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Mercedes Sáenz
Una
Madrugada
Mercedes Sáenz
Es la
hora de los duendes y las hadas. No hay luz todavía, todo es color de plata,
pintado por la llovizna que acaricia lo que toca. Hamaca la copa de un árbol
liviano y deja sus hojas, con un beso de sabia.
La
llovizna no hace ruido, cuando es blanda como la luz y se desparrama sobre los
cordones de las veredas, las piedras y las plantas.
No le
importan los techos, con que la mires le basta.
Es la
hora en que las luces se quiebran en mil fragmentos, tan pequeños que intimidan
al soberano. No tiene por donde salir al mundo, sólo por los relojes de
ventana, alguno que transparente le diga que es hora de dejar el oeste y subir
por la montaña.
Es
la hora de los silencios que han muerto,
hace pequeños segundos, por que los primeros pájaros ya cantan, entibian la
garganta, ya que se mojan sus alas.
Es la
hora, entre la vigilia y el sueño del que recién se levanta
El sol
intenta subir por el río, pero también allí hay una tranquera de nubes que no
deja pasar a nadie.
La
llovizna persiste, parece un llanto de niño sin su nodriza.
¿Por qué
llora si conoce el mundo, si le es permitido acariciar cuanto existe?
¿Por qué
se enoja de pronto, y de niña se convierte en un ejército celta?
Y arranca
su territorio, el propio, porque todo su planeta es agua y quiere sacar de
cuajo los árboles y las casas. Cosas que no hubieran crecido si ella no
estuviese cerca.
Qué
sucede esta madrugada… Habla la lluvia, llora la llovizna.
Hace un
rato, lenta se paseaba pintando color de brillo cualquier cosa que tocara.
Esta
mañana era una música que en el medio del silencio, oía caer de una hoja la
gota y se la veía rodar hasta donde llegara, como una lágrima anónima ¡porque
son tantas!
Las voy a
contar una por una, porque algunas son mías y otras de quien me las guarda...
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