jueves, 29 de agosto de 2019

Silvia Bennoun


Cuando ella lo miró supo...  
Silvia Bennoun

Estaba sentada en un bar de la calle principal de la ciudad de Mar del Plata.  Miraba pasar una multitud a través del vidrio que daba a la av. San Martín.

Con una taza de café en la mano y un lápiz en la otra, tratando de beber y dibujar al mismo tiempo.

De pronto,  cayó en la cuenta que hacía justo un año que no lo veía. La sorpresa hizo que suelte  la taza y esta cayó  al costado de la mesa y en su trayecto se cristalizó por un momento, estrellándose luego, sin calcular las consecuencias del drama que se desató en aquel entonces.

Mira a su costado y lo vio a él, secándose con varias servilletas su ropa manchada, y en ese momento ella supo lo que había sucedido.  Tenía pocos años y un bebé.

Su vecino de mesa se acercó y comenzó a hablarle reprochándole su descuido.  Ella volvió su cara, no lo escuchaba,  pero reconoció en sus ojos lo mismo que ella sintió cuando dijo basta.

Siguió dibujando, sorda a ese hombre que seguía gesticulando al lado suyo.

Termino de dibujar, se levantó y sin decir palabra, salió del bar caminando lentamente hacia el mar, cargando en sus jóvenes hombros una historia que la doblaba.

Iba por la rambla.  El sol brillaba ardiente sobre su cabeza, el viento hacía que su rubia cabellera tape su cara. Volvió a su memoria el coche patinando, daba vueltas y vueltas en esa calle mojada por la lluvia torrencial de ese enero caluroso.  Las imágenes, aparecían las imágenes donde se veía  gritándole " para  para" nos vamos a matar.

El bebé lloraba descontroladamente en la sillita de atrás.  El auto frenó por la mano de Dios.

Bajó, agarró a su bebé en brazos y sin mirar para atrás comenzó a caminar por las calles que la llevaban a su casa, con el mismo llanto y el mismo desamparo que su hijo.

Llegó rápidamente y llamó a su amiga contándole la historia que pondría fin a esa relación de maltratos y adicciones.

Al día siguiente él volvió en busca de perdón.  Ella, habiendo pasado toda la noche despierta mirando las sábanas de colores de la cuna, le dijo no.

Amanecía y se sentía el olor a pan recién horneado de la panadería  de la esquina.

No, repitió.  Los golpes en sus brazos, las manos lastimadas, los ojos gastados de tanto llanto, hablaron.

No, volvió a repetir,  mientras empujaba con sus últimas fuerzas el cuerpo de ese hombre, de ese desconocido que lastimó su corta vida sin piedad.

Cerró la puerta y respiró profundamente.

Entre lágrimas tranquilas, volvió a rememorar ese momento. Y frente  al mar después de un año, en el amanecer más bello de un día cualquiera de la ciudad de mar del plata, supo que nunca lo amó

No estoy segura de que yo exista. Comenzó a dibujar sintiéndose nada.

Miraba a la cansada calle atestada de gente por todos lados. Seguía sintiéndose nada. El saber que nunca lo amó, que todo lo que vivieron era nada.

Dio vuelta su cara , ahora mirando nuevamente a ese mar que con el reflejo del sol contenía todos los colores más bellos y comenzó a soñar. Su mente se separó de su cuerpo.  Ella mirándolo lo vio dibujar formas en el aire.

Levantó arena con sus manos y entre sus dedos las dejaba caer de a poco brillantes, lentamente  hasta formar una línea en el borde del mar.

Sus brazos en movimientos amplios atraían el viento hacia ella.

Escribió su nombre en el aire, en la arena y en el cielo. Y todo atraía a su cuerpo con movimientos suaves,  hasta llenarse de todo.

De la nada despertó. Su hijo lloró buscando ese abrazo.  Él la hacía estar ahí,  dejar de ser nada, para arroparlo,  para cuidarlo, para hacerlo dormir con su cabecita apoyada en su hombro y en sus pechos.

No estoy segura que yo exista, repitió.  Aunque a veces la vida nos cambia los planes, hay que bailar y confiar, pensó.

Miró hacia atrás por última vez  

Comenzó a dibujar sintiéndose nada.

Miraba a la cansada calle atestada de gente por todos lados. Seguía sintiéndose nada. El saber que nunca lo amó, que todo lo que vivieron era nada.

Dio vuelta su cara, ahora mirando nuevamente a ese mar que con el reflejo del sol contenía todos los colores más bellos y comenzó a soñar. Su mente se separó de su cuerpo.  Ella mirándolo lo vio dibujar formas en el aire.

Levantó arena con sus manos y entre sus dedos las dejaba caer de a poco brillantes, lentamente  hasta formar una línea en el borde del mar.

Sus brazos en movimientos amplios atraían el viento hacia ella.

Escribió su nombre en el aire, en la arena y en el cielo. Y todo atraía a su cuerpo con movimientos suaves,  hasta llenarse de todo.



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