MARIELA
Claudio Steffani
Ya
no me acuerdo del día, pero eran las 16,30 hs. Cuando tuvimos que dejar las
oficinas de Constitución, bajo las escaleras del antiguo edificio de la
estación y camino por el Hall hasta la calle Salta y Brasil para tomar el
colectivo 67. Me subo y durante el recorrido me encuentro con el inédito paisaje de Buenos Aires
completamente vacía, me bajo en el obelisco, me quedo un rato observando el
desierto de Corrientes y 9 de Julio, ingreso a la comby camino al encierro de
mi departamento en Ramos Mejía, con la incertidumbre de no saber lo que venía y
cuando iba a volver.
Mientras
los medios transmitían la cantidad de muertos por el mundo, empecé a caminar
por las paredes.
Me
levanté de la cama un mediodía y me fui al chino a comprar agua, sopas, papel y
alcohol en gel, hacía 28 grados de un día soleado, me compro una lata de
cerveza bien helada y camino hasta la plaza para tomarla en un banco de cemento
bajo los árboles
Mientras
busco el sol, veo que se acerca caminando Mariela, con sus rulos al viento y su
bella figura, me levanto, ella me ve y nos saludamos codo a codo, me dice que
hay que saludarse también con los talones y lo hacemos en el medio de la plaza,
luego nos quedamos charlando un rato de este nuevo contexto que nos tocó
transcurrir.
A
Mariela la conocí en el tren, entrando en los años 2000. Ella estaba leyendo a
García Márquez y yo a Osvaldo Soriano, tomábamos el tren casi a la misma hora.
Una mañana llego al andén y la veo sentada leyendo su libro, me siento cerca de
ella y abro el mío, viene el tren y subimos rápidamente juntos, quedamos cerca
porque se había llenado y en un momento durante el viaje le pregunto como se
llevaba con los “Funerales de mamá grande”. Allí comenzó un diálogo
enriquecedor que duró varios viajes.
Un
día bajando del tren le propongo intercambiar el libro que estábamos leyendo
una vez finalizada la lectura de ambos y así sucedió. Empezamos a encontrarnos,
pero la relación duró muy poco y no prosperó, yo estaba casi sin trabajo y con
el animo por el piso.
Fue
una pena esa pérdida, me gustaba demasiado y me sigue gustando, con el tiempo
quise volver a conquistarla, pero ella nunca me dio esa posibilidad. Me quedó
su libro en mi biblioteca.
Después
de una hermosa charla, nos despedimos en la plaza codo a codo y talón con
talón, me siento y de la bolsa del supermercado saco mi lata que ya no estaba
tan fría, antes de abrirla llega la policía y me invitan a retirarme de la
plaza.
Vuelvo
a colocar mi lata en la bolsa y me cruzo a la iglesia que estaba abierta, me
siento en las escaleras a tomar mi cálida cerveza.
La
gente salía con su ramo de olivo en la mano y sabía que de ahí nadie me iba a
echar, salvo el cura.
Termino
mi cerveza, pongo la lata vacía en la bolsa, salgo de la iglesia y me dirijo a
mi departamento a seguir cumpliendo mi cuarentena obligatoria.
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