Era un hombre gris
Cora
Stábile
Todos los días al atardecer
llega al café (viene quién sabe desde donde),
Camina lentamente, la
espalda vencida como si soportara una pesada carga sobre los hombros, un eterno
cigarrillo colgando de sus labios, el pelo largo entrecano y una tristeza infinita
en los ojos.
Aguarda un instante en la
puerta, observa el salón, busca a alguien ... luego entra y se dirige a su
mesita, esa que se apoya en la última ventana que da sobre San Ignacio.
Casi siempre lleva algunos
libros y un cuaderno manoseado y sucio en el que escribe sin apuro, después de
meditar largo rato. A veces toma alguno de los libros y lee disfrutando cada
línea.
Ella ansiaba curiosear,
bucear en esos materiales. Lo observaba siempre. Hasta que un día decididamente
se acercó:
-Hola, soy Mariana ¿puedo
sentarme? -
Él accedió sorprendido, se
miraron y una cálida e invisible corriente afectiva los conectó de inmediato,
charlaron largo rato y eso se convirtió en un hermoso hábito cotidiano.
Las calles empedradas, los
buzones rojos que custodiaban las esquinas, los corsos de Boedo, los muchos
cines y teatros ya desaparecidos, las vías por las que circulaban los tranvías,
hoy tapadas por el asfalto, el "Grupo Boedo" y su literatura, la Peña
"Pacha Camac", las librerías, los personajes aquellos que le daban
colorido al barrio, ese mismo barrio que lo viera nacer 75 años atrás y que
nunca abandonó, estaba absolutamente identificado con sus calles y aferrado a
sus recuerdos.
-Siempre escribí mucho- le
comentó un día Pablo-, pero su musa inspiradora se cansó, un día tomó sus cosas
y partió. Yo llego hasta esta esquina todas las tardes con la esperanza de
encontrarla otra vez, pero no, no vuelve. Así Mariana conoció el porqué de esa
tristeza acurrucada en la mirada del poeta.
Una vez la joven se animó y
comenzó a hojear tos libros con avidez encontrándose poco a poco con: Leónidas
Bartetta, Roberto Artt, Raúl González Tuñón, Elias Castelnuovo... su amigo era
poseedor de un tesoro envidiable reunido en esos viejos volúmenes.
Apenas siete cuadras los
habían separado y jamás se habían encontrado. Una de las cosas más lindas que
sucedió es que la tristeza fue desapareciendo de los ojos de Pablo, caminaba
más erguido y sonreía a menudo. Hoy el "Hombre Gris", como ella lo
había bautizado, ya no existe, fue reemplazado por un poeta maravilloso y
sensible que vuelca en el papel sus experiencias, con un dejo de nostalgia pero
con una mirada dará y limpia hacia el futuro.
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