Mi Daniel
Lulú Colombo
"Le
dieron casi once años por asesinar a su novio". No es verdad, pero así
dice el titular del diario. La única verdad es que mi Daniel está muerto. Quién
puede compadecerse de mi tormento. Una frase..., pido sólo una frase de
compasión. Ni yo ni nadie puede redimirse de un pecado que no ha cometido. Si
en algo he pecado, ha sido en amar más que a mi vida. Me es difícil creer que
yo lo maté. La ley lo dice. Estoy postrada y sé que la mano del destino ha
dispuesto que viva así, con el corazón revuelto en un cuerpo inerme. He
repasado una y otra vez el momento en que le di muerte, según los autos, y me
palpo todavía para comprobar que estoy viva. Prefiero el refugio cuando
mirábamos el río, plenos de amor. Veo su rostro intenso y su fuerza. Por eso me
fui con él. Y él me puso a trabajar de noche. Y yo acepté porque lo amaba. Amar
es perderse de sí. Un día lo vi en la parada con esa mujer. Supe allí que me
traicionaba y lloré. Escuchó mi reproche con estupor y furia. El puño me partió
la boca. Pero el amor es eterno y yo juré vivir el amor hasta la eternidad.
Lloro ahora esa eternidad porque me quemo en el ardor de un pecado que no
cometí. Vi su cuerpo joven caer bañado en sangre pero no sé cómo ocurrió todo.
Abrí los ojos y Daniel estaba muerto. Me debato en la duda de mi deseo de matar
y la muerte en sí. Hubo otra mujer en la escena del crimen y el fiscal lo
niega. La bala que encerró en esta prisión de ruedas no salió de mi deseo, lo
juro. No recuerdo que yo quisiera morir pero sí a la otra, la que nos sumió en
la desgracia. Me indago hasta desfallecer
si puede el puro deseo matar o si yo habré realmente apuntado el arma y
disparado. Y ése es el instante que busco. Insisto en que no maté porque no
tengo pruebas reales del hecho. Si el juez tuviera razón yo me salvaría. Yo que
he amado a Daniel desde el primer instante en que lo vi y que lo lloro, estoy
postrada en esta silla, atada para siempre a la penitencia de estar en esta
cárcel que el destino me ha creado. Una mano disparó dos veces, según el
fiscal, pero yo no sé si es la mía. Se me acusa de dispararle dos tiros a
quemarropa y luego intentar suicidarme. No hay testigos. Sólo pruebas de
balística. Yo jamás he usado un arma. Me pregunto, ¿quién no ha tenido las
entrañas incendiadas por la furia? ¿o por el amor? Todo se ha apagado ya. Que
el juez me haya condenado no significa nada para mí. Recuerdo la bella voz de
Daniel y su andar. Siento su presencia y lo veo llegar y sorprenderse de verme
postrada. Nunca sabremos de donde salió el tiro que me quebró la espina y mató
a mi bebé el día en que Daniel iba a saberlo.
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