lunes, 6 de diciembre de 2010

ALICIA CHILIFONI


ORFILIO, SI SUPIERAS...

Traigo de nuevo a Orfilio Quinteros al despacho de bebidas del almacén de Zenón. Ya dejó el sulky atado, y ocupa una mesa contra la pared.
Corpachón, de cara redonda y morena, pelo y bigotes generosos y encanecidos, de aspecto descuidado y sufrido, cansado, parece viejo… Las cortinas de lona rayada, ajadas por el manoseo, se balancean, dejando entrever el interior con dificultad. El afuera radiante de la tarde enceguece para la penumbra del boliche.
Vuelvo a ser adolescente. Estoy charlando y bromeando con Yamile, y se nos suma el turco Abud, muchachito travieso, si los hay. Cuando parece que ya se nos acaban los temas, el Turco, echando chispas por los ojos, lanza la idea. ¿Y si le sacamos el sulky a Orfilio?
Sin poder creerlo, me convierto en cómplice, aunque sopesando las posibles consecuencias. Como sea, no puedo ni quiero negarme.
El turco recorre la media cuadra que nos separa del bar, y desata con sigilo las riendas. Avanza suavemente hacia la otra esquina, donde subimos nosotras, casi conteniendo la respiración. Azuzado el caballo, tomamos por la ruta, soltando de a poco la risa nerviosa y contenida, hasta que se convierte en carcajadas a medida que avanzamos. Podría haberse logrado una eficacísima propaganda de algún dentífrico, con nuestra imagen.
El Turco, entusiasmado, castiga las ancas con el rebenque, y la velocidad aumenta proporcionalmente con nuestras risotadas.
Llegamos al cruce de un camino de tierra: el camino a Soldini. ¡Allá vamos! Soldini es un pueblo como de película del lejano oeste: dos hileras de casas flanquean ambos lados de la única calle poblada. Lo demás son quintas. Por eso en nuestro pueblo, donde la mayoría trabaja en los Talleres Ferroviarios, los llamamos despreciativamente "los chacras", con la crueldad propia de los chicos.
La gente que trabaja inclinada sobre la tierra, levanta la cabeza y nos mira, tratando de descifrar qué es eso que irrumpe en la quietud habitual, como un bólido infernal y ruidoso. Nos sentimos tan superiores!
Al llegar al poblado, buscamos un comercio abierto. Juntamos nuestros dineritos, y completamos la trasgresión con unos cigarrillos mentolados. Fue el primer pucho de mi vida, sin contar algún "Particulares Fuertes" que le birlé a mi papá alguna siesta, y que me iba a fumar al gallinero. Pero no podía pasar de la segunda pitada. No sé qué era más fuerte, si el asco o el mareo. Ahora sí que puedo.
Caminamos con aire de importantes, despreocupados y jocosos. Nos ven con una curiosidad que nosotros creemos envidia, o admiración. Debemos ser patéticos.
Finalmente, habiendo poco para ver, abordamos otra vez "nuestra nave" para recorrer el camino inverso. Por las dudas, bajamos una cuadra antes, y dejamos que el Turco volviera solo a sujetar las riendas en el poste del boliche, con el mismo sigilo que al comienzo de la aventura.
Nos quedamos tranquilos y aliviados, como si fuera un secreto sólo nuestro. Como si un sulky con su animal de tiro y tres chiflados ruidosos tripulantes a quienes, para colmo, todo el mundo conoce, pudieran pasar desapercibidos.
El caballo mordisquea algún yuyo y bebe agua barrosa de la zanja. Repone energías. No está acostumbrado a semejante vértigo.
Ya bien entrada la noche, Orfilio sube, o lo suben si está muy borracho, y el fiel animal lo lleva. Conoce el camino.
Aquellos eran inviernos crudos, con heladas memorables, y ese año circuló la noticia de que Quinteros había muerto de frío tirado en una zanja.
Probablemente cayó del sulky, o tuvo un ataque. No sé, no supimos, ni habíamos sabido nunca nada de él. Sólo que venía del campo, dato por demás impreciso. Y el caballo, tan mansamente como lo había traído, lo regresaba.
Ahora que ya no puede, lo traje yo, para revivir ese viaje tan particular. Nunca, después de ese día, un medio de transporte, ni siquiera el avión, me hizo sentir que tocaba el cielo con las manos. Es como si el sulky hubiera sido un cohete interplanetario y el almacén de Zenón la base de lanzamientos donde Orfilio, camuflado para despistar el espionaje, oficiaba de técnico en vuelos espaciales. Supervisó todo tan magistralmente, que en el álbum de mi nostalgia grabó una estampa de soles.

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