EL CASO DE MARY LONGERS
Año mil ochocientos noventa. Londres, humedad y niebla.
Miss Mary Longers aun no regresa de visitar a su prima del campo, la ninfómana Berta Lain. Casi toda la temporada estival le ha bastado para que su vida sexual diese un vuelco inusitado. Con esa imprudente comezón en su entrepiernas, llora de felicidad, ríe de dolor, pero no deja de calmar esa insoportablemente placentera sensación con su mano izquierda mientras que con la derecha acaricia el lomo de Eros, su inseparable gato siamés que la sigue por todo el castillo.
Con el tiempo Mary va perdiendo el pudor y realiza sus practicas masturbatorias en medio de un ágape, entre los puestos del mercado de frutos (en compañía de su nodriza), en la sala de té frente a las otras damas sonrojadas de castillos vecinos, o bien frente al batallón que jura lealtades a la reina durante algún festejo patrio. Ella dalequetedale rompiendo las esterillas de los armazones o reventando cuanto miriñaque llevara puesto.
Vecinas llenas de envidia afirman haberla visto integrar el staff de varios prostibulos donde le pagan buenos dineros por verla manosearse frente a diversas tripulaciones de barcos mercantes y piratas que aúllan frente a sus chorros de miel sexual que bañan sus rostros, vestimentas y trabucos.
Científicos consultados aseveran que el vicio de la Longers proviene de vidas pasadas, karmas que debe pagar con una eternidad de placeres (lo que provoca la expulsión de sus respectivas comunidades científicas ).
Otros médicos (que jamás han de ser echados de comunidad alguna por idiots and obsecuentes) publican el caso Mary Longers en seminarios semanales (valga la redundancia) que dicha comezón proviene de males congénitos adquiridos por la falta de afecto en el núcleo base, o sea el familiar que reina en aquel momento histórico, debido a la amenaza de fin de centenio llevando a los individuos a gozar desenfrenadamente o
-dicho de otra forma- a masturbeiyon que el world se-fi-ni.
El caso llega a las manos de un joven Freud que por aquellos años deja por tres días de atender a sus mentirosas histéricas para entretenerse el desciframiento de tan jugoso enigma femenino y lo denomina. El caso Longers M. para cuidar el nombre de pila de la paciente.
Las investigaciones de Segismundo lo llevan a reflexiones que jamás serán publicadas en sus obras completas (precisamente porque lo que se reflexiona jamás se escribe), de hacho las abandona al no poder rescatar tanta información albergada en su vasto preconciente debido a el carácter inasible de las mismas y por las fuentes consultadas que consulta el Vienes: un libo de lunfardo adquirido en una librería de incunables donde figura un breve diccionario en su capitulo final en donde se puede encasillar al vicio de la Longers M. como pajera crónica referenciando una canción orillera del Río de la Plata que escuchaba cantar a marineros de barcos piratas. Diagnostico apócrifo pero anotado en uno de sus cuadernos Papiro Gloria y que dice exactamente así: mezcla de manía narcisista que convierte a los humanos en adictos a la manipulación de genitales debido a un retardo en la resolución del complejo edifico.
Sólo un siglo más tarde (masvaletardeque...) en un bar olvidado de Mataderos, Ciudad de Buenos Aires, el doctor en Química Enrique Wolovelsky tiene alguna idea de la espasmódica forma de gozar de Miss Mary Longers. Wolo (como lo llaman sus amigos) define por fin el tan manoseado caso.
Comenta frente a un auditorio de parroquianos en el bar La Giralda, entre los que se encuentran un Tal Ramiro, un Tal Abelardo, un tal Rubén (además de los fantasmas de Homero Manzi, Piazzola, Roberto Arlt y Pichon Riviere) que -para él, para Wolo- el comportamiento de la hembra humana es complejo frente a la simpleza de los actos del macho de la misma especie y que por ende el asunto es así de sencillo: la Longers ama a los felinos, por eso ella ha sido atacada por la CNETHOPHIDES FELIS que habita en los pelos de Eros, su inseparable gato siamés.Aquella comezón no es otra cosa que los estragos que provoca la vulgarmente llamada: Pulga del Gato.
