miércoles, 23 de agosto de 2017

Fernando Dawidzon


Los libros son hermosos  
Fernando Dawidzon

¡Hola! ¿Qué tal? Me encanta que seas una persona que me inspire llegar a vos mediante la escritura, a diferencia de usar el teléfono, tan rápido e incomunicante. La escritura sigue en mi cabeza pero sin aquellos estimulantes miércoles en que nos reuníamos. Todo es muy raro; más que escribir, en este momento, estoy leyendo. La verdad, sin orden alguno (como si hubiese un orden para leer). Las sensaciones son distintas con cada uno de los libros. Creo que no puedo reflejar de mejor manera lo que estoy viviendo por adentro. ¡Me llenan!
Quiero contarte que estuve leyendo, entre otros, Crimen y Castigo de Dostoyevski. ¡Qué libro tan increíble! Es una novela que no tiene dos líneas de desperdicio. La descripción que el autor hace de los personajes, de los paisajes por los que camina el protagonista te va envolviendo en una realidad oscura, densa. La ferocidad de Raskolnikov no tiene límites. Es increíble cómo va creciendo el crimen que todavía no cometió, quiero decir, la manera en que se va desplegando la idea del asesinato en la cabeza del protagonista sumándose a su vida cotidiana. Me impresionó mucho el sueño, al quedarse dormido en la plaza, ese sueño del caballo que azotan hasta matarlo unos borrachos al salir de una taberna. ¿Te acordás? El dueño de la yegua es un campesino que sale borracho junto con otros diez, y los invita a todos a subir a su carreta; una vez arriba todos comienzan a pegarle latigazos y la yegua no se puede mover por la carga que lleva, y porque es muy vieja. Y la descripción que va creciendo, y le pegan cada vez más duro, hasta que finalmente el campesino agarra una especie de hierro y le da golpes en el lomo con el hierro. El gemido de la yegua, te puedo asegurar que lo escuchas, que lo sentís hasta que te duele a vos.
Lo mismo pasa durante la escena del crimen. Una vez que asesinó a la vieja, y después a la hermana, en el momento en que escucha los pasos de dos personas que están llegando a la casa donde Raskolnicov limpia la escena del crimen, cierra la puerta y, mientras de un lado están los hombres tirando de la correa haciendo sonar la campanilla para que la vieja les abra... del otro está el asesino (Raskolnicov) con la sangre fresca entre sus manos, mirando como se mueve la campanilla. En ese momento, te aseguro, una malla de angustia envolvió todo mi cuerpo.
Además de Crimen y Castigo, hubo otros libros que me gustaron, aunque no tienen nada que ver unos con otros.     
Por  ejemplo,  hay un libro de Victor Hugo  que se llama El Ultimo Día de un Condenado. Es un libro que lo escribió, si mal no recuerdo por el año 1830. Es un alegato contra la pena de muerte; en ese momento la guillotina hacía estragos.
Mi desordenado orden de lectura, comandado por el sinsentido, hizo que me encontrara con otro libro que también me gustó. Y a pesar de que fue un best-seller, me gustó mucho. El Anatomista, es el libro del cual te estoy hablando, al que le vi mucha dinámica, a pesar de ser un libro que... no es que tenga un ritmo lento ¡todo lo contrario! Aunque sí tiene un tiempo lento. Esto sucede, como sabrás, en mil quinientos cincuenta y pico, y sucede todo muy rápido, en un tiempo muy lento. Además creo que desperdicia, o, mejor dicho, siento que cuando comenzó a escribirlo seguramente ya tenía previsto el total de páginas. Y esa condición lo apuró. Lo apuró en el sentido de que a su creatividad la tuvo que encajar en el tamaño, por ejemplo, de una valija con tal y cual medida. Quiero decir que coartó la libertad de su creación. Además de tensar la novela (porque hay muchos momentos de tensión y equilibrio), creo que él se tensó, se restringió, en lo personal, respecto de su acto creativo.
Por otra parte, el tema, el amor veneris, es atrapante ¡y él lo hace atrapante! Cosa que le saca brillo a sus    cualidades de escritor. Me gustó mucho el recurso que usa cuando dice algo así como: "...a las cinco de la tarde llegaba Mateo Colón al burdel a retratar a Mona Sofía cuando el sol dejaba sus últimas huellas sobre "su" idílica Florencia...; ...a las cinco de la tarde, en la esquina de tal calle, se aprontaba con su cartera de filigrana Mateo Colón..."  (no es literal sino tan sólo un reflejo de lo que recuerdo haber leído). Pero lo que quiero rescatar es el recurso como de la cámara filmadora, por decirlo de algún modo, esa cosa de repetir la misma situación de muchas maneras diferentes.
