viernes, 7 de marzo de 2008

JUAN ENNIS


EL SIGLO DE ORO DE KID ATÓN

A Howard Carter se le atribuyen dos hechos, uno significante y el otro insignificante: haber descubierto la tumba de Tutankamón y haber cubierto, con un grueso papiro de olvido, al arqueólogo John John Smith.
Vale la tinta, la pena y gastarse un poco más los ojos, esta reinvidicación de J. J. Smith, quien descubrió varios años antes la tumba de un señor de nombre Atón, dios de la civilización egipcia, quien realizó incomparables hazañas según ilustran los registros antiquísimos cuya autenticidad solamente los eruditos con menos de un metro y cincuenta y dos centímetros de altura, ponen en duda.
Atón, Kid Atón, este sub-faraón intrépido, al mando de las tropas aliadas de las tribus melónidas y sandíacas, fue quien derrotó al poderoso ejército de "Tomátides El Rojo", poniendo fin a una cruenta guerra de siete años (así llamada en beneficio al disimulo, ya que en realidad duró siete minutos, pero se pronosticaba mucho viático a justificar después de aquella lanza clavada en la última espalda enemiga).
Las crónicas del débito relatan la muerte de ocho millones de civiles, entre mujeres, niños, ancianos y Anas, todos ellos calificados como "terroristas apátridas post-mortem". Las del crédito, dos mil degenerales, mil de cada bando, quienes fueron ascendidos a terratenientes degenerales y sin rasguños pre-jubilados, por supuesto, con asignaciones de privilegio.
Así comenzó el siglo de oro de Kik Atón: con sangre, sudor y lagañas (no hubo lágrimas por falta de espacio).
La primera en declararse, la única autorizada desde entonces, fue la religión Pepinuchoteísta, la cual prohíbe pensar después de la caída del solepipedo, por lo cual, se le encarga a José Glutenberg imprimir las Sagradas Mentituras; también se impone in facto e in situ la excomunión y el destierro para cualquier mortal que intentara leer otra cosa. Solamente se le permitía leer otra cosa a los muertos cuya nariz nunca hubiese estornudado.
Ciertamente, el siglo de oro de Kid Atón no duró un siglo ni fue de oro, aunque Atón hizo lo que pudo, pero su inconmesurable esfuerzo quedó semi-enterrado en el lodo del tiempo y fue precisamente el científico J. J. Smith quien descubrió, al lado de la momia de Kik Atón, cien kilogramos de discursos los cuales, traducidos por el famoso enólogo boliviano George Joshep Gómez Fonseca González, dan cuenta a la posteridad la prolífica y sublime obra legada a la humanidad por el sub-faraón Kid Atón.
Con la intención de no abusar de la generosidad del lector, transcribiré a continuación uno sólo de esos discursos, habiendo ya acordado con mi editor de cabecera la edición del libro "El último tira la cadena, por favor, muchas gracias" (en esa obra estarán los otros 99 kilogramos de discursos). He aquí el kilogramo restante, el cual Atón pronunció por última vez con su pequeña y desafinada voz de gorrión que recién despierta de su siesta dominical:
"¡Hermanos y hermanas de mi patria! ¡Un medicastro a la derecha, un veterinárido a la izquierda, un gasistérico matriculado al diome! ¡Los E. T. al fondo, por favor! ¡Vengan santos en mi ayuda que no los voy a defraudar ni a rogarles monedillas de oro! Todos quienes apostaron a nuestro fracaso… ganarán. Los niños pobres que tienen hambre, serán hombres con más hambre, pasado mañana. Los niños ricos que tienen riquezas tendrán ataques de pánico. ¡Sí! Cerraremos los cabarés, las cárceles, los colegios, los hospitales, los cuarteles, los estadios de fulbo, los boliches bailables y los peloteros… todos estos lugares con todos los que todavía estén adentro, los prenderemos fuego para Nerón que lo mira por televisón. ¡Hola, Nerón! Sí: nosotros mismos fundaremos un gran movimiento de oposición a nosotros mismos porque todas estas barbaridades tienen que terminar de una buena vez. Derrotaremos nuestra tiranía estableciendo un nuevo gobierno y habrá nueva salud, nueva educación y nueva seguridad. ¡Tiraremos a los viejos por las ventanas de los primeros pisos para que no se lastimen… tanto. Y habrá manicomios para los cuerdos y una renovación del stock de sogas gruesas, sillas de ruedas para los ciegos y audífonos para los paralíticos."
Estas y otras obras vieron la luz, bajo consumo, durante su riquísimo mandato, enriqueciendo a los hermanos y hermanas, y castigando con la más espantosa miseria a los primos lejanos, quienes constituyeron el noventa y nueve por ciento restante ("minoría" de renegados que nunca faltan en las sociedades).
Corrieron descalzos inciertos rumores hasta la oreja derecha del bisnieto de J. J. Smith y le susurraron lo siguiente: que muchas de estas iniciativas proclamadas durante aquel inolvidable discurso de Kid Atón fueron imitadas por innumerables civilizaciones, cuando no plagiadas por gobernantes de las más o menos diversas comunidades, durante siglos que se pusieron de acuerdo para juntarse y ser milenios.
Tendrán que disculparse por su injusta memoria las generaciones siguientes, porque nadie derramó una lágrima cuando, víctima de una excesiva ingesta de porotos embalsamados, a la tierna edad de doce años, en el inodoro de oro del baño de servicio de la pirámide, uno de los dos eunucos que los asistían en esas ocasiones, con un trozo de papiro higiénico en la mano, lo encontró sin vida, con los ojos abiertos y el blanco de su túnica no tan blanca ni tan perfumada con incienso de jazmines al baño María.
Dicen que nunca es tarde para dibujar un árbol, un hijo o un rectángulo con un título centrado en su interior; tampoco para que la humanidad agradezca a John John Smith y a su faraónico descubrimiento: Kid Atón.

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