Año mil ochocientos noventa. Londres, humedad y niebla.
Miss Mary Longers aun no regresa de visitar a su prima del campo, la ninfómana Berta Lain. Casi toda la temporada estival le ha bastado para que su vida sexual diese un vuelco inusitado. Con esa imprudente comezón en su entrepiernas, llora de felicidad, ríe de dolor, pero no deja de calmar esa insoportablemente placentera sensación con su mano izquierda mientras que con la derecha acaricia el lomo de Eros, su inseparable gato siamés que la sigue por todo el castillo.
Con el tiempo Mary va perdiendo el pudor y realiza sus practicas masturbatorias en medio de un ágape, entre los puestos del mercado de frutos (en compañía de su nodriza), en la sala de té frente a las otras damas sonrojadas de castillos vecinos, o bien frente al batallón que jura lealtades a la reina durante algún festejo patrio. Ella dalequetedale rompiendo las esterillas de los armazones o reventando cuanto miriñaque llevara puesto.
Vecinas llenas de envidia afirman haberla visto integrar el staff de varios prostibulos donde le pagan buenos dineros por verla manosearse frente a diversas tripulaciones de barcos mercantes y piratas que aúllan frente a sus chorros de miel sexual que bañan sus rostros, vestimentas y trabucos.
Científicos consultados aseveran que el vicio de la Longers proviene de vidas pasadas, karmas que debe pagar con una eternidad de placeres (lo que provoca la expulsión de sus respectivas comunidades científicas ).
Otros médicos (que jamás han de ser echados de comunidad alguna por idiots and obsecuentes) publican el caso Mary Longers en seminarios semanales (valga la redundancia) que dicha comezón proviene de males congénitos adquiridos por la falta de afecto en el núcleo base, o sea el familiar que reina en aquel momento histórico, debido a la amenaza de fin de centenio llevando a los individuos a gozar desenfrenadamente o
-dicho de otra forma- a masturbeiyon que el world se-fi-ni.
El caso llega a las manos de un joven Freud que por aquellos años deja por tres días de atender a sus mentirosas histéricas para entretenerse el desciframiento de tan jugoso enigma femenino y lo denomina. El caso Longers M. para cuidar el nombre de pila de la paciente.
Las investigaciones de Segismundo lo llevan a reflexiones que jamás serán publicadas en sus obras completas (precisamente porque lo que se reflexiona jamás se escribe), de hacho las abandona al no poder rescatar tanta información albergada en su vasto preconciente debido a el carácter inasible de las mismas y por las fuentes consultadas que consulta el Vienes: un libo de lunfardo adquirido en una librería de incunables donde figura un breve diccionario en su capitulo final en donde se puede encasillar al vicio de la Longers M. como pajera crónica referenciando una canción orillera del Río de la Plata que escuchaba cantar a marineros de barcos piratas. Diagnostico apócrifo pero anotado en uno de sus cuadernos Papiro Gloria y que dice exactamente así: mezcla de manía narcisista que convierte a los humanos en adictos a la manipulación de genitales debido a un retardo en la resolución del complejo edifico.
Sólo un siglo más tarde (masvaletardeque...) en un bar olvidado de Mataderos, Ciudad de Buenos Aires, el doctor en Química Enrique Wolovelsky tiene alguna idea de la espasmódica forma de gozar de Miss Mary Longers. Wolo (como lo llaman sus amigos) define por fin el tan manoseado caso.
Comenta frente a un auditorio de parroquianos en el bar La Giralda, entre los que se encuentran un Tal Ramiro, un Tal Abelardo, un tal Rubén (además de los fantasmas de Homero Manzi, Piazzola, Roberto Arlt y Pichon Riviere) que -para él, para Wolo- el comportamiento de la hembra humana es complejo frente a la simpleza de los actos del macho de la misma especie y que por ende el asunto es así de sencillo: la Longers ama a los felinos, por eso ella ha sido atacada por la CNETHOPHIDES FELIS que habita en los pelos de Eros, su inseparable gato siamés.Aquella comezón no es otra cosa que los estragos que provoca la vulgarmente llamada: Pulga del Gato.
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