Amores mínimos Carlos Margiotta
Ella le
pidió que le escribiera un poema. Él no pudo hacerlo.
Ella era
el poema.
Te espere
todo el día sabiendo que no vendrías es noche… ni mañana… ni pasado, tal vez
nunca. Entonces, mi amor, iré a buscarte al lugar de nuestro desencuentro.
El sexo
de Marta es una brasa adormecida entre las sedas de su vestido. Bastará una suave
brisa, un gesto, quizá una mirada para encenderla otra vez e incendiarnos en el
fuego que aún nos queda.
Hablaba,
y hablaba sin detenerse. Era un manojo de palabras sin sentido arrojadas en
aquel bar del centro porteño. Hablaba y hablaba mientras él la miraba
amorosamente esperando una pausa para decirle: te quiero. Pero eso no ocurrió
nunca. Cuando salieron a la calle un torrente de palabras líquidas lo arrastro
por la alcantarilla.
Ahogada
de tanto desamor, la poeta se quitó los zapatos, bajo los escalones y camino lentamente
por la arena para hundirse en el mar.
Ella
llevaba a su perrita al parque Los Andes todas las tardes. Él a su perrito
también. Los animales se atrajeron de inmediato. Ellos también. Los animalitos
se divertían jugando. Ellos también. Cuando llegó la primavera, los perros en
celo hicieron lo que la naturaleza les ordenaba. Ella y Él lo hicieron como
animales.
La lluvia
cae sobre nosotros en esa tarde de invierno llena de tristeza. Iba a decirte
adiós. Y terminamos en un cuarto de hotel, gota sobre gota, mojando nuestra
despedida.
Jugábamos
al ajedrez. Ella con la mirada me decía que sí, y con la boca me decía que no.
Entonces no tuve otra alternativa que mover el caballo y estrechar sus labios
con los míos.
Lo conocí
en un sueño. Su piel oscura brillaba en la noche como un fuego y me enamoré de
inmediato. Todas las noches lo vuelvo a soñar tendido en la cama junto a mí.
Ayer estaba en casa con mis amigas, sonó el timbre y abrí la puerta. Era él,
traía una caja en la mano con una grande de muzzarella.
Quiero
que me escribas un poema sobre la piel, allí donde termina la espalda, dijo
ella. Él tomó una pluma con tinta china y escribió: “Tu piel, siempre tu piel
tendida a mi lado iluminando la noche eternamente”. El amor duró hasta que se
ducharon.
Espejito,
espejito, ¿Hay alguien mas linda que yo?, preguntó la mujer. ¡Sí! Contestó el
espejo. Entonces corrió hasta el teléfono, abrió la agenda y llamó al cirujano
plástico.
La mujer
se desnudó mirándome sin pudor a los ojos, entonces desabrochó su pecho y se
arrancó el corazón herido. Es tuyo, dijo. Ni siquiera se quitó la ropa.
Ella se
enamoró del mago del circo. Todos los días iba a las funciones para mirarlo
embelezada. Una vez el mago la invitó a realizar un truco delante del público.
Ella se metió en una caja negra y desapareció para siempre.
Se
conocieron por facebook. Se contaron mentiras y verdades. Intercambiaron fotos
de otras épocas. La atracción mutua fue creciendo hasta que él la invitó a la
primera cita. Allí se dieron cuenta que ambos iban diariamente al mismo cyber.
Él le
dijo que ella era muy sensible para soportar una tormenta.No se dio cuenta que
Ella era la tormenta.
No hay
mujeres feas, dijo el poeta. Todas tiene algo especial por la cual nos sentimos
atraídos… o rechazados.
Negro ¿No
sabes donde van a parar esos besos, los buenos besos que nos dimos hace tiempo
haciéndonos temblar? Él pensó un rato y contestó.
Esos
besos vagan por los recuerdos como un alma en pena, esperando unos labios
igual a los tuyos para posarse en ellos.
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