FIELES A SUS COSTUMBRES
Sólo para ver qué pasaba, Aquino Ainaides "El Saduceo", quien no creía en la resurrección ni en los índices del Indec., decidió morirse un 27 de marzo, a las seis y cuarenta y cinco.
Como mandaba la Ley Mosaica, el hermano de "Aqui" - como le decían en casa a Aquino -, se casó con la viuda de "El Saduceo", y lo hizo con el mismo traje que había usado su hermano muerto, en ocasión de hacer lo propio unos años antes.
Ramónida, la viuda, joven y de notable belleza corpórea, no tenía mascotas, plantas ni hijos. Así que Nono Ainaides, ahora cuñado y esposo de la reciente viuda estaba contento.
Pero durante la noche de bodas donde todo puede suceder, Nono Ainaides, puso tanto empeño cuando le dió el primer beso a su flamante esposa, puso tanto pero tanto que se murió de la felicidad.
Como no hay dos sin tres, el segundo hermano de Aquino, Noqued Ainaides, al enterarse de la segunda desgracia familiar, frotó sus manos y dijo:
- Esta es la mía...
Ahí nomás abandonó a su novia sin lamentarse, planchó su mejor camisa sin almidón, ensayó cien veces su tono más romanticón y le hizo la pregunta de rigor a Ramónida, quien comenzaba a ponerse nerviosa, pensando en alguna maldición que pudiese haber caído sobre los siete hermanos Ainaides.
Fiel a las buenas costumbres, Noqued, se puso el mismo traje que sus dos hermanos fallecidos habían usado en sus casamientos y, alquilando una limusina tirada por dos bueyes, se dirigió al templo sagrado donde se celebraría la boda.
Dicen algunos testigos que Noqued, al entrar pisó una bolita japonesa que uno de los niños pajes había dejado caer y, dando una vuelta de carnero en el aire, cayó de cabeza contra el mármol de Carrara del piso del templo; desafortunada imagen que se cierra con Noqued tirado, seco y duro como un bacalao de Noruega.
Quedando como saldo positivo los otros cuatro hermanos Ainaides, Ramónida, los convocó con urgencia a una reunión conciliatoria, pero todos ellos habían huído a tierras lejanas.
- Aquí no ha quedado naides... -dijo Ramónida al enterarse de las cuatro fugas y, al instante, resucitó Aquino en su presencia y le besó los labios.
Como no volvía ninguno de sus cuñados, se le hizo costumbre a Ramónida y cada vez que Aquino se moría, lo hacía resucitar.
Como mandaba la Ley Mosaica, el hermano de "Aqui" - como le decían en casa a Aquino -, se casó con la viuda de "El Saduceo", y lo hizo con el mismo traje que había usado su hermano muerto, en ocasión de hacer lo propio unos años antes.
Ramónida, la viuda, joven y de notable belleza corpórea, no tenía mascotas, plantas ni hijos. Así que Nono Ainaides, ahora cuñado y esposo de la reciente viuda estaba contento.
Pero durante la noche de bodas donde todo puede suceder, Nono Ainaides, puso tanto empeño cuando le dió el primer beso a su flamante esposa, puso tanto pero tanto que se murió de la felicidad.
Como no hay dos sin tres, el segundo hermano de Aquino, Noqued Ainaides, al enterarse de la segunda desgracia familiar, frotó sus manos y dijo:
- Esta es la mía...
Ahí nomás abandonó a su novia sin lamentarse, planchó su mejor camisa sin almidón, ensayó cien veces su tono más romanticón y le hizo la pregunta de rigor a Ramónida, quien comenzaba a ponerse nerviosa, pensando en alguna maldición que pudiese haber caído sobre los siete hermanos Ainaides.
Fiel a las buenas costumbres, Noqued, se puso el mismo traje que sus dos hermanos fallecidos habían usado en sus casamientos y, alquilando una limusina tirada por dos bueyes, se dirigió al templo sagrado donde se celebraría la boda.
Dicen algunos testigos que Noqued, al entrar pisó una bolita japonesa que uno de los niños pajes había dejado caer y, dando una vuelta de carnero en el aire, cayó de cabeza contra el mármol de Carrara del piso del templo; desafortunada imagen que se cierra con Noqued tirado, seco y duro como un bacalao de Noruega.
Quedando como saldo positivo los otros cuatro hermanos Ainaides, Ramónida, los convocó con urgencia a una reunión conciliatoria, pero todos ellos habían huído a tierras lejanas.
- Aquí no ha quedado naides... -dijo Ramónida al enterarse de las cuatro fugas y, al instante, resucitó Aquino en su presencia y le besó los labios.
Como no volvía ninguno de sus cuñados, se le hizo costumbre a Ramónida y cada vez que Aquino se moría, lo hacía resucitar.
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