Los caminos de Dios
Graciela Núñez
Nunca
me gustaron las mujeres feas. Ya sé que la belleza interior es más importante
que la otra, la externa; pero no me vas a decir que una mujer no te entra por
los ojos. Por lo menos a mí me sucedía eso. Y fue así hasta aquel día en que el
accidente cambió para siempre mi vida.
Cuando
escuché la voz de un colega mientras estaba internado en el sanatorio que me decía
que me había quedado ciego, el mundo se me derrumbó de golpe.
Mi
esposa me pidió el divorcio (no soporté su lástima y no escatimé esfuerzos en
herirla e insultarla). El resentimiento y la bronca me obnubilaban más que mi
propia ceguera.
Dejé
de trabajar como médico y me ocupé de actividades manuales para poder
sobrevivir, que nunca me gustaron hacer. Me anoté en un coro para cantar y allí la conocí a
María.
Jamás
pude verla, nunca pude saber si realmente era linda o fea. A veces cuando paso
mi mano por su rostro pienso que no me gustarían sus rasgos, que no hubiera
vivido con ella si pudiera verla… pero ¿Cómo saber? ¿Quién me va a decir que es
fea, que no es para mí? Sé que el accidente además me desfiguró la cara y tal
vez yo tenga una apariencia física peor que la de ella.
¿Quién
hubiera pensado que yo que era un narcisista, terminara mi vida ciego,
desfigurado y al lado de una mujer fea que soportara mi malhumor, resentimiento
y desplantes?
¡No
cabe duda que los caminos de Dios son misteriosos!
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