Kurupí Amanda Pedrozo
A
sus quince años tenía una sabiduría que se podía oler a la legua. Era como si
desde sus ojos otra persona más adulta temblara su experiencia que desmentía
esa carita flaca, con la panza hinchada de bicho. Abuela Esperanza no la podía
ver: El diablo andaba por la casa cuando esa chiquilina movía su cuerpo marrón
bajo la resolana, decía.
Angela
Pura era guardada por las tías. Día y noche ellas la seguían con la vista,
estuviera prendida a los platos sucios o chupando embelesada una naranja tras
otra. La controlaban porque en la familia era la última mujercita que quedaba
sin conocer hombre. La controlaban porque esa chica tenía algo que hacía
desvariar y de eso cualquiera se daba cuenta. Hasta el abuelo Catá la seguía
con la respiración caliente, no importaba que estuviera delante abuela
Esperanza, que predecía alargando las palabras como en un rezo o plagueo sin
utilidad: El diablo anda cerca, el diablo es su dueño...
Día
y noche las tías se quebrantaban, alargaban sus narices y querían saber por
donde comenzaba la historia de la madre que parió tal hija. Querían culparla de
la absurda telaraña que había ido envolviendo la vida de Angela Pura hasta
hacerla el bocado más apetecible entre parientes y extraños, y también el más
imposible.
La
tal madre se había muerto mirando a su hija. Que en gloria esté y que Cristo
Nuestro Señor se olvide de que era tan caprichosa, además de otras cosas que ya
no importan porque después de todo no tuvo buen ejemplo, pero no se nos mire a
nosotras que siempre hicimos las cosas según el mandamiento de Dios y con
arreglo a la Constitución Nacional, y que además no somos sus parientes de
sangre sino de mala elección de nuestro primo Rosendo que sufría de hemorroides
y de maldad sin asidero.
Angela
Pura había mirado tanto a su madre, o ésta a ella, que enseguida todos supieron
cuál iba a morirse sin remedio. Cuando la cara de la madre quedó al fin
definitivamente pálida, resultó que el cadáver ya no dio trabajo: todo estaba
listo, y hasta se había llorado con anticipación. Para la hora del velorio,
sólo quedaron la diversión subterránea de los barruntos familiares y el largo
velorio de los escándalos amorosos antiguos de las parientes menos allegadas.
La
niña fue creciendo despacio en relación con sus ojos. Estos hacía rato que se
habían comido las paredes y los gusanos, se habían apoderado de la casa y de
los hombres, del sudor de los perros amarillos y también de cuanto conocían
quienes la miraban. Por eso, y porque nadie en la casa había olvidado cómo se murió
su madre de tanto mirarla, nadie la miraba de frente en lo posible. En lo no
posible, rezaban un Padrenuestro de protección al Arcángel Gabriel por si
acaso. Lo demás será seguirla y cuidarla, nadie sabía para qué.
La
noche del Día de los Santos Difuntos resultó con luna colorada. Eso llenó
enseguida de premonición a la abuela Esperanza. Apenas comieron todos en la
olla de hierro, se fueron a juntar sus miedos en una pieza desde donde no
tenían que soportar los ojos de grande de Angela Pura y no corrían así peligro
de olvidarse de repente de todo lo que habían vivido con esfuerzo y dedicación.
Los
ojos predestinados llegaron tranquilos al bananal. Allí, Angela Pura tumbó su
cuerpecito cuidado por las tías bajo la luna colorada para que el destino
llegara de una vez por todas. Ni se movió cuando supo, con esa sabiduría
absurda que le había venido creciendo desde chica para desesperación de ella
misma, que allí estaba el esperado, el impensable, enteramente olor a caballo y
mierda de gallina, enteramente imposible, puro sufrimiento ancestral, puro
tierra, pura fuerza, con su maldición que era la única que podía conjurar otras
maldiciones.
Un
aullido que nadie supo de quién provenía marcó el segundo en que el
interminable falo del Kurupí (yo decía que esa niña era cosa del diablo...) la
rompió en dos para siempre. Desde ese momento, sólo la abuela Esperanza siguió
recordando cómo había muerto esa niña, de tanto mirar al diablo en el bananal.
*Kurupí - un fantasma de la mitología guaraní. Pequeño
personaje de las siestas. Tiene el miembro viril desarrollado en forma
desproporcionada a su tamaño, ya que el mismo tiene una extensión tal que lo
lleva arrollado por lo común a su cintura.
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