domingo, 22 de abril de 2018

Lulú Colombo*



La Celebración  
Lulú Colombo*

La primera vez que vi aquellas luces mal podía saber que aquello era una celebración. Estaba yo sensibilizado porque ese día era mi cumpleaños, y bajo el signo de Marte, además de mi onomástico - que nada tiene de extraordinario - habían ocurrido hechos sangrientos. Detesto la violencia. Por eso, siempre que se acercaba el mes de marzo, precisamente en ese mes, la tristeza asomaba nueva, con ese eterno renacer que tienen las heridas abiertas. Así había transcurrido aquel 27 de marzo de 1996. Todo comenzó ese día. Pero es mejor que me explique. Estaba yo en mi flamante departamento frente al río Paraná. Dos días antes había recibido las llaves y descansaba sentado mirando los bultos que atestaban la sala. Sentí cierto orgullo por poseer ese pedazo de cielo frente al río. Atardecía cuando encontré el catalejo e inmediatamente me puse a mirar la isla. Aquel verde que nos llama hacia la naturaleza. Ese paisaje ante el cual lo urbano claudica, y unos deseos de estar allá entre aromos y garzas atravesó mi ser. Paseé la mirada y mis ojos encontraron un resplandor en la isla. Era en el Chaná, según calculé. Observé con más atención y vi con claridad un grupo de personas alrededor de un fuego. No supe bien si aquello era lo que estaba viendo, pero en aquel momento el resplandor rojo-azulino con tintes violáceos así lo parecía. Continué observando y a medida que el sol se ponía, la escena se tornaba más nítida. Esa noche, recuerdo, venían amigos a festejar mi cumpleaños y mi nuevo hogar. Fue por eso que abandoné el catalejo para acomodar unas sillas e improvisar una mesa para mis invitados. No necesito decir que esa noche vi sin catalejo un fulgor en la isla tan real para mí como la reunión con mis amigos. Y fue una noche dichosa.
Pasó un año y los avatares de la vida me hicieron olvidar este hecho trivial para cualquiera. Era 27 de marzo, nuevamente. Recordé mi primer cumpleaños allí, y el catalejo apareció en mis manos y yo, otra vez estaba mirando hacia la isla. No es que no lo hubiera hecho otras tantas veces, ocurre que no había vuelto a ver el resplandor y las figuras que creí ver el año anterior. Y otra vez estaba yo disfrutando de la oceánica vista del río y en el recorrido de mis ojos creí ver resplandores a los que me fui acostumbrando y allí aparecieron las figuras que ya había visto y ello me llevó a pensasen una fiesta pagana pero mi ser rechazó al instante la idea por irracional. Seguí observando y percibí que cada figura parecía ser ella misma el fuego y ante mi asombro, lo atravesaban sin que éste les hiciera nada. Ese año yo estaba deprimido de un modo particular pues cumplía cuarenta años y no había logrado nada de lo que me propuse a los veinte. Sin embargo, no me quejaba. Yo lo había heredado todo, inclusive el aburrimiento. Y fue ése el motivo que me levó a vigilar la isla a partir de aquel día. Pude fijar el lugar del resplandor porque apoyé el catalejo en el balcón, al lado mismo de la columna y fui levantándolo con suavidad hasta llegar a un ángulo de treinta y ocho grados con respecto a la baranda y allí estaba ese fuego y sus personajes ígneos que tomaban corporeidad rojo-azulina cada vez más precisa a medida que se ponía el sol. Así que todos los días volvía al departamento a observar, pero el fenómeno no se repitió. Pasados  cinco años, tuve casi la certeza de que el fenómeno se repetía sólo el día de mi cumpleaños y supe que tenía que tomar una decisión. En mi vida fui siempre más bien pacato, de decisiones demoradas. Si bien es cierto que hasta ese día no había tomado nunca una decisión que me trajera algo insospechable como resultado. Un mundo nuevo sería tal vez una cura para mi aburrimiento. No abundaré en detalles sobre la preparación para la partida a la isla. Debía esperar un año y confiar en alguien. No sé qué buscaba, pero mi vida comenzó entonces a tener un sentido. Leí, en ese tiempo, todo lo que caía en mis manos sobre las Islas del Paraná. Evoqué a Domínguez y sus paisajes isleños y así pasó otro año. Convoqué a un amigo poeta ante la seguridad de  que no me juzgaría. En fin, pedí una licencia en los Tribunales, donde tenía un cómodo empleo. Y llegó finalmente el día: 24 de marzo. Zarpamos de la Estación Fluvial y Rosario se mostraba blanca y afable a la mirada. Llegamos a la isla al mediodía e inmediatamente partimos a la búsqueda del lugar donde yo había calculado que se produciría el fenómeno. Mi amigo el poeta sólo esperaba la noche de mi cumpleaños, no sé bien si por su afecto hacia mí o por la curiosidad de ver algo de lo que yo le había contado. Y llegó finalmente la noche del 27 de marzo y nos apostamos a la tardecita para ver qué ocurría. Cuando el sol llegó a cierta altura, en su descenso apareció una luminosidad extraña sobre el monte y comenzó a adensarse en el lugar de mis cálculos. Vi unas sombras rojo-azuladas como llamas que danzaban y sentí un extraño canto. Toqué a mi amigo con el codo pero él no reaccionó. Unas palabras me eran susurradas al oído, se trataba de una celebración y emergiendo de ese fuego azulado una figura me hablaba, era el karaí o pajé. Supe que era la fiesta de los canoeros y se sacrificaba un prisionero. El prisionero llevaba la cabeza adornada y una especie de maza o bastón en la mano. Vi una pelea e interminables escenas de violencia. El fuego me hacía arder los pómulos pero yo no podía dejar de mirar ni retirarme. Finalmente al amanecer los fuegos cesaron y las figuras fueron desdibujándose hasta quedar mi amigo y yo solos en el monte. Le pregunté qué había visto y me miró como si yo estuviera enfermo. Te pasaste la noche temblando y balbuceando, me dijo, y no te pude convencer de entrar en la carpa ¿acaso no me escuchabas? Le conté lo que había visto y me miró entre burlón y comprensivo. Pues yo sólo vi luciérnagas. No te sabía tan imaginativo, comentó sin más. Y el asunto quedó cerrado. Lo cierto es que me convertí en un sujeto obsesionado por la visión de aquella fiesta de fantasmas. ¿Serían guaraníes, chanás, charrúas? ¿Por qué yo los veía y mi amigo no? Todo esto me turbó durante bastante tiempo. La celebración de los canoeros sigue apareciendo hasta ahora al comienzo del otoño y coincide con la fecha de mi cumpleaños pero los antropólogos no me han dado hasta ahora una respuesta sobre tal fenómeno.

Lulú Colombo. Escritora. Primer Premio Nacional de Creatividad en Prosa de la Secretaría de Cultura da la Nación por "Encrucijada y otros cuentos". 2004. Autora de "Protextos". Poesía Social. 2004; "La coreografía de los Mares" .2002. "Haycus". 2003. "Gente de tierra, de agua y de aires". 2006..Premio "Cuentistas Rosarinos". 1998-1999-2000. UNR Editora. Universidad Nacional de Rosario. Premio UNL Conmemoración Aniversario de la Facultad de Química. 1999.



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