LA MUJER FANTASMA
Marcos Rodrigo Ramos
Llegué
con la tormenta al hostal cansado luego de casi 20 horas de viaje en micro. El
lugar no era la gran cosa pero era funcional por su ubicación, lo que tenía que hacer y su precio más que
conveniente.
No
estaba la mujer que atendía siempre, en su lugar había un hombre de 40 y pico
de aspecto hippie y tonada extraña. Tomó mis datos y me dio las sábanas de la habitación compartida. Elegí la cama
más cercana al ventilador.
El
cuarto de milagro estaba vacío aunque no muy limpio. Acomodé mis cosas en los
lockers. Me llamó la atención ver por el piso muchos restos de velas
derretidas. Pensé en un corte de luz
reciente. En partes del patio, la cocina e incluso el baño encontré
también los mismos restos.
Luego
de bañarme me crucé con uno de los antiguos encargados, un muchacho joven que
más de una vez había sorprendido a los besos con algún que otro novio en la
cocina. En general había muchas parejas de hombres jóvenes como
huéspedes.
Ya más tarde escuché a una mujer que discutía
con el encargado extranjero, éste la retaba con violencia, pero tenía tanto sueño que apenas me acosté
quedé dormido.
Cuando
desperté, salí a prepararme el desayuno y me encontré con él. Me contó que era
colombiano, tenía un hijo allá y esperaba traerlo pronto para acá. Su aspecto
delataba su otro oficio, artesano de esos que venden pulseras en las plazas,
ropas hippies, ojos rojos y un eterno olor a vino.
En
un momento apareció una chica de 25 años, muy buen cuerpo, vestía un short
corto verde con musculosa a tono, tenía el pelo corto y era muy bonita. Pasó
sin saludar y se sentó en una mesa. El colombiano (que la doblaba en edad) fue
con ella y se besaron. Luego le acercó un vaso y trajo una botella de cerveza
que evidentemente era el desayuno de los dos, ella tenía los ojos menos rojos
que él.
A
la noche los artesanos ya no estaban. En su lugar había dos hombres muy gordos,
uno de ellos visiblemente atraído por mí pese a que decía ser separado y con
hijos. Los “gordos” escuchaban una música bien distinta a la del colombiano que
ponía siempre reggae y Metallica, los
“gordos” escuchaban Raphael y Pimpinella. La habitación daba al pasillo de la recepción
por lo que, aunque no quisiera, escuchaba la música y lo que hablaban.
Contaban que habían escuchado pasos por los pasillos
cuando no había nadie e incluso muchas veces las canillas habían aparecido
abiertas solas. Notaba cierta preocupación en su voz, me di cuenta que no
sospechaban que hubiera sido una persona
la que hacía eso por las noches sino otra cosa.
Una
vez en ese mismo hostal me había ocurrido un evento un poco inexplicable. Había
llegado muy tarde, casi a las cuatro de la mañana, y de repente noté que se
había abierto la lluvia de la ducha del baño. Me pareció raro porque no había
visto a nadie entrar y la luz estaba apagada. A las seis todavía estaba oscuro, me desperté de
urgencia para orinar y la lluvia seguía aún abierta y la luz apagada. Fui al
otro baño, no se atreví a golpear y preguntar si había alguien en ese.
Ahora
comprendía ciertas cosas, que las velas en todo el hostal, demasiadas, no eran
por un corte de luz, sino algún tipo de conjuro para ahuyentar malos espíritus.
Me alteró más darme cuenta que la habitación en la que estaba era el lugar en
que había más cantidad de velas.
Estaba
cansado, muy cansado, pero no podía dormirme. No creía en espíritus ni
fantasmas, pero el relato de los “gordos” me había dejado alterado. Por un
momento sentí una leve presión en los hombros, la atribuí a los delgados
colchones del hostal pero luego pensé otra cosa. Rápido y agitado fui hasta la
perilla y encendí la luz. Dejé la luz prendida toda la noche, sólo así pude
tranquilizarme y al fin dormir
Al
mediodía me encontré con la muchacha que esta vez me respondió el saludo y
hasta me hizo algún comentario sobre el calor. En una tabla estaba cortando
cebolla, verdeo y ají. Estaba haciendo una salsa que luego puso sobre dos masas
de pizza estiradas bien finas que parecían precocidas. Yo almorcé un café con
fiambre y un pan de salvado asqueroso. Pensé que bueno sería si yo supiera
cocinar así, o alguien me cocinara así alguna vez. Alejé mi pensamiento pero el
olor me hizo agua la boca, Comieron una de las pizzas con sus correspondientes
dos botellas de cerveza y los cigarrillos que parecían estar casi eternamente
prendidos en sus manos. La música ahora era cubana. Ella limpió todo y juntos
fueron a su cuarto.
A
la medianoche fui a la cocina, envuelta estaba la masa
masa
precosida que les había quedado. En un plato una porción de pizza sobrante. Me
aseguré que no hubiera nadie cerca, al principio fue la punta, al sentir el
sabor ya no pude detenerme y la comí en no más de tres bocados.
El
hostal parecía desierto, recordé que había dejado en el fondo la toalla
secándose y era inminente la llegada de una nueva lluvia así que fui a
buscarla. De repente del fondo de entre las sombras apareció el colombiano sin
remera y con los ojos más rojos que nunca, Me dijo unas palabras que no entendí
y medio tambaleándose se fue hacia su cuarto en donde seguramente lo estaría
esperando ella. En el fondo el patio olía a cítrico, a ácido, a marihuana.
