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Brancaleone
La puta lluvia
Brancaleone
A mi
viejo, lo mataron un día como hoy, un sábado, con una lluvia puta y asquerosa
como la de hoy. Lo mataron por buen tipo o por pelotudo, según como uno quiera
verlo. Mi tío Ángel decía que mi viejo era demasiado tranquilo, demasiado
paciente y componedor. Que si hubiera repartido algunos sopapos de vez en
cuando le hubiesen tenido un poco mas de respeto. Puede ser, pero a mi me
gustaba como era, manso, con su sonrisa disimulada por el bigote y su gesto
componedor. Y laburador a darle con un fierro, de no aflojar y darle y darle.
Empezó a los catorce años, después de la primaria, repartiendo para la
carnicería de don Liborio. Mi abuelo que era chofer de la empresa mixta de
transportes, pasaba en su recorrido por el mercado de abasto y allí paraba diez
minutos, en un café frente a la puerta grande. Se tomaba una ginebrita por
cuenta del dueño y arrancaba para otra vuelta. El guarda y él hacían la vista
gorda de los que subían con bolsas de verduras o algún cajón con frutas, a
pesar de una que otra vieja que fruncía la boca como culo de gallina porque la
empujaban al subir con esos bultos. En esa parada mi abuelo charlaba con los
changas y con los puesteros que se tomaban su grapa o su cafecito, y así
consiguió que don Leandro le diera laburo a mi viejo. Ahí empezó a ganarse los
garbanzos en forma, porque acarrear cajones todo el día, no era moco de pavo,
mi viejo, cuenta mi tío, era flaquito, pero tenía una voluntad de fierro,
aparte que mi abuelo era medio duro para tratarlo a él y a sus hermanos, no
creo con mala intención, sino que venía de familia de inmigrantes que tuvieron
que yugarla en grande y él no tenía otra forma de tratar a los hijos mas que en
la que lo trataron a él. Así fue la cosa, hasta que mi viejo le llevó la carga
a don Leandro para que le aumentara unos manguitos, porque el laburo era mucho,
él era cumplidor, lloviera, tronara o se viniera el mundo abajo, y todo por
chirolas y algo de verdura marchita o fruta machacada. El miserable del
puestero se lo tomó como una ofensa y quiso echarlo a la mierda. Los changas de
ese galpón que estaban en las mismas que mi viejo, se embroncaron, hicieron
causa común y al final se armó un quilombo que terminó con la cana repartiendo
garrote y mi viejo y diez mas, se quedaron en la calle. Mi abuelo le tiró la
bronca y anduvo cabrero como una semana, hasta que consiguió engancharlo con un
capataz de obra, y allá fue mi viejo como peón de albañil, después yesero y
siempre al pie del cañón, siempre tranqui. Se casó, tuvo cuatro hijos, yo soy
el mayor, la más chica, mi hermana era la compañía que deseaba la vieja, y todo
marchaba pipón, pipón. Hasta ese puto sábado en que iban a trabajar en un
encofrado, pero se puso a llover a lo bestia y entonces, esperando a ver si
paraba, se juntaron en el boliche del ruso Jaime a tomarse una copa y jugarse
unos trucos. Uno de los peones era el negro Soriano al que lo apodaban tortuga,
apodo que lo hacía engranar como nada. Así, don Soriano le daba al truco con el
Rica Bertoni, el gordo Portillo y con mi viejo. Y jodían y jodían con eso
tortuga, sobre todo don Bertoni, lo hizo engranar de tal forma que el animal,
caliente, se le fue encima al Rica como para dejarlo mormoso a piñas. Todos se
metieron a separar y unos lo amansaban al tortuga y otros a Bertoni, pero al rato
empezaron de vuelta, se manotearon en grande y mi viejo, que de comedido se
mete en el medio a componer el quilombo se liga un puntazo de don Soriano que
se tropezó con una mesa, tiró la faca y se fue de raje a la mismísima mierda.
Mi viejo estuvo internado como veinte días, se le infectó la herida, le agarró
la seticenia o algo así, según dijeron los tordos y se murió tranquilo, con una
sonrisa colgando del bigote.¡Por pelotudo!, decía mi tío,¡pelotudo y mil veces
pelotudo!,repetía sin parar, cagando a piñas la pared, mientras mi vieja estaba
como una zombie,
mirando
fijo el cajón y yo y mis hermanos llorábamos a moco tendido con la
desesperación que se siente al saber que el mundo se te vino abajo. Ahí se
acabó la escuela para mis hermanos, hubo que apechugar para parar la olla y ya
nada fue como antes. A don Soriano le dieron doce años, homicidio en riña,
dijeron los aves negras. Hoy, está lloviendo como la puta madre, juré que lo
iba a clavar contra el suelo o contra la pared, la faca bien metida en los
riñones, y que me perdone la hija, que vino al velorio a llorar y pedir
disculpas y yo, que sin querer con el tiempo me la fui atracando, me la garché
y terminé viviendo con ella, esperando tranquilo, manso, con la misma sonrisa en
el bigote como tenía mi viejo. Con la idea fija de verlo al tortuga pataleando
en el suelo, con las tripas afuera, como lo estoy viendo, manoteándose la
panza, llorando como una mierda y atragantándose con los mocos, hoy sábado, en
medio de la asquerosa y puta lluvia.
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