sábado, 30 de junio de 2018

Hernán Garay


                                      Los últimos tres minutos  
                                                  Hernán Garay
                                                                                                              
La pelea preliminar estaba cumpliendo mucho más de lo esperado, el público que iba llegando al estadio, le prestaba mucha atención luego de haber resuelto sus necesidades básicas de lugar, alimentos y bebidas.
Una vez más y como siempre en ese particular ambiente se enfrentaban la juventud y la madurez, la soberbia y la humildad, la potencia y la destreza, el ascenso y el descenso, un viejo y un joven, que en lo único en  que coincidían era en el origen y la necesidad.
El hecho de que el viejo,  potencial y seguro perdedor, haya llegado hasta el penúltimo round, produjo además de un cambio en el escaso  dinero a ganar por los modernos gladiadores, sino también furia en el joven.
Esa furia, lo llevó a golpearlo con intención de hacerle daño, cosa que no pasó inadvertido para nadie, en especial para el viejo ya que cada golpe lo lastimaba y limitaba en sus movimientos cada vez más.
También como siempre sucede el público se puso del lado del perdedor y más débil, pero su apoyo y su furor cambiaba cuando olían algún espectacular final.
Sobre el centro del ring, adonde habían llegado a los empujones, el viejo trataba de aferrarlo, una pequeña parte de su cerebro que aun funcionaba le indicaba que ya tocaría la campana del final del anteúltimo round.
Una gran mancha blanca pasó frente a él y sintió que finalizaba el castigo. Había sonado la campana y el árbitro los separó.
Quiso girar hacía su rincón, pero se dio cuenta que estaba desubicado, su auxiliar, su gran amigo de toda la vida lo vino a buscar y lo llevó al rincón.
Sentado en el banco de su esquina al inhalar la fuerte sal recuperó la conciencia.
-Te está matando, voy a tirar la toalla dijo el amigo mientras le pasaba vaselina por la cara y con un hisopo le cauterizaba la ceja derecha.
-Por favor no,  dijo en ahogada frase el viejo y luego de una pequeña pausa agregó
-Creo que tengo una oportunidad
-Si dijo su amigo mientras trabaja febrilmente en la ceja, de ir a hospital en ambulancia.
El árbitro con su camisa blanca toda manchada de sangre, se acercó y le dijo que iba a terminar la pelea en ese instante.
El viejo, levantó la vista para mostrarle que estaba bien y le imploró que no, que le de los últimos tres minutos de su vida de boxeador.
-No tres, dos… si te sigue pegando,  te corto,  dicho esto  el arbitro giró y al ver al joven ya parado y listo para lanzarse sobre  su presa, sintió miedo y desprecio por ese joven que por trepar nada le importaba.
El viejo se paró tratando de mantener la dignidad.
Antes de ponerse el protector bucal, le dijo a su amigo:
Antes de tirar el zurdazo baja la mano derecha.
Su amigo sabiendo que lo exponía a más golpes le dijo:
-Si pero antes,  pega dos saltitos, lo hizo toda la noche y agregó:
-Al verlo saltar correte a la izquierda y sacudilo, luego como había hecho cada round de
cada pelea, le dio tres palmadas en la espalda.
La campana sonó y para el viejo fue el inicio de un nuevo calvario pero también el final de una vida de mucho sacrificio.
En el centro del ring chocaron los guantes en saludo, mientras el público gritaba.
Trató de aferrarlo y con dificultad lo logró, el árbitro demoró en separar a los peleadores lo que produjo gritos de la esquina del joven donde sabían que su único enemigo era el reloj.
Cuando el viejo intentaba de nuevo aferrar, recibió un terrible golpe que lo desequilibró, aparte del dolor, su preocupación fue que no lo vio venir. Otro más sin ver de dónde venía!!!
Supo que era el final.
Que sea con dignidad pensó y se plantó con lo que poco que le quedaba en el medio del ring.
Sólo le sobraba  coraje.
Lo vio venir.
Para su sorpresa vio que el joven daba dos saltitos !!!!!
Supo lo que iba a pasar, se corrió hacia su izquierda y en el momento que el joven bajaba la derecha, sacó con lo último que tenía, su mano izquierda.
El certero impactó sorprendió no sólo al contrincante sino a todo el estadio, la sangre comenzó a brotar de labios y nariz. La soberbia del joven le impidió darse cuenta de lo que venía atrás de eso,  pensó,  que fue un golpe de suerte y se preparó para seguir, en consecuencia no vio venir lo demás.


El viejo rejuvenecido avanzó y avanzó, pegaba y pegaba, la multitud rugía, una pequeña parte de su cerebro que aún funcionaba le indicó que estaba por tocar la campana final. No la escuchó, una gran mancha blanca ahora con sangre de los dos se interpuso entre él y el joven, los últimos tres minutos habían finalizado y con ellos muchas cosas más.

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