¡QUÉ HISTORIA! Marta Becker
Esta
historia comienza por el final. Porque el final soy yo, un cuerpo muerto tirado
sobre una vereda del barrio de Villa Urquiza.
Me
descubrieron unos muchachos que pasaban por allí camino al trabajo. Al rato me
vi rodeado de la policía, numerosos periodistas y los curiosos de siempre.
¿Quién
será? oí que decían, ya que hurgaron en mis bolsillos y no encontraron ningún
documento o papel que me identificara. Me sentí mal, un NN, a pesar de tener
una historia y una larga trayectoria.
Nadie
pudo aportar nada, hasta que un fotógrafo recién llegado de un canal de
televisión exclamó ¡Pero si es Alfredo Sanz Escalada, el poderoso industrial
metalúrgico!, lo conozco de sacarle muchas fotos durante diversas
manifestaciones y huelgas!. Ah, por fin alguien me conocía, me volvió el alma
al cuerpo. Mi yo y mi otro yo que contemplaba la escena se tranquilizaron.
¿Qué
habrá pasado? Seguro lo mataron, pero por qué, preguntaban todos, mientras los
forenses rastrillaban la zona y sacaban fotos del cuerpo desde todos los
ángulos.
Comenzaron
las divagaciones en torno a la situación. Seguro fueron sicarios enviados por
el opositor que tiene en el gremio,
dijeron los hombres de prensa. No, se trata de un crimen pasional -tal
vez un hombre engañado- decían las vecinas presentes porque resultaba más
romántico, mientras la policía preguntaba si alguien había visto u oído algo
con la intención de descubrir un punto inicial del hecho.
¿Necios,
ciegos, no se dan cuenta que estoy de a pie, que me falta el coche con las respectivas
llaves? No se preguntan qué hago en este barrio, que no es la zona de mi casa
ni de mi fábrica, que tengo dos balazos encima por resistirme al asalto, que me
sacaron todo y me dejaron tirado como un perro. El hecho es tan sencillo como
difícil se les hace creer en un delito común, sólo quieren armar una historia.
Y
efectivamente la arman. Soy tapa de todos los diarios, desmenuzan mi vida desde
mi infancia hasta el día de hoy, cuando a la mañana me despedí de mi esposa
para salir camino al aeropuerto, porque tenía un viaje de negocios.
Sacó
pasaje para Panamá, no se sabe con qué propósito -decía la prensa- tampoco se
sabe qué llevaba consigo –agregaban-. ¿Tendrá una cuenta secreta allí?
¿Visitará a una amante? ¿Qué sabe y no dice la esposa?
Increíble.
Me convertí en un hombre popular cuya vida estaba rodeada de misterios que
nadie podía descifrar y yo mismo desconocía, mientras mi honorable mujer me
lloraba y no podía agregar nada jugoso a los hechos.
Se
lleva el secreto a la tumba –decían los titulares- otro caso sin resolver por
la policía.
Los
dos ladrones del automóvil se ríen mientras leen los diarios y toman tranquilos
una cerveza.
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