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Claudio Steffani
Subte A Encuentro con
X
Claudio Steffani
Un lunes
por la mañana me bajé del tren en Once y
me dirigí al Subte “A” como todos los días, eran cerca de las 10 y había poca
gente en el andén, entro al subte que estaba prácticamente vacío y me dirijo
hacia la mitad del coche apoyándome en el respaldo de madera muy cerca de la
puerta, mirando por el vidrio de la ventana
las pintorescas y antiguas estaciones , que fueron diseñadas con azulejos de diferente
color, porque a principio del siglo pasado, había muchos analfabetos en Buenos
Aires y de esa forma podían identificarlas.
Entre el
vaivén y crujir de los coches de madera, en un instante se reflejó en el vidrio
el rostro de la mujer que estaba apoyada en el respaldo de enfrente. Ella era
pelirroja como un relámpago del cielo, sus ojos almendrados grandes y
brillantes. La formación llegó a la estación Lima, ella se baja y yo también,
pasa los molinetes y sube la escalera en dirección a Cerrito. Decido seguirla,
cruza 9 de Julio y se coloca en la parada del colectivo 100 sobre Carlos
Pellegrini, me acerco y no me acuerdo que le pregunté, pero era algo que habría
el juego de la conversación como herramienta de seducción y así sucedió. Ella me dijo que llegaba tarde al Psicólogo,
yo al trabajo, le mentí que tenía que pasar primero por la zona donde ella se
bajaba. Llega el colectivo, subimos juntos y charlamos hasta Viamonte y Nueve
de Julio, nos bajamos, la acompaño hasta la puerta del edificio donde iba. Le
dije que quería conocerla y seguir charlando, me dijo que era casada y que
nunca me iba a dar su teléfono y me pidió el mío. Nos despedimos y le pregunto
el nombre “llámame María me dijo”.
Ella para
encontrarse conmigo, solo podía los viernes de madrugada, cerca de la una estaría
por mi departamento y a las cinco tenía que irse. A la una y cuarto suena el
portero eléctrico, bajo por el ascensor, le abro la puerta, estaba espléndida
con un vestido ajustado de lana rojo, acorde al color de su cabello.
Entre la
charla y música de Sabina, nos bebimos una botella de Malbec, ella se reía
sentada en el sofá mientras se cruzaba de piernas y dejaba traslucir su ropa
interior.
Hicimos
el amor y nos divertimos mucho, jugando y criticando cine y literatura, pero
cuando le preguntaba por su vida, nunca me contestaba, no hablaba de sus hijos
ni de su marido, me repitió que esa era la consigna cuando me conoció.
Me
llamaba desde una cabina telefónica en la semana y todos los viernes venía a mi
casa a la una de la mañana, una madrugada de su cartera sacó un regalo para mí,
era un perfume carísimo, no lo podía creer, la abrazo y vuelvo a insistir que
me hablara de su vida, se enojó y empezó a vestirse apresuradamente, “ me voy “
me dijo, quise insistir para que se quedara pero no pude cambiar su decisión,
cuando llegamos a la puerta del edificio, me mira profundamente con sus dos
almendras brillantes y me dice que me estaba poniendo peligroso para ella, se
subió a su coche y desapareció de mi vida.
La busqué
un tiempo en los trenes, en los subtes, en la parada del 100 y hasta pasé algunas
horas en un bar de Viamonte y 9 de Julio
esperando verla pasar, pero ese dìa no llegó, a veces cuando la recuerdo
imagino haber hecho el amor con la muerte, o en realidad vino a buscarme y por
algún motivo se arrepintió.
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