Te de Ceylan
Enrique Santos Discépolo
(1952)
Resulta
que antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Sobre todo lo chiquito.
Pasaste de náufrago a financista sin bajarte del bote. Vos, sí, vos, que ya
estabas acostumbrado a saber que tu patria era la factoría de alguien y te
encontraste con que te hacían el regalo de una patria nueva, y entonces, en vez
de dar las gracias por el sobretodo de vicuña, dijiste que había una pelusa en
la manga y que vos no lo querías derecho sino cruzado. ¡Pero con el sobretodo
te quedaste! Entonces, ¿qué me vas a contar a mí? ¿A quién le llevás la contra?
Antes no te importaba nada y ahora te importa todo. Y protestás.¿Y por qué
protestás? ¡Ah, no hay té de Ceilán!. Eso es tremendo. Mirá qué problema. Leche
hay, leche sobra; tus hijos, que alguna vez miraban la nata por turno, ahora
pueden irse a la escuela con la vaca puesta.¡Pero no hay té de Ceilán! Y, según
vos, no se puede vivir sin té de Ceilán. Te pasaste la vida tomando mate
cocido, pero ahora me planteás un problema de Estado porque no hay té de Ceilán.
Claro, ahora la flota es tuya, ahora los teléfonos son tuyos, ahora los
ferrocarriles son tuyos, ahora el gas es tuyo, pero…, ¡no hay té de Ceilán!
Para entrar en un movimiento de recuperación como este al que estamos
asistiendo, han tenido que cambiar de sitio muchas cosas y muchas ideas;
algunas, monumentales; otras, llenas de amor o de ingenio; ¡todas asombrosas!
El país empezó a caminar de otra manera, sin que lo metieran en el andador o lo
llevasen atado de una cuerda; el país se estructuró durante la marcha misma;
¡el país remueve sus cimientos y rehace su historia! Pero, claro, vos estás
preocupado, y yo lo comprendo: porque no hay té de Ceilán. ¡Ah… ni queso!.¡No
hay queso! ¡Mirá qué problema! ¿Me vas a decir a mí que no es un problema?
Antes no había nada de nada, ni dinero, ni indemnización, ni amparo a la vejez,
y vos no decías ni medio; vos no protestabas nunca, voste conformabas con una
vida de araña. Ahora ganás bien; ahora están protegidos vos y tus hijos y tus
padres. Sí; pero tenés razón: ¡no hay queso! Hay miles de escuelas nuevas,
hogares de tránsito, millones y millones para comprar la sonrisa de los pobres;
sí, pero, claro, ¡no hay queso! Tenés el aeropuerto, pero no tenés queso. Sería
un problema para que se preocupase la vaca y no vos, pero te preocupás vos.
Mirá, la tuya es la preocupación del resentido que no puede perdonarle la
patriada a los salvadores.
Para
alcanzar lo que se está alcanzando hubo que resistir y que vencer las más
crueles penitencias del extranjero y los más ingratos sabotajes a este momento
de lucha y de felicidad. Porque vos estás ganando una guerra. Y la estás
ganando mientras vas al cine, comés cuatro veces al día y sentís el ruido
alegre y rendidor que hace el metabolismo de todos los tuyos. Porque es la
primera vez que la guerra la hacen cincuenta personas mientras dieciséis
millones duermen tranquilas porque tienen trabajo y encuentran respeto. Cuando
las colas se formaban no para tomar un ómnibus o comprar un pollo o depositar
en la caja de ahorro, como ahora, sino para pedir angustiosamente un pedazo de
carne en aquella vergonzante olla popular, o un empleo en una agencia de
colocaciones que nunca lo daba, entonces vos veías pasar el desfile de los
desesperados y no se te movía un pelo, no. Es ahora cuando te parás a mirar el
desfile de tus hermanos que se ríen, que están contentos… pero eso no te alegra
porque, para que ellos alcanzaran esa felicidad, ¡ha sido necesario que
escasease el queso!. No importa que tu patria haya tenido problemas de
gigantes, y que esos problemas los hayan resuelto personas. Vos seguís con el
problema chiquito, vos seguís buscándole la hipotenusa al teorema de la cucaracha,
¡vos, el mismo que está preocupado porque no puede tomar té de Ceilán! Y
durante toda tu vida tomaste mate! ¿Y a quién se la querás contar? ¿A mí, que
tengo esta memoria de elefante?. ¡No, a mí no me la vas a contar!.
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