Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón. Habían andado toda la tarde dando vueltas, hablando con unos y otros, mascando coca, cantando... El frío se hacía sentir y los ponchos no alcanzaban... Un buen vino es lo que necesitaban para comenzar la noche, pero los dos almacenes ya habían cerrado y los amigos se habían ido del pueblo... La noche pasaba serena y silenciosa y el vino no aparecía por ningún lugar... Lo buscaban infructuosamente, lo ansiaban como el cielo a las estrellas... Tan noble y compañero de mil noches de farras, de músicos y de amigos, necesitaban beberlo para celebrarse... Gustavo leía siempre a los filósofos de la antigua Grecia que, como él, salían a caminar mientras reflexionaban. "Yo siempre ando distraído, silbando, pensando cosas en la calle; los entendidos dicen que estamos confundiendo a Salta con Atenas y que andamos queriendo aquí otra colonia peripatética". Y así siguieron hablando animadamente, riéndose a carcajadas...
De pronto las vieron erguidas sobre el aparador de una casa de adobe. Elegantes, distinguidas, ofrecían el más bello paisaje a trabes de la ventana, un puñado de botellas. Gustavo volvió sobre sus pasos y a Manuel se le hizo agua la boca. Golpearon, esperaron... Salió una mujer y le pidieron vino. Ella se negó, y a pesar que les expusieron una y otra vez sus razones, siguió negándose. Entonces Manuel Castilla la miró a los ojos y, envalentonado le dijo, en un tono desafiante: "¿Pero usted sabe a quién le está negando el vino? A Gustavo Leguizamón, el más importante compositor del folclore argentino".
La mujer levantó las cejas, sorprendida, dijo ahora vengo, y regresó con dos botellas de tinto que el músico y el poeta tomaron muy agradecidos. Saludaron y muy felices continuaron la marcha... Gustavo observó que ambos llevaban la botella recostada en el antebrazo. Pensó que era una imagen muy tierna y le comentó a Manuel que parecían estar acunando al vino. "Justo a él que tantas veces nos durmió"
No tardaron en hacer un alto para abrir la primer botella. Gustavo había estado madurando esa idea mientras Manuel pitaba sus cigarros y poco a poco iba bebiendo. El Cuchi tomó un papel que llevaba en el saco. Tomó un lápiz, y en la noche salteña fue soltando al viento sus coplas embebidas en el vino tan ansiado:

Arroró mi vino
lámpara de amor
que tu sueño crezca
cantando en mi voz

Duérmete contento
que están por llegar
las penas del hombre
que tu harás cantar

Arroró viajero
de la eternidad
duérmete adorando
nuestra soledad
Arroró cogollo
del amanecer
la tibia esperanza
de hoy, mañana, ayer...

Manuel lo vio tan apasionado que no lo quiso interrumpir. Con enmiendas, tachaduras, la letra se fue templando para escribir las coplas a ese amigo dueño de la alegría...

Duérmete en mis brazos
duende del amor
que la vida entona
tu dulce arroró

Arroró mi sangre
mi gajo, mi sol
si se duerme el sueño
cantaremos los dos.

Gustavo dio un trago y renovó el acullico. Carraspeó... Solo entonces leyó sus versos que Manuel escuchó muy atento. Lo felicitó, brindó con él y continuaron andando mientras la noche maduraba su dulzor y Gustavo tarareaba alguna melodía para su canción de cuna.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Francisco D.Gonzàlez nos sumerge siempre en la vida cotidiana de nuestro folclore mediante describir con una pintoresca melancolìa situaciones que quizà inspiraron mùsica y poesìa despuès.Nos deja con la sensaciòn de haber estado allì justo cuando la musa autòctona tocò la percepciòn de sus personajes.¡Bien por Francisco!