miércoles, 23 de agosto de 2017

Mercedes Sáenz


Una Madrugada  
Mercedes Sáenz


Es la hora de los duendes y las hadas. No hay luz todavía, todo es color de plata, pintado por la llovizna que acaricia lo que toca. Hamaca la copa de un árbol liviano y deja sus hojas, con un beso de sabia.

La llovizna no hace ruido, cuando es blanda como la luz y se desparrama sobre los cordones de las veredas, las piedras y las plantas.

No le importan los techos, con que la mires le basta.

Es la hora en que las luces se quiebran en mil fragmentos, tan pequeños que intimidan al soberano. No tiene por donde salir al mundo, sólo por los relojes de ventana, alguno que transparente le diga que es hora de dejar el oeste y subir por la montaña.

Es la  hora de los silencios que han muerto, hace pequeños segundos, por que los primeros pájaros ya cantan, entibian la garganta, ya que se mojan sus alas.

Es la hora, entre la vigilia y el sueño del que recién se levanta

El sol intenta subir por el río, pero también allí hay una tranquera de nubes que no deja pasar a nadie.

La llovizna persiste, parece un llanto de niño sin su nodriza.

¿Por qué llora si conoce el mundo, si le es permitido acariciar cuanto existe?

¿Por qué se enoja de pronto, y de niña se convierte en un ejército celta?

Y arranca su territorio, el propio, porque todo su planeta es agua y quiere sacar de cuajo los árboles y las casas. Cosas que no hubieran crecido si ella no estuviese cerca.

Qué sucede esta madrugada… Habla la lluvia, llora la llovizna.

Hace un rato, lenta se paseaba pintando color de brillo cualquier cosa que tocara.

Esta mañana era una música que en el medio del silencio, oía caer de una hoja la gota y se la veía rodar hasta donde llegara, como una lágrima anónima ¡porque son tantas!

Las voy a contar una por una, porque algunas son mías y otras de quien me las guarda...



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