POBRE DIABLO
Ese 28 de diciembre, el diablo despertó con muchas ganas de hacer el mal. Abrió la ventana del infierno y se puso a observar.
Pudo ver cómo los ángeles de la guarda cuidaban de la gente, cómo se asomaba el sol mostrando un día espléndido, se podía ver también la sonrisa de los niños divirtiéndose, a los abuelos caminando por el parque y eso no lo podía soportar.
Necesitaba arruinar la normalidad que se vivía en la tierra. Con una expresión de agrado comenzó a idear maldades.
Se le ocurrió que podía hacer descomponer el tiempo y que una inundación arrasara con toda una cuidad. También que rayos y centellas cayeran sobre centrales eléctricas y dejaran sin luz a toda una población, que huracanes endemoniados asolaran sobre una selva desvastando toda la vegetación.
No podía aceptar la felicidad, tranquilidad y paz que había ese día. Entonces, sin perder un minuto más comenzó su primera maldad.
Sopló fuerte haciendo mover descontroladamente las nubes. De esa manera lograría que el sol fuera tapado y todo quedara oscuro para luego desatar la tormenta.
Cargó los pulmones de aire y con gran furia volvió a soplar. Grande fue su desilusión cuando descubrió que apenas había levantado una simple brisa, la cual fue el alivio para los humanos que venían soportando temperaturas elevadas desde hacía varios días. Eso lo indignó aun más. Se concentró, miró fijamente y volvió a soplar, esta vez con todas sus fuerzas. Pudo lograr que pocas nubes chocaran entre sí dejando caer una llovizna agradable que regó las campos secos reviviendo la vegetación.
De muy mal humor, al ver que sus malévolas intenciones causaban acciones contrarias, cerró la ventana de su antro, se paró frente a un espejo observándose si era el mismo de siempre. El espejo le devolvió una imagen de un demonio agotado y enclenque.
Decidió entonces descansar un rato e idear nuevas estrategias. Pensó en desatar una guerra. Sería más fácil enfrentar a los humanos que modificar meteorológicamente el clima. Con mucho odio se puso a llamar por teléfono a presidentes de varios países envolviéndolos con trampas para enfrentarlos y así ellos mismos se encargarían de llevar a cabo su cometido. Asomado a su ventana descubrió que su propósito no daba resultado. Todo lo contrario, los presidentes se prestaron ayuda y mostraron solidaridad con los países más necesitados.
Decidió entonces no hacer nada más porque veía que todo lo que tocaba lo convertía en bello, lindo y agradable, y no era eso justamente lo que pretendía. Él gozaba haciendo el mal, viendo sufrir a la gente, destrozando la tierra, enfrentando unos a otros y su fin era que todos fuesen como él. Nunca se dio cuenta que en su ventana los ángeles del bien habían colocado un filtro por el cual todo lo que hiciese este maldito demonio se convertiría en lo contrario y, como todo el mundo sabe que Satanás jamás haría el bien, le tendieron esa trampa que él jamás descubrió. Ese mismo día en la tierra todos festejaron el Día de los Inocentes en conmemoración al pobre diablo.
Pudo ver cómo los ángeles de la guarda cuidaban de la gente, cómo se asomaba el sol mostrando un día espléndido, se podía ver también la sonrisa de los niños divirtiéndose, a los abuelos caminando por el parque y eso no lo podía soportar.
Necesitaba arruinar la normalidad que se vivía en la tierra. Con una expresión de agrado comenzó a idear maldades.
Se le ocurrió que podía hacer descomponer el tiempo y que una inundación arrasara con toda una cuidad. También que rayos y centellas cayeran sobre centrales eléctricas y dejaran sin luz a toda una población, que huracanes endemoniados asolaran sobre una selva desvastando toda la vegetación.
No podía aceptar la felicidad, tranquilidad y paz que había ese día. Entonces, sin perder un minuto más comenzó su primera maldad.
Sopló fuerte haciendo mover descontroladamente las nubes. De esa manera lograría que el sol fuera tapado y todo quedara oscuro para luego desatar la tormenta.
Cargó los pulmones de aire y con gran furia volvió a soplar. Grande fue su desilusión cuando descubrió que apenas había levantado una simple brisa, la cual fue el alivio para los humanos que venían soportando temperaturas elevadas desde hacía varios días. Eso lo indignó aun más. Se concentró, miró fijamente y volvió a soplar, esta vez con todas sus fuerzas. Pudo lograr que pocas nubes chocaran entre sí dejando caer una llovizna agradable que regó las campos secos reviviendo la vegetación.
De muy mal humor, al ver que sus malévolas intenciones causaban acciones contrarias, cerró la ventana de su antro, se paró frente a un espejo observándose si era el mismo de siempre. El espejo le devolvió una imagen de un demonio agotado y enclenque.
Decidió entonces descansar un rato e idear nuevas estrategias. Pensó en desatar una guerra. Sería más fácil enfrentar a los humanos que modificar meteorológicamente el clima. Con mucho odio se puso a llamar por teléfono a presidentes de varios países envolviéndolos con trampas para enfrentarlos y así ellos mismos se encargarían de llevar a cabo su cometido. Asomado a su ventana descubrió que su propósito no daba resultado. Todo lo contrario, los presidentes se prestaron ayuda y mostraron solidaridad con los países más necesitados.
Decidió entonces no hacer nada más porque veía que todo lo que tocaba lo convertía en bello, lindo y agradable, y no era eso justamente lo que pretendía. Él gozaba haciendo el mal, viendo sufrir a la gente, destrozando la tierra, enfrentando unos a otros y su fin era que todos fuesen como él. Nunca se dio cuenta que en su ventana los ángeles del bien habían colocado un filtro por el cual todo lo que hiciese este maldito demonio se convertiría en lo contrario y, como todo el mundo sabe que Satanás jamás haría el bien, le tendieron esa trampa que él jamás descubrió. Ese mismo día en la tierra todos festejaron el Día de los Inocentes en conmemoración al pobre diablo.
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