Presente continuo
Allets Siram
Se sentó un rato al borde del arroyo. Un pie como al
descuido cae en el agua. Un sol irreverente y el añoso árbol de memoria
infinita, la invitan a detenerse.
Es que tenía la
necesidad de buscar un refugio. Para si misma, para ocultar lo que había hecho,
para ocultarse del mundo.
No era vergüenza, ni arrepentimiento, mucho menos temor lo
que sentía. Sabía que iba a ser juzgada.
Un crimen es un crimen. Pero Cira sabia que era justicia, o al menos era justo
para ella. No podía aguantarlo mas, y el
no dejaría de perseguirla. Se le aparecía aún cuando cerraba los ojos, se le
metía en los sueños, en el aroma del café, en la ducha al levantarse. Tantas
veces lo pensó,… si tan solo pudiera… ¡si tuviera el coraje! Buscó entre la
gente, en los paisajes urbanos, en las
calles colmadas de pies y cabezas que parecen moverse al compás de una única
melodía. Buscó en el pitar de los trenes que mecen y adormecen. En los sube y
baja, en las hamacas del parque que despeinan, en los bodegones de viejas
comidas. Buscó entre los colores brillantes y ocres, en los pañuelos mojados de
ausencias, en la mapeada piel de la vejez. Se hundió apretada entre cada
letra de cientos de libros. Quiso ser pájaro, ballena, caballo o mariposa. Se
adentró en la boca de una carcajada, en el surco de una lágrima salina, en el
agujero de una media, en la cuerda rota de la vieja guitarra. Algo o alguien
que le diera el perfecto camuflaje para que no la alcance. Para despistarlo,
para distraerlo. Tiene que existir ese lugar. Tiene que haber un no lugar.
¿Adonde van las palabras que no se dijeron? ¿Y las caricias huérfanas de
cuerpo? ¿Y el perfume de la piel en celo? ¿y el sabor y el aroma de la copa que hace brindar? ¿Donde
se esconde la esperanza? ¿Donde espera el mañana?
Ella no podía dejar de buscar y el no podía dejar de
encontrarla.
Entonces no tuvo mas remedio, después de todo era en defensa
propia. Lo podía acusar de acoso al pensamiento, de atropello de vivencias, de
imposición de sensaciones, de trafico de ilusiones, de secuestro de tiempos y
formas, de privación de la moral y las buenas costumbres, de deformación
creativa, de promiscuidades consentidas.
Entonces lo decidió. Tenía que deshacerse de él. Supo que
debía darse una buena estrategia, que tenia que hacerlo sin miramientos. Seria
lento, largo, opondría resistencia, tenia la fuerza para hacerlo y la doblegaba
en poder. Cuido cada detalle.
Comenzó a quedarse en las formas precisas, en los
envoltorios con moños, en las luces de neón, en los anuncios de TV, en las
explicaciones y las justificaciones,
naturalizó la inequidad, humanizó
la naturaleza, y perdió el asombro. Compró envases, vació la casa, dejó de
mirar el cielo y unifico el sabor. Conservo la misma piel, se vacuno contra el
sentir y aturdió sus oídos.
No supo cuando pasó, pero sabía que estaba herido de muerte,
no lo vió caer, tampoco hacer ruido, ni lanzar algún aullido. Simplemente dejó
de estar.
Entonces tuvo la certeza de haberlo logrado. Cira había
asesinado a su Recuerdo, y supo también
que en ese mismo acto, había matado el futuro, era ahora sólo un presente
continuo, fantasmal, que andaba entre la gente sin ser vista, ni oída,
ni olida, y que la lluvia nunca más la mojaría.
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