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Cristina Villanueva
La niña
lee
Cristina Villanueva
Cuando
cesó la búsqueda de dios en la terraza, vi suicidarse el cielo y sólo ser
trazos de tiza en la vereda.
Los
labios coágulos de color como espéculos de la tarde, se mecen en miradas, preanuncio
del mar, para abordar secretos naufragios, viajes donde todo quedaba atrás.
Tierras anteriores a los labios y los ojos, se secan los dolores en el delantal
luminoso de la isla desembarcada en
Buenos Aires.
La niña
lee con ojos de voyeur. libros que fosforecen en el verde de las
encuadernaciones. ¿Es la mirada una punta de palabra imposible? Los dedos piel
de navajas, redes que abren, cierran, papel, hojas, sueños. Castigo por el
Crimen de la fuga del patio desflorecido donde la niña lee, acostada en uno o
todos, regazo enredadera de voces. Manón, Ema Bovary, o un jardín desplomándose
en cerezas. Ahuyentando a una muerte en celo que la buscan. Inocente perversa,
revancha contra las sombras. La niña lee.
El
recuerdo de mi mano contorneando los caracoles, con ojos en los dedos. Un
animal marino bicéfalo, el interior suave, el exterior rugoso complejo, erguido en picos. Contraste vivificante, lo
pruebo con el dorso y con la palma. El
afuera despierta, el adentro te envuelve con una tersura cada vez más irreal.
Lo deslizo en la cara, en el cuerpo, lo se, el animal vive, frío, nítido.
Cuando llega al pelo le arranca música. Los rulos cantan, lo buscan, lo cercan,
quieren guardarse en lo íntimo que brilla, juntarse con el mar en ese ruido del
centro, sonido cóncavo y convexo fuerza disparada, fuerza que vuelve y se
anilla, fiesta. Después lo rozo con las uñas y cruje en las marcas que el
viento le trabajó. Poro a poro de arena como si un inmenso eco me envolviera,
una ciudad entera de camellos me camina, me levanta y me suelta, laberinto de
múltiples salidas, donde el juego es posible.
Vivencias
acompasadas en el borde de la espuma. Nado en un mar de caracoles, hacia el
lado escondido. Los bebo, me buscan el hilo rojo de los pezones Vaivén,
arabesco secreto al que nunca se llega. ¿Son una boca, una mano, una pregunta?
¿Una metáfora del tiempo o del deseo?
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