Los últimos tres minutos
Hernán Garay
La
pelea preliminar estaba cumpliendo mucho más de lo esperado, el público que iba
llegando al estadio, le prestaba mucha atención luego de haber resuelto sus
necesidades básicas de lugar, alimentos y bebidas.
Una
vez más y como siempre en ese particular ambiente se enfrentaban la juventud y
la madurez, la soberbia y la humildad, la potencia y la destreza, el ascenso y
el descenso, un viejo y un joven, que en lo único en que coincidían era en el origen y la
necesidad.
El
hecho de que el viejo, potencial y
seguro perdedor, haya llegado hasta el penúltimo round, produjo además de un
cambio en el escaso dinero a ganar por
los modernos gladiadores, sino también furia en el joven.
Esa
furia, lo llevó a golpearlo con intención de hacerle daño, cosa que no pasó
inadvertido para nadie, en especial para el viejo ya que cada golpe lo
lastimaba y limitaba en sus movimientos cada vez más.
También
como siempre sucede el público se puso del lado del perdedor y más débil, pero
su apoyo y su furor cambiaba cuando olían algún espectacular final.
Sobre
el centro del ring, adonde habían llegado a los empujones, el viejo trataba de
aferrarlo, una pequeña parte de su cerebro que aun funcionaba le indicaba que
ya tocaría la campana del final del anteúltimo round.
Una
gran mancha blanca pasó frente a él y sintió que finalizaba el castigo. Había
sonado la campana y el árbitro los separó.
Quiso
girar hacía su rincón, pero se dio cuenta que estaba desubicado, su auxiliar,
su gran amigo de toda la vida lo vino a buscar y lo llevó al rincón.
Sentado
en el banco de su esquina al inhalar la fuerte sal recuperó la conciencia.
-Te
está matando, voy a tirar la toalla dijo el amigo mientras le pasaba vaselina
por la cara y con un hisopo le cauterizaba la ceja derecha.
-Por
favor no, dijo en ahogada frase el viejo
y luego de una pequeña pausa agregó
-Creo
que tengo una oportunidad
-Si
dijo su amigo mientras trabaja febrilmente en la ceja, de ir a hospital en
ambulancia.
El
árbitro con su camisa blanca toda manchada de sangre, se acercó y le dijo que
iba a terminar la pelea en ese instante.
El
viejo, levantó la vista para mostrarle que estaba bien y le imploró que no, que
le de los últimos tres minutos de su vida de boxeador.
-No
tres, dos… si te sigue pegando, te
corto, dicho esto el arbitro giró y al ver al joven ya parado y
listo para lanzarse sobre su presa,
sintió miedo y desprecio por ese joven que por trepar nada le importaba.
El
viejo se paró tratando de mantener la dignidad.
Antes
de ponerse el protector bucal, le dijo a su amigo:
Antes
de tirar el zurdazo baja la mano derecha.
Su
amigo sabiendo que lo exponía a más golpes le dijo:
-Si
pero antes, pega dos saltitos, lo hizo
toda la noche y agregó:
-Al
verlo saltar correte a la izquierda y sacudilo, luego como había hecho cada
round de
cada
pelea, le dio tres palmadas en la espalda.
La
campana sonó y para el viejo fue el inicio de un nuevo calvario pero también el
final de una vida de mucho sacrificio.
En
el centro del ring chocaron los guantes en saludo, mientras el público gritaba.
Trató
de aferrarlo y con dificultad lo logró, el árbitro demoró en separar a los
peleadores lo que produjo gritos de la esquina del joven donde sabían que su
único enemigo era el reloj.
Cuando
el viejo intentaba de nuevo aferrar, recibió un terrible golpe que lo
desequilibró, aparte del dolor, su preocupación fue que no lo vio venir. Otro
más sin ver de dónde venía!!!
Supo
que era el final.
Que
sea con dignidad pensó y se plantó con lo que poco que le quedaba en el medio
del ring.
Sólo
le sobraba coraje.
Lo
vio venir.
Para
su sorpresa vio que el joven daba dos saltitos !!!!!
Supo
lo que iba a pasar, se corrió hacia su izquierda y en el momento que el joven
bajaba la derecha, sacó con lo último que tenía, su mano izquierda.
El
certero impactó sorprendió no sólo al contrincante sino a todo el estadio, la
sangre comenzó a brotar de labios y nariz. La soberbia del joven le impidió
darse cuenta de lo que venía atrás de eso,
pensó, que fue un golpe de suerte
y se preparó para seguir, en consecuencia no vio venir lo demás.
El
viejo rejuvenecido avanzó y avanzó, pegaba y pegaba, la multitud rugía, una
pequeña parte de su cerebro que aún funcionaba le indicó que estaba por tocar
la campana final. No la escuchó, una gran mancha blanca ahora con sangre de los
dos se interpuso entre él y el joven, los últimos tres minutos habían
finalizado y con ellos muchas cosas más.
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