Está bien, no quiero extenderme demasiado de una  sola vez, no voy a tomarme el mar de un solo trago.  ¡Voy a los otros!
El Túnel es otro libro que,  ¡me lo comí! ¡Qué frenético me puso conocer a Juan Pablo Castel! Esa  forma neurótica de manifestar el amor, y cuánto más y  para decir... Yendo del amor al odio, del amor enfermo
obsesivo a una exacerbación de la destrucción, que Sábato supo decir de una manera genial.
Tengo muchos libros que están alistados para ser leídos, tengo muchas historias para conocer. Los libros son hermosos, son objetos que relaciono directamente con mi tardía infancia; más bien con mi temprana adolescencia. No es que yo me la pasara leyendo ni nada por el estilo. Sin embargo, no sé cuando, posiblemente en algún cumpleaños,  recibí un libro de regalo y sentí una sensación de que con mis pulmones respiraba todo el oxígeno que me rodeaba, me llenaba el solo acto de abrir el regalo y descubrir con él el prometido título que se escondía bajo el papel. Esa sensación convivió conmigo muchos años. De chico tuve pocos libros (de eso me dí cuenta más tarde). Hoy, hace rato que cuando cierro mis ojos me veo rodeado de libros, con una biblioteca de piso a techo, junto a una escalera para acceder rápido a todos, y los acerco a mi nariz y sentir el olor de las letras, del papel viejo que contiene las ideas de un hombre, o de una mujer.
Llevármelos a los ojos y extraer sus ideas y degustar ese sabor particular que me deja cada uno, ¡es vitamínico! ¡Es vital!
 Estuve leyendo los Paraísos Artificiales, de Baudelaire. Creo que leí una mala traducción porque, o le estoy exigiendo más a Baudelaire de lo que Baudelaire es, o me fue duro llegar al final. Pero sí tomé cosas que no tienen que ver con el tema que trata en sí mismo. Baudelaire recomienda leer La Piel de Zapa, de Balzac. Dice que es un libro muestra algo así como las pieles del Hombre. Ya lo tengo en la mesa de luz, aguardando ser atrapado.
Te cuento que a los Paraísos... llegué mediante La Historia de los Estimulantes, un precioso libro que cuenta la historia de la sal, la pimienta, el café, el aguardiente, el rapé y el opio como estimulantes en diferentes culturas y épocas, apoyando un pie en la his -toria económica, política y social y otro en los estimulantes en sí mismos. No está escrito científicamente sino en forma literaria.
En este momento estoy con Nombre Falso, de Piglia. Me parece, e insisto con esto, es una lectura difícil de seguir, en el sentido de la puntuación, específicamente. Creo que Piglia no es para cualquiera. Le pide mucho al lector de su concentración para poder llevarlo amenamente y seguir el hilo de los cuentos. Escatima mucho en luz y desborda en oscuridad, y cuando leo algunos de sus cuentos a veces soy apenas una mecha, otras soy una vela y pocas veces tengo el sol sobre la mesa de luz.
Tambien estuve hojeándo…, bah! Un poco más que hojeando, La Dama del Perrito: cuento que más de una vez me nombraste. Chajov es el padre del cuento, me decías, entre café y cigarrillos. También EL Limonero Real me esta esperando en la cartera que me acompaña a mi trabajo. Y así ando por el mundo de las letras, tomando lo que encuentro, sin un hilo determinado.
Me siento frente a la computadora para escribir y escribo cosas que hoy no me conducen a ninguna idea, a trabajar, a seguir. Quisiera convertirme en un profesional de la escritura, en un  trabajador de la escritura, de la lectura de textos, pero, por ahora, no aparece nada que deje huella en mi pensamiento, nada que surque mi mente y me conduzca a arar el campo de mis ideas. ¿Podré? No o sé. A veces quiero que mis manos tomen mi voluntad y la sacudan, la aviven, la despierten, para acercarse a mis ideales. Otras, pienso que es mi voluntad la que debe tomar mis manos y ponerlas a trabajar para estar más cerca de mis ideales. Mi brújula apunta hacia el norte, espero no cambie el viento. Me despido con un fuerte abrazo, y nunca me olvido de lo que siempre recuerdo:  las cosas terminan cuando no hay nada más en común.


Fernando Dawidzon es psicólogo. Publicó La Hipocresía y el Cinismo en el Amor Brujo de roberto Arlt. Ed.Fudación del Libro. Abril 2000. Premio Edenor.

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