domingo, 22 de abril de 2018

Máximo Simoni


El movimiento de la gota
Máximo Simoni

El viejo marrón, cuerpo magro en gruesa tela de sobretodo, asoma la nariz detrás del echarpe. Una gota verdusca bailotea un instante colgada de la punta huesuda, tal vez esperando un pañuelo que no llega y se pierde en la brillosa humedad del asfalto. 
A su lado, el viejo azul, petiso de grasa y piernas cortas, escupe una mierda que corta la niebla de la noche.
Sombras sin luz, de un costado un murallón gris, del otro, rumor de silencio, el bosque, entuban la caminata.
Ahá, dice el viejo marrón, súbitamente enfrascado en seguir la trayectoria de la próxima gota, algo indecisa antes de caer.
Los diarios, se lo digo, no publican ni la mitad, el viejo azul toma gruño solitario del otro por respuesta conservada, y levanta un pie para subrayar la frase o evitar algo que cruza la vereda como advertencia. Le digo que no habrá ninguna posibilidad, escuche: claro que es sólo una versión. Como siempre de arriba las órdenes son contradictorias, pero esta vez la cosa se hace.
La tercera gota de la serie cae como un rayo y explota sobre la botamanga del viejo marrón. Bue, se dice y piensa, números caprichosos, pero… en algo hay que apoyarse. Con ésta no me fue mal, y mira la mancha que se desvanece abajo, moviendo la cabeza con mediana satisfacción.
Usted siempre el mismo desconfiado, póngale la firma que esta vez no me pueden fallar, dice el otro, que embolsa cabeceo dudoso por placer de moco y levanta una pierna intentando arrime de cuerpo. El pie extendido le escora grasa a babor, o para el lado de la calle, montada de vez en cuando por la luz de algún coche solitario.     Un salto y el viejo azul aterriza con los dos pies juntos, para terminar con lo dicho o no caer sentado.
El viejo marrón tose una breve carcajada que le acerca dos gotas oblongas a punta de naso. Alcanza a dirigir la primera hacia los flojos cordones el zapato izquierdo. La segunda, libre, vital, anarcogota entre numeración mocosa le diluvia una solapa del sobretodo color indefinido.
Ya me va entendiendo, afirma el viejo azul, y confunde esquive líquido con voluntad de asentir. Usted no tiene idea, yo siempre estuve en el queso, los que cortan el bacalao me cantan la justa y sacude un tacazo por si hubiera dudas.
Imprevisible catarata, lluvia sin trueno, el afloje de fosas rompe de una vez el dique precario. Avanzada de inundación, la vanguardia riega la bufanda flamante, premio del campeonato de bochas. El resto, es decir, centro  y retaguardia, cubren partes de ropa y se pierden entre el claroscuro irregular de las baldosas.
Vacío de tesoros, la mirada del viejo marrón fija un silencioso responso sobre la pérdida licual y piensa, que gordo estúpido, a media voz. Con el trabajo que da juntar y éste me hace perder la cuenta, sigue, temblor de encía contra postizo a boca cerrada.
Por fin la agarro, dice el viejo azul, seguro del triunfo y alarga el brazo para confirmar la conquista.
Cinco baldosas hacia delante, el viejo marrón salta distancia de molestias. Cualquier día me toca, dice, engullendo palabras cuando llega a destino.
No escape a las evidencias, chilla el viejo azul. La mano en el aire vacía del otro intenta un sujete improbable que contribuye al desequilibrio corporal y la vereda lo recibe blanda por restos de paseos diurnos.
A usted lo tienen medio engrupido, sale la voz del viejo marrón, casi un grito de trompeta sin llaves por hueco de caña y suspende corrida de cuerpo a distancia prudente.
De abajo, traste enchufado en pegajosa viscosidad de la vereda movediza, el otro hace nudos de aire con la boca despalabrada. Lento y prolijo recompone desarme de cuerpo con grasa agregada y busca responder a tanta tozudez.
Engrupedo, enchufe aflautado. A mi engrupado se ahoga la panza a medio levantar. Hasta de afuera me consultan para saber la precisa, gime ofensa a mitad de la vertical.
Se me fue la mano, estornuda disculpas el viejo y regala de un saque la reservas de gotas cuidadosamente acumulada. Por un amigo se hace cualquier cosa, se acerca conciliador y ofrece dos gotas finales para sellar el armisticio.
Viejo mugriento, expande rabia el otro, poseedor de a lluvia mocosa. Lo que yo digo, en este país… y después protestan, conduele, soporte de perfume intenso, un pañuelo repta en su cara y mezcla olores sobre la piel.
