Escribimos para ser
leídos
Carlos Margiotta
En
épocas de crisis como la actual, donde prevalece el olvido sobre la memoria
negando la historia reciente, donde reina el dios del consumo con desmesura,
donde observamos la ruptura de los lazos sociales de manos de la xenofobia y
marginación, donde se exalta la violencia, el maltrato, el abuso y otras
calamidades, podemos pensar la escritura como una forma de resistencia, una
manera de tejer nuevos vínculos, para anudar en una red los valores que nos
convirtieron en buenas personas.
Escribir
es reparar, es apostar a la vida contra la muerte, es curar heridas, buscar
nuevos sentidos, rescatar recuerdos
buenos o malos, acariciarnos con palabras buscando al otro.
Escribir
es emocionarse y emocionar al lector.
Entonces escribimos para no olvidar, para disminuir la velocidad con la
que vivimos, para recuperar lo que se ha pedido, para detenernos a pensar lo
cotidiano y pensarnos a nosotros mismos.
Escribimos
para no morir, para la posteridad, para encontrarnos con el otro, escribimos
para ser leídos.
La
relación entre el escritor y el lector puede pensarse como un puente entre dos
orillas. Ambos se miran, se gustan, se atraen, y pueden llegar a amarse en la
medida que se animan a cruzarlo. Un puente hecho compartiendo fantasías.
Escribir
es construir una historia con restos de lo vivido, con lo que nunca pasó, con
lo que se perdió, con lo que pudo haber sido.
El
escritor deberá quitar lo superfluo de la historia, lo innecesario, para contar
lo esencial para que después el lector complete el texto.
Escribir
es contar mentiras que contienen una gran verdad. La escritura es mas pobre
pero mas clara que la vida, dice Kafka. Pero lejos de refugiarse en la literatura
por debilidad frente a la vida, se aísla para crear y recrear la vida.
Basta
observar cualquier hecho cotidiano: Una chica hablando por el celular en el
subte, un portero baldeando la vereda, un chico jugando en una plaza, una
pareja besándose en una esquina, un tipo caminado con un maletín en la mano, dos mujeres solas en un
café, para tener una historia que contar.
Tanto
el acto de escribir como el de leer se hacen en privado, como la sexualidad.
Los dos se encuentran en ese espacio secreto, como un acto de amor, se van
acercando, conociendo, hasta que ambas historias comienzan a ser una.
La
literatura y la vida confluyen en un punto, y no se trata de escribir bien o
mal, se trata de sentirse un escritor, de transcurrir lo cotidiano desde otra
mirada, desde el lugar del contador de historias.
La
literatura es un borrador donde se puede escribir y reescribir mil veces una
experiencia hasta el punto final, cosa que no podemos hacer en la vida.
En
el Taller de Escritura nos reunimos para soñar juntos, para compartir
historias, para resistir a la realidad,
para sentir, para expresarnos, creando,
El
Taller es un espacio de intimidad, allí somos libres para inventar cualquier
historia bajo el disfraz de cualquier género. Allí podremos ser Napoleón o un pordiosero, María
o Magdalena, un niño o un anciano, una esposa o una amante.
El
Taller es un espacio para relacionarnos con otro que resuena en la misma
frecuencia, compartiendo la misma pasión, la misma voz, la misma lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario