miércoles, 25 de marzo de 2020

Gerardo Bare



                             Amanecer de un 
                                 día agitado  
                                                 Gerardo Bare

Apenas pude pegar ojo. Toda la noche dando vueltas en la cama. A las ocho tengo que estar en la oficina y hacer todo lo que deje pendiente hoy, a las nueve pasan a buscar las planillas y espero terminar a tiempo.
Por fin logro dormirme y puedo sentir como me hundo en la profundidad de un sueño que dura tan solo dos horas.
Alcanzo a oír a los pájaros picoteando en mi ventana, abro los ojos, miro el reloj, son siete y cuarto, necesito cuarenta y cinco minutos para llegar a la oficina.
Salto de la cama, manoteo los pantalones y me los pongo, busco las medias piso un zapato y tropiezo volando a la otra punta de la habitación, al caer doy con la frente en la punta del escritorio, me duele terriblemente, pero no me importa y agarro las medias y puedo sentir como un hilo caliente cae por el costado de mi frente, me miro al espejo y veo la brecha que me había ganado con el golpe. Busque papel higiénico y me tape la herida mientras con la otra mano intentaba ponerme la camisa, ya son siete y veinticinco, me pongo un zapato pero no puedo encontrar el otro que patee cuando tropecé, son las siete y treinta y cinco. De bajo del escritorio en un cono de sombra descubro el zapato prófugo. Tiene pegada mierda de perro, son las siete y cuarenta y todavía no me peine, me pongo zapatillas, corro al baño a ponerme agua en el pelo e improvisar un peine con mis dedos. Son siete y cincuenta, no llego a tiempo, me van a matar, entro al ascensor y al llegar abajo me topo con José, el encargado que me  espeta azorado: “que haces acá loco, son las siete de la matina”.




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