Las chicas del adiós
Carmen Rosa Barrere
El
culto a la belleza y los cuidados del cuerpo vienen de lejos y han sido
compartidos por ambos sexos. Las mujeres de Egipto aparecen en los frisos que
las representan con miembros alargados, rostros afilados y manos de largos
dedos y uñas pulidas pintadas de color. Masculinos con perfil de águila y sus
damas, usaban tintes oscuros para remarcar el delineado de las cejas, que
otorgaba a los ojos un rasgado misterioso, atractivo y tremendamente sensual.
Mika Waltari nos contacta con la presencia de una beldad llamada Nefertiti.
Mujer codiciosa que utilizaba a la belleza como anzuelo para convencer a un
médico real que recibiría sus favores previa entrega de la tierra donde él
debía enterrar a sus padres. Gravísimo ataque a la moral de un hombre de ese
tiempo, cuando el culto a los muertos era sagrado…y la tentación una orden del
día. Al parecer, el mayor atractivo de la mujer que enloqueció a Sinhué, fue el
misterio. Una distancia física utilizada con afinada perfección por la
trastornadora de hombres.
Revisando
pinacotecas afamadas, se advierte que la piel y el hueso pasan de moda. Las
damas de Goya exponen sin miedo sus rollitos; los hombros que se descubren
tientan con su redondez madura, propiciando el roce o el mordisco y los senos
se descubren. Un caballero ligeramente cínico me dijo una vez: los metros de
tela para vestir mujeres son siempre los mismos. O se pone a la vista lo de
arriba, o se acortan las faldas. En ese pasado, damas y damiselas que podían
ser reinas o cortesanas, usaban la esquelita y la hondura del escote para
intercambiar citas escandalosas dentro de sábanas ajenas. Un músico contratado,
o un bardo, alzaban la voz para entonar melodías dulzonas o leer sin prisa
poemas escabrosos que avivaban el jueguito sexual de la pareja sin escrúpulos
pero con ganas. Socializando, usaban abanicos para resguardar la risa y las
vestiduras pesadas y las pelucas les prestaban aires de damas austeras,
distantes y misteriosas.
En
nuestro tiempo -y acá me modernizo del todo- las muchachas no solamente se
entrenan en el comer poquito y vomitar como rutina y sin asco, sino que a eso
le suman toda clase de gimnasias agotadoras, pesas y aparatos que estiran,
ablandan o muchas veces endurecen a los castigados músculos. Ninguna está
informada que no todo aparato o rutina le conviene a su esqueleto. Está de moda,
lo usa una fulana que es un hembra súper increíble, exhibida en la tele, por la
que se pelean con palabras soeces dos pseudo masculinos tatuados y cincelados a
nuevo porque tienen un dinero llovido del cielo que les permite tales cambios y
por los que ellas suspiran. Ésa es vida. Hacia ahí dirigen sus esfuerzos. A eso
se reducen sus grandes metas existenciales. Y allá van.
Salir
de noche un viernes es la justa. Pegar con la pelota en el arco. Los viernes
los lugares de onda están repletos. De parejas y de singles tentadores. El
sábado es maso y el domingo un verdadero quemo.
Las
jovencitas vienen con una amiga o dos. Todas delgaditas y lindas, aparecen en
la media luz tapadas con pedacitos de tela, breteles resbaladizos y pechitos
que buscan con urgencia un par de manos hábiles acostumbradas a manejar
billetitos verdes. Se acomodan en la barra. Sonríen al barman, así el trago
pedido llega bien cargado. Con la boca, beben. Los ojos se pierden donde acaba
la vereda y los solos estacionan los automóviles. Si el vehículo es de marca y
nuevecito deja de importar si el que desciende es bajito o alto, pelado o lleno
de rulos, con cara de yo no fui o de truhán. La noche se escabulle, hay que
pescar a alguien divertido, movedizo y sin anillo, mejor. El anzuelo está
echado.
Transformadas
en sirenas de leyenda, no atraen al candidato con cantos.
El
conjuro aparece con la risa, el largo estupendo de las piernas y la redondez de
un traserito logrado mediante el látigo del entrenador. Que no es látigo, pero
el tipo las destruye mirándolas con lástima cuando dicen estar cansadas y
pretenden huir de la fatigosa rutina.
Beben
juntos varias copas riendo como chicos. Bailan apretaditos durante toda la
noche. A él le gusta la piel de la jovencita. La desfachatez con la que habla.
La entrega con vestido, zapatos de tacón y melena despeinada donde nada se
oculta. La ligereza del parloteo comienza a aburrirlo. La estrecha con renovado
entusiasmo, silabea una propuesta y se marchan hacia el departamentito de un
ambiente que él tiene alquilado con un par de amigos de la facu. Llevan un
siniestro almanaque, donde se establecen con rigor los días de ocupación
correspondientes a cada uno. Él no sabe su nombre. Ella no conoce lo que él
estudia y da por sentado que se enterará mañana. No existen mañanas, ni trajes
de novia, ni velos nupciales para estas chicas del adiós. Son hojas al viento
desprendidas de hogares disociados y padres corriendo a mil para veranear ese
año en un lugar más o menos decente. Nadie las mira a los ojos cuando son
depositadas en sus puertas. Nadie las abraza o las olfatea para percibir qué
estuvieron fumando.
Mañana
a la tarde la madre asiste a su reunión con gente interesada en formar a
adolescentes; hablan de valores, de colegios donde se aprenden los recaudos del
sexo como madres modernas y se anotan para visitar barriadas donde las mujeres
están desinformadas. Los refranes alcanzan la fama por algo: “La paja en el ojo
ajeno y el leño en el propio”, es el corolario acertado para este minúsculo
mensajito de lo que veo con tristeza si detengo mi atención en la calidad del
lente que usa parte de esta sociedad globalizada.
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