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Lilian Elphick
Círculo
del fuego
Lilian Elphick
La
inocente fue al correo a dejarle al hombre una carta que escribió en la
madrugada y ahora, transpirada y hambrienta, se encuentra con la suya, virtual,
que también habla de la tradición certificada. Pero ella volvió a su antiguo
rito de estampillas y balanza: la carta pesó 43 gramos. No se atrevió a besarla
delante de la funcionaria que tenía un genio de insecto encadenado. Nuevamente
preguntó cuánto demoraba en llegar, y el insecto, antes de graznar un
"siguiente", dijo casi en un susurro categórico: "doce
días". "Ah...", dijo la inocente, y salió del edificio de
correos y el sol la obligó a ponerse unas gafas oscuras. Mientras se dirigía a
comprar cigarrillos, la puta meditó en la carta que había escrito, tan
impulsiva y con una rúbrica digna, por supuesto, de una putain. Recordó que
después de la escritura, miró su mano, apagó la luz y luego quiso la luz de
nuevo, sólo para mirar su propia mano, sucia de tinta (el lápiz reventó y ella
alcanzó a salvar la carta), que fue despacio acariciando muslos y caderas y
pezones, mientras afuera la loba aullaba con desesperación, hasta que la inocente
se tuvo que levantar para ir a hacerle un cariño detrás de las orejas, como a
ella (y a ella) le gusta. Lamió la mano, agradecida. Y los dedos de los pies.
La inocente, que además es muy limpia, fue a lavarse y dejó que el jabón y el
agua hicieran su trabajo. Se acostó. Hacía calor; la puta echó las mantas hacia
atrás de una patada, queriendo incendiar todos esos papeles en blanco que no
alcanzó a manchar con su propia baba y la sangre que se estrellaba en la
comisura de sus labios. La inocente extendió sus ojos hasta no tener más horizonte
que el de la puta, que quería el sol como se quiere al verdadero asesino. La
inocente le dio la mano, se la apretó y no pudo evitar que las lágrimas
regresaran por donde habían venido. Las dos se fueron apagando y la llama de
los sueños osciló débil, un poco triste.
Y de
pronto, apareció el hombre. Pero ya nada tenía sentido: él pertenecía a otro
clan, con un código lingüístico ininteligible.
-¿Se fue?
-No,
todavía nos mira.
-Hazle
espacio, la cama es tan grande.
-Pero que
nadie hable.
-Ya la
oíste.
-¿Puedo
estar al medio? ■
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