VIENTO DE LOCOS
Su tronco ya no existe. Está hueco, y la hilacha de corteza que le queda, se ha ido fenestrado a distintas alturas, como un grotesco encaje, por la caída de sus ramas laterales. Además, han ido arrancándole pedazos para usarlo a la vez, de fogón y combustible, cuando la espera del tren en las heladas madrugadas, entumece al pobrerío que pulula por la estación.
Ceniciento y reseco, sigue sosteniendo, como pierna siniestra, una gran copa de primaveras verdes, perfumados veranos florecidos, y racimos de otoño.
Pienso en él al oír el silbo del viento en el pinar de la villa, viento único, que desde el principio del mundo y hasta la eternidad, es el mismo, en diferentes tiempos y lugares.
Quiero imaginar qué sonidos arrancará el aire, en este momento, no ya a su copa, sino a su tronco-flauta que deja ver todo a través de sus ventanas desmesuradas.
Cada domingo me paro frente a su misterio. ¿Por dónde circula la savia que lo mantiene vivo? A simple vista, no hay camino posible. Pero bajo los pinos que me recuerdan la ventosa, lejana, dolida patagonia añorada, comprendo...
¡Es música lo que alienta tu verde! Árbol-flauta, o quena, o siku, o erque, o tru-truca, naciste árbol, pero no te resignaste. No te conformó tu destino de simple paraíso. Quisiste alimentar de arte a tus ramas, que sólo degluten y crecen, frívolas, altaneras, desentendidas de la abnegación de su base. Pero tu semilla, inconscientemente nutrida de acordes, caerá para multiplicar in eternum, tu alma de pentagrama.
Árbol loco, tan loco como nosotros. Nos junta nuestra común locura de no contentarnos con pasar nomás, por la vida. Sospechamos que hay algo más, que hay mucho por hacer, y queremos tratar de hacer. Y amamos, nos retobamos, odiamos, reímos, lloramos, nos abrazamos casi desesperadamente, aún sin conocernos.
Es que intuimos que por unirnos, por ahí va el camino hacia la luz que buscamos. Y que para recorrerlo, no alcanza con que corra sangre en nuestras venas. Por eso nos llenamos de ventanas, para poder ver más allá de nosotros. Y para que el silbo del viento, al atravesarnos, florezca en música que mejore el mundo, empezando por alegrar nuestro universo chiquitito.Al final, no somos tan locos. Más locos son los que no se suben a nuestro tren, y se quedan abajo, en la estación.
Su tronco ya no existe. Está hueco, y la hilacha de corteza que le queda, se ha ido fenestrado a distintas alturas, como un grotesco encaje, por la caída de sus ramas laterales. Además, han ido arrancándole pedazos para usarlo a la vez, de fogón y combustible, cuando la espera del tren en las heladas madrugadas, entumece al pobrerío que pulula por la estación.
Ceniciento y reseco, sigue sosteniendo, como pierna siniestra, una gran copa de primaveras verdes, perfumados veranos florecidos, y racimos de otoño.
Pienso en él al oír el silbo del viento en el pinar de la villa, viento único, que desde el principio del mundo y hasta la eternidad, es el mismo, en diferentes tiempos y lugares.
Quiero imaginar qué sonidos arrancará el aire, en este momento, no ya a su copa, sino a su tronco-flauta que deja ver todo a través de sus ventanas desmesuradas.
Cada domingo me paro frente a su misterio. ¿Por dónde circula la savia que lo mantiene vivo? A simple vista, no hay camino posible. Pero bajo los pinos que me recuerdan la ventosa, lejana, dolida patagonia añorada, comprendo...
¡Es música lo que alienta tu verde! Árbol-flauta, o quena, o siku, o erque, o tru-truca, naciste árbol, pero no te resignaste. No te conformó tu destino de simple paraíso. Quisiste alimentar de arte a tus ramas, que sólo degluten y crecen, frívolas, altaneras, desentendidas de la abnegación de su base. Pero tu semilla, inconscientemente nutrida de acordes, caerá para multiplicar in eternum, tu alma de pentagrama.
Árbol loco, tan loco como nosotros. Nos junta nuestra común locura de no contentarnos con pasar nomás, por la vida. Sospechamos que hay algo más, que hay mucho por hacer, y queremos tratar de hacer. Y amamos, nos retobamos, odiamos, reímos, lloramos, nos abrazamos casi desesperadamente, aún sin conocernos.
Es que intuimos que por unirnos, por ahí va el camino hacia la luz que buscamos. Y que para recorrerlo, no alcanza con que corra sangre en nuestras venas. Por eso nos llenamos de ventanas, para poder ver más allá de nosotros. Y para que el silbo del viento, al atravesarnos, florezca en música que mejore el mundo, empezando por alegrar nuestro universo chiquitito.Al final, no somos tan locos. Más locos son los que no se suben a nuestro tren, y se quedan abajo, en la estación.
1 comentario:
ALICIA: ME GUSTÓ MUCHO TU CUENTO, ES MUY POÉTICO.
UN ABRAZO DE LA GENTE DE
"RIO DE LETRAS"
(NORMY)
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