sábado, 27 de enero de 2018

Carlos Margiotta


Verano porteño 
Carlos Margiotta

Estoy escuchando las Cuatros Estaciones de Piazzolla mientras trato de escribir -como hace 22 años, para Redes de Papel- y se me arruga el pecho como el bandoneón del gran Astor  Lo escuché mil veces y cada vez suena distinto, como el verano que nos abraza sin piedad en esta ciudad tan amada y tan ingrata a la vez, como aquella mujer que no se entrega plenamente. Guardo para el final Adiós Nonino el tema que me hizo llorar en más de una ocasión recordando a mi padre.
Verano porteño. Entonces disfrutaba más de la llegada de los Reyes Magos que de Papa Noel. Era una relación entre ellos y yo, más íntima, sin la familia alrededor, sin cohetes, sin desmesuras. Recuerdo haber ido con mamá a la tienda Gath y Chaves para verlos y entregarle la carta con mis deseos. La noche anterior preparaba agua en una palangana, dejaba unos trozos de pan y pasto para los camellos al pie de la escalera que llevaba a la terraza. Tardaba en dormirme por la ansiedad de verlos llegar y dejar los juguetes. De los tres, el negro Baltasar era mi preferido y el más popular entre los chicos del barrio. Yo decía que era el Rey Mago peronista y mi madre me hacía callar porque en esa época estaba prohibido nombrar al General. 
Tema para un cuento. Ella es una mujer muy sensual, lo muestra en sus gestos, en su mirada, pero no se da cuenta de su atractivo. Un día conoce a un hombre que le gusta y tiene miedo de sentir lo que siente. Oculta su pasión, controla sus deseos, hasta que el día menos pensado…
Otoño porteño. Con mis amigos de la infancia nos reunimos una vez por mes en La Subasta, un lugar íntimo de Caballito. Allí disfrutamos comer una picada alrededor de la mesa mítica del grupo “Tiempo de descuento”, así lo llamamos. Y nos sentimos adolescentes otra vez, traviesos, irresponsables por una horas como los personajes de Felliini en Amarcord. Somos una especie que se extingue lentamente, pienso, mientras veo caer los valores que nos construyeron. En el ocaso el sol todavía nos entibia la amistad, esa que muchos pagarían por compartir con nosotros cada velada.
Otro tema. Una madre se suicida un 31 de diciembre y cuando su hijo esta por recibirse de médico. Él  la encuentra en la cama rodeada de pastillas. No la perdonará nunca. Encuentra una mujer que lo amará como nunca lo imaginó. Se casan, tienen cuatro hijos y cuando el mayor se está por recibir de médico, se suicida un 31 de diciembre.
Balada para un loco. Ahora la letra de Ferré atraviesa mis años en la casa de la avenida Córdoba entre Paraná y Montevideo. Enfrente vivían personalidades que fueron o serían famosas. Paloma Efron –Blackie- donde se reunían en su petit hotel muchos de los intelectuales de la época. Bahiano -el ex lider de los Pericos- nieto de los dueños de la panadería Sportman  de la familia Hortal. Y Carlitos, inspirador de la famosa Balada, un loco lindo de unos 40 años, petisito y pelado que asustaba a los que esperaban en la parada de colectivos gritándoles con palabras desconocidas. Carlitos era el mandadero de muchos comerciantes rodando por las calles de San Nicolás. Llevaba paquetes, traía mensajes y andaba de aquí para allá hasta el café de Callao y Santa Fé donde paraba Horacio Ferré. Años después supe que por un brote psicótico incendió el PH donde vivía con sus padres ya viejitos, y nunca supe más de él.
Más temas. Un día se encuentran en la calle después de muchos años de haber sido amantes. Van a tomar un café y comienzan a contarse sus vidas. En la charla no dejan de mirarse con pasión. Se toman de la mano y él le acaricia la mejilla. Estamos de nuevo en un verdadero problema, dice ella, mientras él le acaricia la pierna debajo de la mesa.
Invierno porteño. Es el tema más melancólico de los cuatro. En él escuchó el duelo por los objetos perdidos, las culpas que  han transitado mis vísceras, las confesiones, las penitencias, los perdones, los secretos, mamá llorando en silencio o corriéndome con la zapatilla en la mano.
El invierno es  para realizar los trabajos de reparación, meditar, pensarse, juntar fuerzas y soñar. Es la estación del año para transformar los dolores en memorias, para llorar en frío, para disimular daños y tratar simplemente de convertirlos en algo imposible: el olvido.
Otro. Son amigos virtuales a través de facebook. La relación va creciendo hasta que deciden encontrarse. Ella vive en San Pablo –Brasil-, él en Santa Rosa -La Pampa-. Ella tiene 25 años. Él 65. Descubren que son el uno para el otro. La cita es Puerto Iguazú…
Primavera porteña. El siglo XXI es el siglo de la mujer, lo veo en mis nietas, chicas con una actitud desafiante, que te miran de frente a los ojos. Mujeres bellas, decididas, estudiosas, trabajadoras, independientes. Ya no necesitan de un hombre para ser madres. Y los hombres deberán renunciar a sus mandatos masculinos si pretenden ser elegidos por  alguna de ellas. Todo renace, los proyectos, las ganas de amar y ser amado. La luz, el aire, las flores de los árboles, el brillo en los ojos, y el tango del maestro me lo hace sentir en la sangre. Me siento joven otra vez, sin apuros, con la lentitud de la experiencia.
… Verano, Otoño, Invierno, Primavera y otra vez Verano…



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