sábado, 12 de abril de 2008

JUANA SCHUSTER

INFORTUNIO

Cuando me pregunto si soy feliz, me digo que sólo a veces. No puedo compartir los desayunos de los patrones que siempre tienen una serpentina de humo surgiendo de los tazones calientes.
Las burlas son más frecuentes desde que comencé a envejecer. Tanto los dueños de la estancia como los peones, me ponen apodos peyorativos.
Desde que cumplo esta misión soy testigo de la fecundidad de la tierra. Los hombres trabajan hasta llegar al agotamiento. Todo brota en estas parcelas donde no hay necesidad de agregar nutrientes. Lamento no poder remontar vuelo como Pegaso y perderme en las letanías.
¡Cómo me gustaría participar en los simpáticos fogones que realizan las pobres gentes, sin contrato alguno y explotadas. Ellos descargan allí los lamentos con el alcohol y calman los dolores del alma. Es curioso notar cómo el contenido de las botellas esconde, disipa y adormece las penas de algunos seres. Desde la fragilidad de mi existencia, no puedo luchar. Don Hilario tiene que darse cuenta que no le ocasiono gastos. No sé si lo nota. Tiene los párpados cosidos con el hilo de la indiferencia. Antes estaba en el otro campo, donde los trigales se mecen abanicados por el viento. Tuvieron que llevarme en camión. No pude ni me es posible dar un paso. Me cambiaron las zapatillas. Viajé con los peones que no cesaban de reírse. Me distancian, me disipan, me anulan. Hace cuatro días se acercó uno de los bueyes. Me dijo que sabe que habrá una inundación.
¿Qué será de mí? Estoy paralizado. Comienzan a caer algunas gotas. Se están mojando los nuevos árboles cítricos que trajeron del vivero. Son unos extranjeros, enfermos de nostalgia. El agua llega a las pantorrillas. Mi sombrero gotea lágrimas. Quiero gritar. No hay sonido. El fuerte viento se interpone como un vidrio opaco. Nunca saldrán vocablos. El cielo se abre en toda su extensión y mis pies están en algo viscoso que me está tapando. Las cosas pierden altura, los alambrados se ven diferentes. No hay esperanza. El agua aumenta cada vez más y socava la tierra. Hay piedras y más piedras que sobresalen como lomos muertos. Mi cuerpo es arrastrado por la correntada. Ruedo, giro, sufro, me golpeo, me desfiguro.
¿Quién recordará a este pobre espantapájaros?

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