jueves, 23 de abril de 2020

Teresa Godoy



                                            EL SEÑOR DANIEL 
                                                   Teresa Godoy  

Era muy tarde. Noche oscura. Luna llena. El hombre, agotado del trajín de toda una dura jornada de trabajo, tan particular y cansadora, miró en el tablero el horario del tren que saliera primero. Su cuerpo necesitaba acurrucarse en  cualquier asiento que le deje apoyar cómodamente toda su humanidad  y poder descansar, ese era su único fin en ese momento. Habían sido varias semanas agotadoras. El trayecto a su hogar sería largo, arrancaría desde la salida de todos los trenes. El de su horario elegido, partiría desde la plataforma diez y nueve a las 0 horas y su llegada… la terminal del ferrocarril. Por casi treinta estaciones pasaría la formación y en todas subirían más pasajeros y pocos bajarían. Derrotado el hombre, inclinó la cabeza sobre la ventanilla y se quedó dormido al instante. Llegó la hora de partir, el silbato del guarda anunció que se cerraban las puertas, en escasos segundos los motores comenzaron a escucharse y a una nueva señal, el motorman comienza la travesía. El hombre ni cuenta que se dio. Ni el movimiento del tren, ni el viento que golpeaba en su cara lo despertaban, estaba inmutable. Su consciencia ya estaba en otro nivel, sólo sintió que algo le rozaba su rostro; de pronto se vio tirado en la calle y lo despabiló un perrito que le pasaba la lengua por su cara, es que al tocarse, su mano quedó  manchada con sangre. Se levanta como puede y ve que lejos tirada está su mochila con su guardapolvo, no sabe si recogerlos, pues ya les pesaba demasiado y empieza a caminar. Ve calles desiertas, pero a lo lejos algo se mueve, quiere acercarse y sigue caminando casi arrastrando su bolso de cuero.
-¿Qué raro?, dice, son animales que van y vienen como dueños del  lugar.
Con mucho esfuerzo trata de apurar el paso. Mira para todos lados,
-¡Los negocios tienen sus persianas cerradas y más allá duermen unos ciervos!. Busca un hospital para curar su herida. No hay medios de transporte ni personas caminando. La ciudad está desierta. A lo lejos se destaca un edificio alto y grande, pero no alcanza a ver que dice en el cartel que está arriba de sus puertas que parece que también están cerradas. Ya está cerca y lee:
-“Hospital Central de Agudos”.
Llega, hay una  rampa pero sube por sus tres largos escalones con dificultad, al pisar el último, las puertas se abren. Hay muchos doctores y enfermeras con barbijos y guantes. Se acerca a la mesa de admisión dónde la secretaria con cara de cansada, también con barbijo y guantes de látex, le pregunta:
 -¿Qué hace?, ¡no puede estar aquí!                                                                                     
 -¡Pero si estoy lastimado!                                                                                                  
 -Eso no es nada, pero llamaré a una enfermera y después de limpiarle la herida, le va a tomar la fiebre.                                                                                             
-¿Pero para qué me va a tomar la fiebre?                                                                         
-Es lo más importante en este momento.  ¡Dígame su nombre para darle el ingreso, por favor!.                                                                                                                             
-Daniel López
-¿Domicilio?                                                                                                                            
-No,… no lo recuerdo,… si no sé ni dónde estoy!                                                             
-En un hospital señor Daniel!                                                                                                   -Señor…señor…
-¿Qué le pasa, señor?  
-¡Algo no me suena! 
Como el señor Daniel no tiene fiebre lo despiden.
-¡Vaya a su casa y ahí se queda! 
Él sale del Hospital y le parece reconocer algo, cree que ya estuvo en ese lugar, pero empieza a caminar. Solo en las calles hay animales saltando libres copando la ciudad.
-Ya caminé demasiado. Mi cuerpo y mis ojos decaen, pero algo me dice que hay que seguir.
Hay un puesto de diarios, pero nadie lo atiende, él toma un diario y aunque ve algo borroso, mira la fecha y lee:
-“2 de abril…… ¡terminó la guerra!...... ¡pero sigue la lucha!....”
Sigue caminando, el señor Daniel, hasta atravesar una barrera que no distingue de qué se trata.
Y observa que todo ha cambiado. Queda perplejo..
-Las veredas no están más vacías, mucha gente está adornando sus ventanas y balcones con bonitos carteles de colores, son arco iris, ¿qué representarán?. Los árboles tienen copas inmensas  y sus hojas muy verdes, algunos están llenos de flores, hay paraísos, ceibos, eucaliptos y muchos pinos, cantidad de pájaros trinando cruzan el cielo limpio y sereno.
Un golpecito en el hombro lo hace despertar,…- ¿Qué?... ¿qué día es?  El guarda  le responde: -Doctor, es 12 de abril y el recorrido llegó a su fin. Medio pegado al asiento trata de levantarse y toma su maletín. Se escucha mucha gente gritando y aplaudiendo.
-Pero, ¿qué dicen todos?
La televisión del último andén está prendida y está el Presidente hablando y al lado de él están los de todas las ideas políticas, todos juntos y en el graf muy grande decía: ULTIMO MOMENTO, LA CUARENTENA HA TERMINADO, ESTÁN TODOS CURADOS Y TODA LA SOCIEDAD TRIUNFÓ.
Cuando reconocieron al Doctor en la última estación, todos lo aplaudieron y lo abrazaron emocionados.     

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