lunes, 25 de diciembre de 2017

Carlos Margiotta


La Navidad con Julia  
Carlos Margiotta

Es una hermosa mujer, pensé, mientras cenábamos en la ciudad de Paraná donde había ido dar unas charlas sobre el cuidado del medio ambiente. Tiene algo que me gustan de las mujeres: es inteligente. Julia me hacía acordar aquel personaje compuesto por Jean Fonda en la película del mismo nombre.
Cuando entre al lugar, un restaurante frente al río, vi una mano agitarse en una mesa del fondo como llamándome. Nos habíamos conocido por facebook, y a partir de allí comenzó una relación virtual que terminó en ese primer encuentro cara a cara.
Hablamos hasta que cerró el local y después fuimos a tomar un café a un lugar cercano que estaba abierto toda la noche. La conversación se fue profundizando en la medida que nuestros temores se desvanecieron y crecía la confianza junto al placer de estar cada vez mas cerca. En algún momento tuve ganas de besarla pero el cansancio de la larga jornada apuró mi despedida con un abrazo.
De regreso al hotel pensé: demasiada joven, demasiado atractiva, demasiado interesante para un hombre que ha empezado a desprenderse de los recuerdos.
La segunda vez que nos vimos fue en la Terminal de ómnibus de Retiro, ella debía hacer un trasbordo para dirigirse a Trelew. En la confitería de la estación escuché sus quejas por la poca atención que le brindaba por Internet… siempre apurado… siempre cortante… parece que fuera una desconocida cuando me animé a contarte cosas de mi vida que no se las contaría a nadie.
Tenía razón, además de mi dificultad con la esta nueva tecnología de comunicación, estaba la mala experiencia que había tenido últimamente con las mujeres con que me había relacionado. –Te enganchas con los aspectos jodidos de las minas y después te dejas manejar- me había dicho un amigo.
Le reconocí mi comportamiento y le pedí disculpas, sin embargo no le me animé a contarle la verdad. Estaba enojada, le tomé las manos sobre la mesa y sonrió.
-Paso las fiestas en la casa de mi hermano que vive en Valparaíso y me quedo un mes de vacaciones. Tengo que pasar por Buenos Aires un día antes para tomar el avión, continuó diciendo. ¿Tenés lugar en tu casa para alojarme la noche del 24?.
-Si, vení cuando quieras-. Alcancé a contestarle, aunque todavía me resistía a entender algunas cosas. Le contesté mientras la acompañaba hasta la dársena de partida y nos despedimos con un beso en la comisura de los labios.
Faltaban dos meses para la navidad y nuestro vínculo fue pasando del tono tibio de las palabras a las imágenes calientes de de las fantasías.
–Sé que sos un caballero y no te vas a aprovechar de mi cuando te visite… –Quiero que me muestres los lugares del pecado en la noche porteña… –Llevame a comer a un buen restaurante árabe donde bailen odaliscas – Espero no tener frío ¿Tenés abrigo?... y otras frases que dichas por afuera de un contexto parecían una invitación a la cama.
Esta sola, es complicada, apasionada  y racional al mismo tiempo, quizá no sabe que hacer con su vida, pensé alguna noche con la cabeza en la almohada.
Cuando le conté que mi sueño era recorrer Sudamérica con una casa rodante se subió al instante: -Vamos juntos- dijo.
Había comprado una botella de champagne francés, te de hierbas de distintos sabores, unas cremas para después de la ducha, aromatizadores de oriente, y un disfraz de Papá Noel por si se daba. Entonces llamé a Brenda para que dejara impecable la casa.
En mi obsesión masculina tenía planificado las palabras a decir, los lugares y las circunstancias de las escenas imaginadas. Y por supuesto las de reemplazo sino funcionaban las titulares. 
Para el regalo de Navidad había comprado tres alternativas: un libro de poemas, un pañuelo de seda para usar en playa y en el mejor de los casos tenía preparado un conjunto de lencería fina.
El 23 de diciembre ya tenía preparada en mi cabeza la gira por las casas de comida, el paseo por Palermo Viejo, la visita por los boliches de San Telmo, y llevarla a conocer el Tres Amigos del Negro Hernández en Barracas cuando sonó el portero eléctrico.
Salí de la ducha chorreando el piso y atendí el llamado.     
-Sorpresa. Soy Julia vine un día antes aprovechando el viaje en auto de un matrimonio vecino que venia para a Buenos Aires.
Mi cabeza estuvo a punto de estallar. Me calcé un jean, una remera y bajé descalzo.
Cuando abrí la puerta y vi como si un sol inmenso entrara en el palier. De pronto vi en Julia a la mujer, y a la niña, a la abuela y a la adolescente, a la virgen y a la prostituta, a la bruja y a la sacerdotisa, a la tierna y a la sexual, al ángel y el demonio, vi en ella a todas las mujeres en un solo cuerpo.
Atiné a tomarla de un brazo y llevarla hasta al ascensor.
-Porqué no me esperaste para que nos bañáramos juntos– dijo. Allí se cayeron todas mis estrategias. La estreché contra mi cuerpo, y su pierna se acomodó entre las mías.


Nos besamos desaforadamente hasta el piso 14.

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