ÚLTIMO VIAJE
Marta Becker
Bajo
a toda velocidad las escaleras del subte para alcanzar la última formación de
la noche. Entro en el vagón justo en el segundo en que se cierran las puertas.
No hay nadie. Tomo asiento, extrañado, supongo que es por la hora. Con
sorpresa, noto que el transporte no se detiene en la siguiente estación. Los
vagones corren a velocidad y tampoco paran en las otras estaciones, que van
pasando ante mis ojos muy abiertos por el asombro. Por las ventanillas veo una
sucesión de oscuridad, un haz de luz que proviene de cada andén, oscuridad
nuevamente. Trato de abrir la puerta que comunica con el siguiente vagón, no
puedo. La golpeo con fuerza, tironeo, le doy patadas, hasta que por fin lo
logro y paso al otro compartimento. También está vacío. Sigo camino por otros
tres vagones. Vacíos. Llego hasta el lugar del conductor… sorpresa, nadie maneja
la formación. Entro en pánico. Pido socorro pero el ruido metálico de las
ruedas se traga mi voz. Gruesas gotas de sudor resbalan por mi cara mezcladas
con las lágrimas que brotan de mis ojos.
El convoy sigue corriendo a toda velocidad, noto que el recorrido es circular,
vuelvo a pasar por los mismos lugares. Intento inútilmente romper varias
casillas que contienen el martillo para usar en caso de emergencia. Tiemblo de
rabia ante tanta impotencia. Siento mucho calor y me quito el saco y noto que
los brazos están cubiertos de ventosas que revientan y comienzan a sangrar. No
tengo manera de detener la hemorragia. También sangro por la nariz y me llena
la boca un sabor amargo que me quema. Desesperado corro al último vagón con la
esperanza de romper la puerta y tirarme, de escapar de esta trampa. Me reciben
voces que gritan cosas que no entiendo… brazos que me sacuden… alguien que me
abraza… un olor ácido muy fuerte absorbe todo el oxígeno… llevo las manos a la
garganta, me ahogo… en un solo segundo de lucidez alcanzo a oír –lo perdimos- …
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