UN CUARTO DE HOTEL
Era un jueves frío, gris y lluvioso. Se encontraron en la esquina de siempre y caminaron hacia el hotel que visitaban semanalmente.
Lo habían elegido porque estaba ubicado en una calle tranquila, pero, tal vez lo que más les gustó fue el nombre: "Pedacito de cielo", y era precisamente eso lo que sentían, que allí estaba el pedacito de cielo que les correspondía y que podían disfrutar sin testigos molestos.
Pero Florencia ese día estaba rara, inquieta, y finalmente le dijo:
-Mirá Rubén, ya estoy harta de esta situación … no aguanto más, debés decidirte, tu familia o yo.
Él la miró sorprendido, nunca le hizo un planteo de ese tipo, ni de ningún otro. Hablaron claro desde el primer momento y ella había aceptado, no iba a separarse, sus hijos eran muy chicos y lo necesitaban, tenían 10 y 12 años, era imposible que comprendieran y menos aún que aceptaran esa relación.
Sin embargo ella estaba muy firme en su planteo y no quería explicaciones de ningún tipo, exigía una definición.
El joven apeló a todo tipo de recursos y no lograba conmoverla, un no constante era la respuesta que recibía.
Le acariciaba esa larga y brillante cabellera esparcida sobre la almohada, ese perfume lo seguía embriagando, besaba con suavidad esa firme espalda bronceada, las redondeces de las nalgas y esas largas y bien torneadas piernas.
Se dio cuenta que envidiaba un poco esa constancia de Flor para trabajar su cuerpo, había logrado cambiarlo como si hubiera sido una dúctil arcilla modelada por manos expertas.
Sin embargo, sabía que no podía separarse de su esposa, Lydia era una buena mujer, si bien era cierto que jamás había disfrutado con ella como lo hacía con Flor, que le había permitido lograr el placer completo, llegando a límites ni siquiera sospechados alguna vez.
Sonó la campanilla del teléfono y ambos se sobresaltaron, aún no habían logrado ponerse de acuerdo.
Se dieron una rápida ducha, se vistieron en silencio y otra vez fue ella la que abrió el fuego:
-Estoy esperando una respuesta.
-Mi amor, no me hagas esto, te juro que no puedo …
Ella lo miró intensamente a los ojos, acarició su rostro con ternura y le dijo:-Ya está decidido querido, mañana vuelvo a ocupar mi parada en la calle Godoy Cruz.
Lo habían elegido porque estaba ubicado en una calle tranquila, pero, tal vez lo que más les gustó fue el nombre: "Pedacito de cielo", y era precisamente eso lo que sentían, que allí estaba el pedacito de cielo que les correspondía y que podían disfrutar sin testigos molestos.
Pero Florencia ese día estaba rara, inquieta, y finalmente le dijo:
-Mirá Rubén, ya estoy harta de esta situación … no aguanto más, debés decidirte, tu familia o yo.
Él la miró sorprendido, nunca le hizo un planteo de ese tipo, ni de ningún otro. Hablaron claro desde el primer momento y ella había aceptado, no iba a separarse, sus hijos eran muy chicos y lo necesitaban, tenían 10 y 12 años, era imposible que comprendieran y menos aún que aceptaran esa relación.
Sin embargo ella estaba muy firme en su planteo y no quería explicaciones de ningún tipo, exigía una definición.
El joven apeló a todo tipo de recursos y no lograba conmoverla, un no constante era la respuesta que recibía.
Le acariciaba esa larga y brillante cabellera esparcida sobre la almohada, ese perfume lo seguía embriagando, besaba con suavidad esa firme espalda bronceada, las redondeces de las nalgas y esas largas y bien torneadas piernas.
Se dio cuenta que envidiaba un poco esa constancia de Flor para trabajar su cuerpo, había logrado cambiarlo como si hubiera sido una dúctil arcilla modelada por manos expertas.
Sin embargo, sabía que no podía separarse de su esposa, Lydia era una buena mujer, si bien era cierto que jamás había disfrutado con ella como lo hacía con Flor, que le había permitido lograr el placer completo, llegando a límites ni siquiera sospechados alguna vez.
Sonó la campanilla del teléfono y ambos se sobresaltaron, aún no habían logrado ponerse de acuerdo.
Se dieron una rápida ducha, se vistieron en silencio y otra vez fue ella la que abrió el fuego:
-Estoy esperando una respuesta.
-Mi amor, no me hagas esto, te juro que no puedo …
Ella lo miró intensamente a los ojos, acarició su rostro con ternura y le dijo:-Ya está decidido querido, mañana vuelvo a ocupar mi parada en la calle Godoy Cruz.
1 comentario:
Delicado, con un final exacto, pero impensado nio previsible,
¡Felicitaciones!
Raúl Lelli - Córdoba
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