martes, 17 de marzo de 2015

Jenara García Martín



Entre sombras   
Jenara García Martín


Sus acariciadoras y suaves palabras, pronunciadas a su oído a través de la tecnología moderna, cuando ya dormitaba, penetraron en su piel y recorrieron la pendiente de su cuerpo y la hizo estremecerse ante el contacto de esa voz varonil. Era una persona  totalmente desconocida, si es que existía. Cuando le preguntaba ¿quién habla? La respuesta era un profundo silencio. Ni siquiera una leve respiración agitada. ¿Quién eres? ¿Quién eres? Ante tanta insistencia, por fin escuchó esa voz misteriosa, profunda, como si saliera de entre unas paredes aprisionado: Soy tu pensamiento que sorprende tu sueño. Yo vivo entre las sombras de la noche, porque ni siquiera las sombras son visibles. Entre carne tibia como tu cuerpo, deslumbrado por tu belleza. Te robo hasta el sol que te ilumina y así te robo hasta tu sombra, cuando caminas.
Y ésa, era la verdad. Ella pretendía ver lo que no podía, si es que existía. Era como un todo que no era nada y llegó a tener una crisis nerviosa, pues presentía que tras esas frases inquietantes, en la noche, alguien existía. Se había apoderado de su voluntad y sentía que de su alma salía una llama que la aturdía. Ya era de un deseo, cautiva. Esperaba con ansiedad que llegara la noche para escuchar esa voz susurrante. Era una caricia. Él no pedía nada, pero llegó hasta perder la libertad de su vida. Le llegó a suplicar  en sus gritos silenciosos,  su presencia o su inmediata ausencia.
Y surgió lo inesperado. Una noche era un ¡Te amo! Con esa voz varonil que la trastornaba. Y  dejaba de llamarla unos días para que su ansiedad fuera más sensitiva. Y volvía a interrumpir su sueño murmurando “tus ansiados besos, los percibo con una pasión febril y me conformo cuando me  miras, porque son las únicas caricias  que puedo percibir de ti”.
Entonces, la conocía. ¿Quién  eres? ¿Por qué la perseguía y la perturbaba el sueño? Y esa noche, su voz susurrante la dijo: “hoy te pido que sueñes conmigo: hasta mañana, querida”.
Sus palabras la arrastraban a un abismo. Ya en sus sueños sentía sus besos. Esos besos que no existían. Esos brazos que no abrazaban. La trasladaban a otra dimensión, a esa otra vida, que no era vida, pues las noches que él llamaba, las trascurría en un insomnio hasta el amanecer.
Una noche ya desesperada, le gritó. “¡Basta! ¡Basta! No juegues conmigo. Déjame vivir mi simple vida como la vivía antes de que tú aparecieras, mejor dicho de que aparecieras  entre las sombras de la noche o del día. Por qué no sé si existes entre los vivos o entre los muertos. Sólo sé que eres cruel”. Y la brotó un llanto desgarrador y esa voz susurrante se apagó.
No hubo un adiós. Ella se quedó sumergida en un vacío profundo escuchando por las noches en lugar del teléfono, el tic-tac del reloj de pared retumbando en sus oídos hasta que el cansancio y la soledad la vencían. Pero entre sueños, aún creía escuchar esa voz, ya inconfundible,  susurrando al oído, ¡no esperes que ya no llamará!
Las palabras y promesas de amor fueron enterradas en el tiempo. Nunca jamás las volvió a escuchar,  ni entre sueños, ni entre sombras.  Mas la dejaron una herida demasiado profunda. Esa clase de heridas que no cicatrizan fácilmente,  porque al desconocer de qué ser salían esas palabras que tanto alteraron su existencia, se preguntaba ¿Fueron
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frases pronunciadas por el alma de un vivo, o por un vivo sin alma?

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