domingo, 22 de enero de 2017

Ileana Falconna

 19:45 
Ileana Falconna

Camino ansiosa hacia las escaleras del subte, a medida que asciendo aparece el cielo nublado de Retiro. Miro el reloj, son las 19:40 hs. Debo apurarme, el cliente me citó exactamente a las 19:45 en la Torre de los Ingleses. No puedo desperdiciar esta oportunidad, tal vez sea dueño de una importante librería y logre captar su atención en mis libros.
Con el paso apresurado llego a la Torre Monumental. Apoyado en la puerta del frente principal un señor alto con un elegante traje y boina me espera. Al acercarme noto que unos finos hilos castaños cubren sus ojos celestes.
Luego de presentarse, me invita a tomar un café. Recorremos av. Libertador con sus altas torres iluminadas en la noche. Encontramos un antiguo bar, su aspecto acogedor nos invita a entrar. Mi cliente es muy formal en sus gestos y palabras. Cuando le muestro mis libros los mira detalladamente, sin apuro. Se detiene en una poesía que  dediqué a mi escuela primaria y esboza una sonrisa. Esa sonrisa produjo en mi un deja vú. ¿A quién me recuerda esa sonrisa? Me quedo pensando y mirando su rostro. El caballero con un tosido interrumpe mi ensimismamiento. Se interesa en algunos libros y me pide una semana para poder leerlos y volver a comunicarse.
Es la mañana del día domingo y recibo en mi Facebook un mensaje del caballero:
“La espero mañana en la Torre Monumental a las 19:45”
Es una buena señal, seguro le agradaron mis escritos. Preparo mi maletín con todo el material posible. Esta vez soy yo la que aguardo al pie del gran reloj, al marcar las agujas la hora convenida aparece a lo lejos la figura esbelta del elegante caballero. Nos dirigimos nuevamente al antiguo café y luego de sentarnos, abre uno de mis libros. Lee con voz profunda una poesía titulada “La Princesa”. Al terminar, mirándome fijamente dice:
Esto no lo escribió usted
¿Cómo sabe este hombre eso? Me quedo asombrada y él sin dejarme hablar  añade:
Este poema lo hizo su compañero Félix Martins quien estaba profundamente enamorado de esa muchachita pelirroja. Acercándose pronuncia con una voz muy suave:
¿Ya te olvidaste de mi?
En ese momento la niebla que cubría mis ojos desaparece. Es Félix, el niño que me dejaba en el pupitre sus versos de amor. Su aspecto es muy diferente excepto su sonrisa. Las lágrimas caen por mis mejillas ¡pasaron 30 años sin vernos! Félix me confiesa que por más que lo intentó no tuvo ninguna noticia sobre mí hasta que los avances tecnológicos le permitieron rastrearme por Facebook. Es lo que siempre deseó, volverme a ver. Luego de una larga charla en la que muchos gratos momentos volvieron a pasar por el corazón, nos despedimos con un cálido abrazo, ambos nos resistimos a separarnos. Antes de marcharse, Félix toma mi mano y me entrega un sobre. Con su sonrisa y un guiño de ojo desaparece en la oscuridad.
Abro la carta y leo lo que está escrito con una delicada letra:
“Princesa, si deseas que nuestra historia continúe te espero mañana, en el lugar que te impactó a los 12 años en nuestra salida con los compañeros: la Torre de los Ingleses. A la hora que te vi por última vez hace treinta años tomada de la mano de tu padre alejándote de mi vida: a las 19: 45”



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