sábado, 12 de abril de 2008

MARCOS M. RAMOS

LAS VIOLINISTAS

Diego me propuso una desviación en el camino sin aclararme el motivo. Paró al costado de la ruta en un descampado cerca de un grupo de 20 autos estacionados. Caminamos más de media hora bajo la luz de la luna hasta una loma. Varios hombres estaban allí apostados mirando para el otro lado, algunos nos saludaban. Se notaba que esperaban algo importante, Diego también. Sólo me adelantó que iba a presenciar algo que iba a ocurrir en varios lugares del mundo al mismo tiempo.
Fuimos a la parte más alta. Del otro lado se divisaba una gran depresión central a modo de anfiteatro y en el medio había una gran fogata. "Es la hora", me dijo Diego señalando a tres siluetas que se acercaban. Noté que eran mujeres, iban enfundadas en túnicas negras con capuchas. Alrededor de ellas todo era silencio y oscuridad. Parecían ignorar nuestra presencia, cada una llevaba un violín y su arco. Muchos de los presentes tenían binoculares. Son "las hermanas" susurró mi amigo.
Las tres formaron una ronda frente al fuego y dejaron caer sus ropas quedando sólo vestidas con los rayos de la luna. Eran muy parecidas en todo, sus ojos, su piel blanca, sus pechos firmes y perfectos, su pubis, su pelo negro atado con una trenza. Hasta tenían la misma expresión en el rostro. Pensamientos eróticos comenzaron a circular por mi sangre. Me sorprendió ver que Diego y los otros estaban acostados mirando al cielo en una actitud relajada, ninguno mostraba interés en disfrutar de la visión de esos "ángeles" bien terrenales. Parecían saber lo que pasaba pero evidentemente no les importaba tanto como a mí el verlas desnudas. Entendí, sin que nadie me lo dijera, que debía guardar silencio.
Las mujeres colocaron sus violines sobre el hombro. Comenzaron a tocar, era el "Ave María" de Schubert. Primero la base de dos instrumentos. A posteriori la melodía con el tercero. Mientras que las observaba una angustia grande empezó a golpearme el pecho con una puntada cada vez más fuerte y profunda a medida que crecía en intensidad la canción. Sentía miedo. Tuve que cerrar los ojos. Respiré hondo. Me senté de espalda a ellas. Las lágrimas brotaban sin cesar. Mi boca temblaba. No entendía lo que me pasaba. Me acosté boca arriba. Sólo en ese momento la visión de las estrellas comenzó a tranquilizarme; me sentí acariciado, protegido por cada una de ellas. Poco a poco mi pulso se regularizó. Respiré profundo. El aire se transformaba en el agua más fresca para mi alma Me sentía inmensamente en paz. Sin saber bien por qué o cómo, al mirar al cielo sentí que el universo estaba en comunión conmigo. Sonriendo me fui quedando dormido. No puedo recordar ahora que soñé esa noche pero si que fue un sueño feliz.

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