LA ESPERANZA Y EL TIEMPO
El tiempo indomable les manejó la vida con maestría. Impidió que se vieran. Que se olieran siquiera. Sólo la esperanza de ves en cuando les dejaba entrever que en alguna parte estaba esa persona que los haría sonreír desde el alma. Le permitía que se sintieran aun en la distancia. Pero el tiempo convirtió todo en espacios infinitos. En relojes derretidos entre los dedos. Se escapaba. Se escurría. Tiempo cruel que corres sin piedad le recriminaba la esperanza. El amor de ellos tiene que vivirse en esta realidad. Pero el tiempo, sordo en su estela de horas intransigentes, sólo caminaba sin prestar atención más que a su transitar.
Un día, cuando el tiempo estaba sentado, confiado en el trabajo realizado, vino la esperanza con su corazón tan puro y los hizo verse. Desde lejos. Sin tocarse. Se reconocieron al instan-te. Se llenaron de la luz del otro. Mágico momento con olores dulces que se quedó a habitar, en piel y alma. Prodigioso instante que los llenó de energías nuevas, desconocidas para ambos. Se sentían brillar. Poderosos. Y comprendieron que estaban allí, en la vida recorriendo caminos sin sentido y que ahora sabían que existían para darse el equilibrio para estar acá. Que no estaban solos como siempre habían pensado.
Desde entonces ambos viven refugiados en la esperanza que les dice que algún día cuando el tiempo se descuide nuevamente podrán alcanzarse para no separarse más. Ella se iba a encargar de hacerlo realidad. Ellos creyeron en la esperanza que les fabricó una playa en donde construyeron un puerto. Un puerto que el tiempo jamás pudo tocar porque lo que sentían era amor del real. Ese que ve que el cuerpo es sólo un envase y lo que importa está dentro.
Un día, cuando el tiempo estaba sentado, confiado en el trabajo realizado, vino la esperanza con su corazón tan puro y los hizo verse. Desde lejos. Sin tocarse. Se reconocieron al instan-te. Se llenaron de la luz del otro. Mágico momento con olores dulces que se quedó a habitar, en piel y alma. Prodigioso instante que los llenó de energías nuevas, desconocidas para ambos. Se sentían brillar. Poderosos. Y comprendieron que estaban allí, en la vida recorriendo caminos sin sentido y que ahora sabían que existían para darse el equilibrio para estar acá. Que no estaban solos como siempre habían pensado.
Desde entonces ambos viven refugiados en la esperanza que les dice que algún día cuando el tiempo se descuide nuevamente podrán alcanzarse para no separarse más. Ella se iba a encargar de hacerlo realidad. Ellos creyeron en la esperanza que les fabricó una playa en donde construyeron un puerto. Un puerto que el tiempo jamás pudo tocar porque lo que sentían era amor del real. Ese que ve que el cuerpo es sólo un envase y lo que importa está dentro.
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