El viejo marrón ultima un cabeceo resignado. De lo mejor y con lo que cuesta se dice, camino a la próxima luz para quedar fuera del circulo de tensión. 
Tanto racionar la descarga y no queda ni ´pal postre, resume, al frío que le sopla estrellas oscuras hasta el celebro.
Sin apuro, tampoco es cuestión de perder un semejante cuando faltan como tres cuadras hasta el colectivo, taza una senda imaginaria ni pegada a la oscuridad del paredón, ni tan cerca de la calle, no vaya un loco de esos que vienen jugando carreras a revolearlo a uno, reflexiona. Una desgracia la del viejo Benzi, se confió al cruzar y el camión le pasó por encima. El recuerdo le tira una gota solitaria sobre el pecho hundido. Éstas si que valen cuando el alma o lo que tenga uno moviéndole la sangre le agitan la circulación, piensa conmovido y observa el homenaje que brilla por un instante sobre el botón del sobretodo.
El viejo azul, de nuevo en erección de cuerpo y palabra, aprovecha el parate filosofal y aproxima sólido. Está todo bajo control, si hasta los que le jedi esta vuelta ni mus, sopla, aliento de varias comidas sobre la distracción del otro.
 La puta madre, ni que fuera a anunciar el juicio, gargagea medio asustado el viejo marrón y sujeta un probable escape con cierre de fosas. En esta vida hay que aprenderla rápido, si no estamos fritos, sonríe, satisfecho por el dominio. A mitad de recorrido, en el justo lugar donde el cosquilleo es absolutamente redondo, acaba de formarse un tapón bisiesto. Esta no me la puedo perder, anticipa goce y tira la proa al frente, ahora se trata de andar parejo, lo demás viene solo, total con la parla me arreglo, lo que rompe la armonía son manotazos, así que distancia y paso firme, proyecta.
Escuche, no tengo porqué hacerlo, pero, tantos años, suelta voz el otro, precavido de cuerpo. Cuando se largue la cosa lo mejor es quedar adentro. Vea, se lo digo en confianza, a los que no… usted me entiende, MALARIA, si señor, MALARIA.
Atacando de mudez repentina por exceso de argumentos, el viejo azul acelera paso por el lado del cordón para evitar escape imprevisto.
Cosa rara que las dos bajen parejitas y de consistencia justa, casi un milagro, goza el de marrón, la nariz inflada. Merecen un destino de lujo, buscando posición de cabeza hacia atrás para impedir caída sorpresiva.
Mocomellizas gemelas, de nacimiento separado por tabique, acaban de mezclarse sobre el labio superior. Bailecito de cosquillas entre bigote mal afeitado, inician un bajar despacioso, juguetón, hacia el lugar dispuesto: la boca entreabierta.
Apenas comenzado el fagocite un remolino corto levanta la cola del cometa sobre el embudo desdentado y lo deposita entre los pliegues del mentón. Un carajo tení an que ser, éste si no habla hace viento, suspira ante lo irreparable. Ninguna dicha es completa y no hay mal que dure cien años, dice, a la luz del penúltimo farol antes de la parada.
Mire, le reservé un lugarcito, nada prominente pero le va a gustar. Total hoy hay que conformarse con lo que venga. Apurado por el final de caminata, azul busca un convence definitivo y consuma maniobra de rodeo.   Ahora me entiende, grita sofocado desde el liso asfalto de la avenida, seguro del triunfo por inmóvil resignación del otro. De entrada supe que podía contar con usted, tartamudea en ahogue de aire y lengua. Con gente como nosotros la cosa no puede fallar, dice, a medio recupere de palabra.
Ausente de agitaciones externas, marrón busca un última ligue antes de la llegada vehicular. No No es lo mismo con el movimiento y las frenadas, uno pierde del dominio, se habla, pendiente de viscosidades.
Un lejano aviso le llega desde la protumucosa donde se enredan las ideas con el ajo. Un poco de estímulo ayudaría, nunca me gustaron los artificios pero a veces no hay más remedio, piensa, buscando algo entre las pelusas de todos los bolsillos. La herramienta justa, sonríe, cuando encuentra el escarbadiente y levanta la cabeza para iniciar operación extractiva.
Ruido de choque metalplástico contra cuerpo alguna vez bautizado o no, detiene el movimiento de nueva gota a mitad de camino. Al frente el viejo azul va tomando altura hacia la oscuridad del bosque.
Pucha digo, se asombra el viejo marrón, volar es lo único que le faltaba a éste. 


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