viernes, 19 de febrero de 2016

Liliana Isabel González

             Del otro lado de la pared Liliana Isabel González

Del otro lado de la pared crecía una familia hecha de tres. Una pareja joven y una beba recién llegada. La medianera de dos metros levantaba un muro donde los límites se borroneaban.
No era la ropa colgada de los broches de madera. Ni el kayak naranja flúo puesto de pie en señal de desafío. Ni el ladrido ensordecedor del perro, cada vez que escuchaba abrir la persiana de nuestro patio. Tampoco  eran los restos de caños que a la intemperie oxidaban su existencia. Ni las latas de pintura solvente y decapante apilados, por dondequiera que la vista pudiese detenerse.
Eran las palabras gritadas, las amenazas que él, vestido con su armadura de impunidad, pronunciaba. Eran las súplicas de ella, rogándole que se fuera. Era el silencio que sobrevenía, luego del desencuentro. Era escuchar  los movimientos dentro de la casa sin emitir sonido audible durante semanas. Era la indiferencia de los vecinos testigos. Era el tiempo que parecía detenido.Era la lluvia que lavaba cualquier rastro, que la sospecha pudiese delinear. Eran los ojos tristes de la niña en el cochecito. Era la mamá que al pasearla, buscaba ayuda.
Un día se cruzó con Virginia, la vecina más vieja del barrio. Adoptó a las dos por un tiempo, hasta que se recuperaran.


Hoy del otro lado de la pared queda poco, casi nada. No volvimos a escuchar a sus dueños. La casa está en venta y deshabitada.

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