El
martes cuando fui a la cocina estaba ella en una de las mesas preparando las
pulseras que luego saldrían a vender. La noté triste, sería, Me acerqué a
pedirle fuego para prender la cocina. Me dio su encendedor y nuestros dedos por
una milésima de segundo se tocaron, un tiempo imperceptible para cualquiera
pero no para mí. Cuando volví para devolvérselo estaba él que saludándome lo
tomó.
Al
rato los escuché discutir de vuelta, el motivo de la pelea era en apariencia
los celos de ella porque el colombiano seguía viendo a una ex novia. “Pero si
es mi amiga. Como quieres que no la vea. No eres razonable, por Dios” le
gritaba con esa tonada que cada vez me
caía más pesada.
Uno
de los “gordos” me contó que dos huéspedes nuevas se habían quejado de la
pareja porque los habían visto en una situación poco decorosa en la cocina y
que el dueño del hostal estaba pensando en echarlos si se repetía esa situación
otra vez.
Ese
mismo día salí a la hora de la siesta y volví enseguida. Toqué el timbre pero
nadie atendió. Pensé que seguro el colombiano había salido a hacer una compra y
volvería enseguida. A los quince minutos perdí la paciencia y empecé a tocar el
timbre con todo. Envuelto en una toalla apareció. “Discúlpeme. No lo escuché ¿Está
esperando desde hace mucho tiempo?” “Hace una hora” le contesté un poco
exagerando y otro poco enojado y me fui al cuarto. Cuando salí me crucé con el
dueño del hostal que estaba con él. Me preguntó si había tenido algún
inconveniente. Le dije que no, que todo estaba todo bien.
El
jueves me encontré con por lo menos 15 personas con disfraces coloridos como de
comparsa, trajes bien vistosos de color
verde y dorado. Tenían la cabeza gigante de un dragón hecha en tela. Estaban practicando una coreografía. Van a la
marcha del orgullo gay que se hace en frente de la catedral me dijo el de la
recepción. Me puse en una mesa de espaldas
a ellos y cené fideos con tuco. De
repente me pareció verla a ella en el fondo oscuro donde se colgaba la ropa.
Llevaba puesto un camisón blanco, levanté la mano saludándola y ella hizo lo
mismo desde lejos y se fue para el fondo hacia la oscuridad y ya no volví a verla
regresar de ahí en toda la noche.
El
viernes estaban en reunión, escuchaba. Otra vez salió el tema de los ruidos
misteriosos, incluso habían encontrado
utensilios de la cocina fuera de su lugar y algunos faltantes. Recordé la
porción de pizza que había comido de contrabando. Quizás sabían algo pero no me
iban a decir nada. Era baja temporada y no les convenía poner incomodo a uno de
los pocos clientes que tenían. Noté como que sobrevolaba en la charla el tema
de que quizás estaba sobrando algún empleado, era una obviedad que ese palo iba
dirigido al colombiano que debía comenzar a esmerarse un poco más en su trabajo
si quería conservarlo.
No
sé si fue por lo que escuché pero dormí muy mal. Me sentía nervioso. Varias
veces me desperté a la madrugada con la sensación de que alguien me había
tocado la pierna, o que me estaban observando aunque estaba en la habitación
solo. Como la otra vez solo pude conciliar el sueño con las luces prendidas.
El
lunes me sorprendió la lluvia cuando desperté. Fui a la cocina y allí estaba
ella, parecía triste. Estaba frente a la pava esperando que terminara de
calentar el agua. Pareció no darse cuenta que yo estaba. Recordé esa expresión
suya, igual a la de ese día en que la vi en la calle con el novio, al principio
me había parecido que discutían por algo del hotel, pero no, no discutían, él
la retaba, la trataba de poca cosa. Ella estaba callada, no decía nada, lo miraba
a él que para variar ya estaba un poco borracho o drogado. Por un momento sentí
que ella era un pájaro encerrado en una jaula muy chica. Después vino a mi
mente esa frase que leí en un libro, no recuerdo cuál, y que decía: “Los
ángeles siempre tienen alas.”
Cuando
se dio cuenta que estaba me saludó sin mirarme. No entendí muy bien lo que hice
luego pero tomé un caramelo que tenía en el bolsillo y se lo ofrecí. Entonces
me miró y comprendí que había estado llorando. Con media sonrisa me dijo gracias y se fue luego
de cargar el termo.
Esa
noche, ya casi de madrugada me escabullí hasta la cocina. No había nadie
alrededor. Todavía estaba una de las prepizzas que había hecho ella, primero
comí un borde, pero luego un impulso ciego me hizo sacarla de la bolsa y
llevármela entera a escondidas al baño. La comí toda de a poco, saboreándola,
sintiendo en la salsa lo salado de sus lagrimas que no había visto pero que no
me eran difícil de imaginar. Aunque estaba un poco cruda igual la terminé
entera. Luego me bañé y fui a acostarme.
A
las tres de la mañana otra vez me agarró
insomnio, Pensé que era idiota empezar a preocuparme otra vez por los
fantasmas, mi abuelo Rodrigo siempre decía que no le preocupaban los muertos,
los que le daban más miedo eran los vivos siempre capaces de hacer más mal que
cualquier fantasma. La voz de mi abuelo en alguna forma regresó y me dio tranquilidad.
Apagué la luz y de a poco me fui relajando hasta quedar completamente dormido.
Tenía un sueño muy agradable cuando de pronto me despertó el ruido del
picaporte de la habitación. Alguien había entrado. De repente noté que corrían
las sabanas y se acostaban conmigo. No pregunté nada. En la oscuridad cuando
besé sus mejillas reconocí el sabor de sus lágrimas.
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