lunes, 12 de enero de 2009

ANDREA B. TABORDA


ALA CAÍDA

En vuelo altísimo y de conquista había transitado ya los últimos veinte años de su vida, como quien aislado de una realidad concreta, de un vistazo advirtió que todas sus metas no eran logros menores, eran tan solo, lo que siempre había anhelado desde niño.
De su niñez recordaba todos sus padecimientos de amor y hambre, con una madre que hundida en el vino más barato del mercado se hacía cada día más ausente. Sus horas de alcohólicas se iban acrecentando a medida que el fracaso y la misma miseria iban golpeando la puerta de aquel pobre y desolado hogar de infancia. Tan ausente como su madre estuvo su padre al que nunca pudo decirle papá. Sin familiares que lo rescatasen de aquel penoso infortunio fue quemando su niñez y su adolescencia. Tampoco podía borrar de su memoria aquel día en que saliendo de la "nocturna", escuela donde terminaba su secundario, un ómnibus lo arrastró entre sus ruedas... Pero ese suceso, que le resultaba tan angustioso, ya carecía de valor. ¡Por que pensar en aquella noche si ya todo había cambiado!
Ahora riquezas, fama, amores, alegrías, aventuras, manjares y lujos por doquier, hasta el extremo de haber transgredido el umbral de sus expectativas ideales. Tanto... Jamás había pedido nada, pero bueno ahora todo al alcance de su mano. Seguramente era todo aquello lo que merecía de esta vida y no lo pensaba desperdiciar. Vivía en todas las dimensiones aquella vida que su Dios le había otorgado. Entre aquellas incontables riquezas estaba su mujer, la mujer más hermosa que el mundo había parido, era solamente suyo ese amor y aquellos cabellos dorados como pétalos de sol que goteaban sobre él cada vez que los poseía el remolino de su pasión. Sus dos hijos el máximo esplendor de aquel amor inagotable, como era de esperar el niño mayor que su hermana por dos años. Micaela el icono de su madre así como Joaquín lo era de su padre. Más, no podía pedir, era la felicidad en su plenitud...
Les daba, a esa extensión de su vida la mejor educación, el mejor club, las más distinguidas amistades. Su familia la cúspide de sus ambiciones, ellos habían completado su existencia terrenal, su figura emergida había sido cerrada.
Si hacia referencia a su hogar material, su casa era la mansión más espectacular, del barrio más lujoso, sus autos, su yate, su avión privado y otros accesorios que hacían su vida más cómoda eran como salidos del mismo oro. Ni siquiera, la vida le negado las mascotas más exóticas que pudiera imaginar. Todo era realmente poco, comparado con sus posesiones...Y en un mismo instante fue capaz sin conciencia, de ser testigo sublime de dos sucesos extraordinarios como eran; su vida... y en simultaneo la desconexión de aquellos artefactos hospitalarios que en los últimos veinte años le habían otorgado un soplo de vida, después de la "nocturna", de aquella noche, de ese fatídico accidente que le había robado su miserable vida.

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