MALA COPIA
El destino lo hago yo. Ésos que dicen yo pensaba que mi vida iba a ser así, o asá, pero . . . son llorones, flojos. Yo voy a poder hacer y ser lo que me proponga, con paciencia, y fe. Así decía yo a los veinte, y acá estoy. ¡Uy, en Moreno!
Bajo del tren. Está menos atestado que en los días hábiles. Voy de memoria mirando de reojo el paisaje deprimente sin verlo. Me sacude un aviso pegado en la pared. Es la fotocopia de un rostro adolescente igual a cientos de miles. Más igual por culpa de la ampliación y la pésima calidad de la copia. Un rectángulo blanco, una imagen negra y gris, más negra que gris, y debajo "desapareció tal día, se lo vio por última vez en tal parte, llamar a tal teléfono". Todo incierto, indefinido, como la carita y la mirada del pibe retratado.
Qué palabra puede definir lo que sienten los padres. Infierno es poco. Además, al infierno yo no me lo creo. Días, noches, semanas, meses esperando, imaginando, desgarrándose, queriendo despertarse de la peor de las pesadillas. Perdieron un hijo y no saben si volverán a verlo. Intuyen que no, pero y si. . . en una de ésas. . .
Siempre perder un hijo, como sea que lo hayamos perdido, es algo que uno no termina nunca de "masticar", que si llegara a comprenderlo en su dimensión, sucumbiría.
Para peor, a veces, sabemos dónde está; lo sabemos con lujo de detalles. Sin embargo, se nos fue de las manos, lo perdimos, y hay que seguir sin él. ¡Si lo sabré! Lo que no sé es a qué otras pérdidas y bajo qué forma me someterá la vida. Esta vida mía, cuya foto de hoy se parece tanto a aquel proyecto veinteañero, como la fotocopia al pibe.
¡Hay que tener fe! me dicen como una muletilla. ¡Me caigo en la fe! Si el destino juega conmigo como el viento con las nubes, me arrastra . . . Más le vale que ahora me dé un buen empujoncito, porque el micro que está en la plataforma con el motor en marcha, tiene el cartel de Open Door, y si no lo alcanzo llego tarde a la colonia. Ese destino no estaba en mis planes iniciales, pero allá voy, o mejor dicho, allá me lleva la vida, que, como decía la tapa del costurero de la abuela, "es como los dados, tiene los puntos marcados". ¡Qué me van a hablar de fe!
El destino lo hago yo. Ésos que dicen yo pensaba que mi vida iba a ser así, o asá, pero . . . son llorones, flojos. Yo voy a poder hacer y ser lo que me proponga, con paciencia, y fe. Así decía yo a los veinte, y acá estoy. ¡Uy, en Moreno!
Bajo del tren. Está menos atestado que en los días hábiles. Voy de memoria mirando de reojo el paisaje deprimente sin verlo. Me sacude un aviso pegado en la pared. Es la fotocopia de un rostro adolescente igual a cientos de miles. Más igual por culpa de la ampliación y la pésima calidad de la copia. Un rectángulo blanco, una imagen negra y gris, más negra que gris, y debajo "desapareció tal día, se lo vio por última vez en tal parte, llamar a tal teléfono". Todo incierto, indefinido, como la carita y la mirada del pibe retratado.
Qué palabra puede definir lo que sienten los padres. Infierno es poco. Además, al infierno yo no me lo creo. Días, noches, semanas, meses esperando, imaginando, desgarrándose, queriendo despertarse de la peor de las pesadillas. Perdieron un hijo y no saben si volverán a verlo. Intuyen que no, pero y si. . . en una de ésas. . .
Siempre perder un hijo, como sea que lo hayamos perdido, es algo que uno no termina nunca de "masticar", que si llegara a comprenderlo en su dimensión, sucumbiría.
Para peor, a veces, sabemos dónde está; lo sabemos con lujo de detalles. Sin embargo, se nos fue de las manos, lo perdimos, y hay que seguir sin él. ¡Si lo sabré! Lo que no sé es a qué otras pérdidas y bajo qué forma me someterá la vida. Esta vida mía, cuya foto de hoy se parece tanto a aquel proyecto veinteañero, como la fotocopia al pibe.
¡Hay que tener fe! me dicen como una muletilla. ¡Me caigo en la fe! Si el destino juega conmigo como el viento con las nubes, me arrastra . . . Más le vale que ahora me dé un buen empujoncito, porque el micro que está en la plataforma con el motor en marcha, tiene el cartel de Open Door, y si no lo alcanzo llego tarde a la colonia. Ese destino no estaba en mis planes iniciales, pero allá voy, o mejor dicho, allá me lleva la vida, que, como decía la tapa del costurero de la abuela, "es como los dados, tiene los puntos marcados". ¡Qué me van a hablar de fe!
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