Cuentos cortos
Eduardo
Francisco Coiro
SIOFIN
El
hombre lee su informe otra vez:
"He
observado que hacemos el amor en la esperable indiferencia con la que un empleado
administrativo lee, firma y sella un expediente. Para el cual lo verdaderamente
importante es el control. Que el expediente este en el estante correcto, disponible
para cuando sea necesario otra firma, otro sello, pasarlo a otro estante con
cierta indiferencia como si fuera a otro abandono. (....)"
"Después
de haber pasado varias veces por el planeta Siofn los seres tienen una vida sin
pasión. Los supera saber que su nuevo cuerpo tiene fecha de vencimiento; ya no
sienten estar en una vida verdadera con peligros y desafíos, incertidumbres,
frustraciones.... se limitan a administrar su tiempo en redes psicofísicas a
las que confirman su pertenencia con gestos tan automáticos, tan naturalizados
en su inconsciencia (...)"
Por
eso el hombre ruega que lo transfieran a un planeta de "sangre
caliente" donde la vida merezca ser vivida. Donde pueda sentir de nuevo
-como aquella remota vez- que cada instante es un principio y un final.
MI
PADRE SILBANDO EN LA NOCHE
Ahí
va mi padre silbando en la madrugada. Es primavera. No alcanza con el canto cíclico
de los zorzales. Mi padre se acompaña silbando. Es una melodía que alguna vez
le escuche cantar en italiano, habla del amor perdido de una napolitana. Cada
vez que lo escuchaba silbar aquella melodía era como si hablara en él toda la
tristeza que tenía adentro.
Mi
padre un hombre de silencio. De pocas palabras, las justas y necesarias.
Ahora
que volvió la primavera y los zorzales cantan ó silban su insomnio. Mi padre
vuelve a caminar a la madrugada hasta la avenida bajo las estrellas o la
tempestad para ir trabajar a la fábrica. Esta sólo y se acompaña silbando su
amor a una napolitana.
LEGADO
Le
dejo a su sobrino sus cuadernos por legado. Le llegaron embalados en una caja y
atados con hilo de yute. Son cuadernos comunes de hojas rayadas y espiral que
vienen con su título en la tapa. El hombre elije abrir el que dice “Amor”.
Son
frases sueltas. Según parece muchas eran propias, del propio saber del tío gestado
en años de andar por la vida. Otras escuchadas. A veces frases subrayadas con
resaltador en un recorte de diario.
Esta
todo prolijamente anotado con su letra cursiva grande y clara, que le elogiaban
tanto en su empleo de revisor de cuentas.
El
hombre va al final del cuaderno. Esa es la última frase. Tiene una aclaración:
“Me
dicen en el bar que lo dijo la Rosa Montero en un reportaje. No es textual, la
escribo con mi memoria no tan buena…"
Lo
verdaderamente heroico es querer al otro tal cual es.
"Tal
cual el otro es" -Escribe para dar énfasis a la frase.
Luego
sigue una reflexión:
“Cada vez seremos más los viejos solitarios.
Hasta que lleguemos a estar sentados en el geriátrico mirando un Potus. Con
suerte habrá una ventana para ver el movimiento de la calle.
Y
una mañana cualquiera, una viejita se siente al lado nuestro. Nos tome la mano.
Y
sea tarde para casi todo, menos para sonreír”
AULLIDOS
Es
la medianoche. Han apagado las luces del vagón para que la gente duerma.
Afuera
hay un cielo estrellado y luna plena que ilumina el interior del vagón, dibuja
formas extrañas según ingresan las sombras altas que bordean cada tanto el
recorrido. El hombre lee a Saramago gracias a una débil luz individual.
Encuentra una frase que lo sacude: "La culpa es un lobo que se come al
hijo después de haber devorado al padre".
Piensa
en su padre, nacido en un hogar campesino en la Italia de 1923. Ese sueño que
lo sacudió ya anciano: los lobos se comían a sus ovejas y él no podía hacer nada
para evitarlo. Así se despertó, de esa cara de espanto de su padre, el hombre
no se olvida. Piensa en su padre, en él, en sus hijos. En otros padres con sus
hijos. Todos acechados y finalmente devorados por la culpa. El espanto no lo
deja dormir.
En
los sueños de muchos hay aullidos.
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