miércoles, 23 de agosto de 2017

Cristina Villanueva


La niña lee 
Cristina Villanueva


Cuando cesó la búsqueda de dios en la terraza, vi suicidarse el cielo y sólo ser trazos de tiza en la vereda.

Los labios coágulos de color como espéculos de la tarde, se mecen en miradas, preanuncio del mar, para abordar secretos naufragios, viajes donde todo quedaba atrás. Tierras anteriores a los labios y los ojos, se secan los dolores en el delantal luminoso de la isla  desembarcada en Buenos Aires.

La niña lee con ojos de voyeur. libros que fosforecen en el verde de las encuadernaciones. ¿Es la mirada una punta de palabra imposible? Los dedos piel de navajas, redes que abren, cierran, papel, hojas, sueños. Castigo por el Crimen de la fuga del patio desflorecido donde la niña lee, acostada en uno o todos, regazo enredadera de voces. Manón, Ema Bovary, o un jardín desplomándose en cerezas. Ahuyentando a una muerte en celo que la buscan. Inocente perversa, revancha contra las sombras. La niña lee.

El recuerdo de mi mano contorneando los caracoles, con ojos en los dedos. Un animal marino bicéfalo, el interior suave, el exterior rugoso complejo,  erguido en picos. Contraste vivificante, lo pruebo con el dorso y con la  palma. El afuera despierta, el adentro te envuelve con una tersura cada vez más irreal. Lo deslizo en la cara, en el cuerpo, lo se, el animal vive, frío, nítido. Cuando llega al pelo le arranca música. Los rulos cantan, lo buscan, lo cercan, quieren guardarse en lo íntimo que brilla, juntarse con el mar en ese ruido del centro, sonido cóncavo y convexo fuerza disparada, fuerza que vuelve y se anilla, fiesta. Después lo rozo con las uñas y cruje en las marcas que el viento le trabajó. Poro a poro de arena como si un inmenso eco me envolviera, una ciudad entera de camellos me camina, me levanta y me suelta, laberinto de múltiples salidas, donde el juego es posible.

Vivencias acompasadas en el borde de la espuma. Nado en un mar de caracoles, hacia el lado escondido. Los bebo, me buscan el hilo rojo de los pezones Vaivén, arabesco secreto al que nunca se llega. ¿Son una boca, una mano, una pregunta? ¿Una metáfora del tiempo o del deseo?



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