miércoles, 20 de noviembre de 2019

Jenara García Martín




LA COMPAÑERA DEL VESTIDO CELESTE
Jenara García Martín 

 Esto sucedía en un pueblo de la zona de Misiones, yerbatera por excelencia. Al inicio del año escolar, los alumnos de quinto grado vieron llegar a una nueva alumna. La maestra se la presentó. Se llamaba Aurora Correa. No era de esos lugares. No conocían a su familia. No era igual que ellos. El color de su piel era mas oscuro y el cabello castaño. Su humilde condición se delataba por su  ropa. Todos los días llevaba el mismo vestidito celeste, ya algo descolorido, pero siempre limpio y planchado  y bien aseada. Calzaba unas zapatillas bastante gastadas. Su padre era un obrero  ambulante. Su último trabajo de hachero, en la zona del Chaco Formoseño. Pero la educación de su única hija era lo más importante. Cualquier sacrificio era poco para que Auroraa pudiera terminar de cursar la primaria en una Escuela de Ciudad. Y  por eso habían cambiado de lugar y de trabajo. Consiguieron instalarse en una vivienda precaria que los patrones yerbateros cedían a los obreros, pero  Aurora tenía cerca de media hora de distancia de la Escuela, en la cual la habían aceptado por las buenas calificaciones que figuraban en su libreta del Establecimiento Educativo anterior y su buena conducta y su participación en actos culturales infantiles.


Desde el primer día de clase era evidente que no iba a ser aceptada en el círculo escolar y menos en el grado. Alberto, alumno de quinto, era el cabecilla del grupo mayoritario. Era el líder. No la dieron lugar en los asientos libres donde ellos se ubicaban. Al observar esta actitud, la maestra la destinó un pupitre en una de las filas vacías. La gastaban bromas intolerables, mofándose de  su color de piel. De su constante y humilde  vestido celeste.

Tenía dos iguales que su madre se los había confeccionado y trataba de cuidarlos. Los días de baja temperatura se protegía con un tipo de chaquetón, que no era a su medida. Sufría en silencio las bromas ofensivas. A ella sólo la importaba cumplir con los horarios de clase y llevar todos los días bien desarrollados los deberes. Se destacaba en el grado por sacar las mejores notas. Y los compañeros no disimulaban el desagrado de que tuviera esas calificaciones y las humillaciones eran más frecuentes según avanzaban  los días.

- Siempre el mismo vestido, -se le escuchaba comentar a Alberto, con tono burlesco.

- ¿De dónde lo sacaste? - Le decían otros.

-¿Te lo regaló alguna vendedora de trapos usados?- Le llegaron a insinuar algunas compañeras.

Esas preguntas, tan ofensivas,  las hacían, por supuesto, a escondidas de la maestra o en el recreo.

En su bolsita de la colación para el recreo (que para ella significaba el almuerzo) sólo había una rebanada de pan, un pedacito de queso, o una batata, o papa asada. No podía comer en el círculo que hacían los compañeros del grado,  porque se burlaban de ella., diciéndola:

- Esa comida es la que damos a las ratas del laboratorio.

Por lo tanto Aurora, optó por comer en el patio, aún en los días ventosos o  con frío en el invierno, o de altas temperaturas.

Un acontecimiento que se llevaba a cabo todos los años para la Fiesta de NAVIDAD los dejó sorprendidos. Se hacía la elección de los personajes y ensayos en Noviembre y los de quinto grado  siempre representaban las figuras de San José y la Virgen María. Alberto estaba ansioso de representar a San José y leyó el libreto con la mayor soltura y claridad posible. Al día siguiente todos estaban expectantes de conocer los nombres de los elegidos. Cuando el Director pronunció los nombres y escucharon:

- El papel de San José será para Alberto, - saltó de alegría en el asiento. Su pregunta ahora era

¿Quién haría de la Virgen María? Seguro que sería alguna de las niñas rubias de las más simpáticas del grado. Sus compañeros ya le estaban felicitando.

 - Será Annabell.   Ya verás.

  Y llegó el momento en que  el Director lo anunció:

“El papel de la  VIRGEN MARÍA, lo representará Aurora.

Escucharon su nombre sin entender: Eso era un insulto. Protestaron ante el Director, quien, obviamente, les respondió que el jurado de acción Cultural, había hecho la elección. Y la votación era definitiva. Era tal el disgusto, que en el grupo decidieron que Alberto, como siempre,  marcara los pasos a seguir. Llevarían a cabo cualquier actitud que la afectara  para que  tuviera que retirarse. Y como  en los ensayos  no había un día que la dejaran de molestar, Aurora  tomó una decisión.  Se animó a llegar a la Dirección y hablar con el Director. Y (ocultando la verdad,  pues su bondad no la permitía acusar a nadie), le manifestó que le resultaba difícil concentrarse en el personaje de la Virgen, pero sí seguiría en el coro. El Director lo aceptó porque conocía los motivos de la decisión de Aurora Y anunció a las maestras que  hicieran un comunicado que se suspendía la presentación del Pesebre.  Sólo se realizaría para Navidad, la actuación de los Villancicos.

Llegaron los ensayos de canto, y  siguieron molestándola los integrantes del coro. Un día, uno de los pastores le dio  un golpe en la espalda que le cortó la respiración y tuvo que detenerse. El pianista se molestó con todos y el Profesor del Coro les dijo que era el peor grupo  que había tenido en los años que llevaba  dirigiendo. Si seguían portándose así, tendría que cancelar la presentación. Y como Aurora  era la solista por la voz tan maravillosa que tenía,  junto con el pianista, tomaron   la decisión de  ensayar la parte de su interpretación, con ella sola,  en los recreos.

Por fin llegó el Día de Navidad. Se  replegó el telón y el Director anunció la presentación del coro que interpretarían los Villancicos. La coreografía era la más adaptada a la espera del Nacimiento del Niño Dios. Los pastores formaban un plano escénico, con Aurora en el centro, en un nivel más elevado, vestida con una túnica de raso blanco y unas cintas color de rosa  que sujetaban su cabello. Parecía un auténtico ángel. La faltaban sólo las alas. Los alumnos de quinto, como sanción ejemplificadora, ocupaban la última fila de los asientos del salón. El auditorium estaba completo con los padres, amigos y otros familiares de los alumnos.
El coro comenzó a entonar los Villancicos con unas  voces con encanto y los solos de Aurora los interpretaba con un registro de voz de soprano infantil  que emocionó a los espectadores.
Su rostro se iluminó como nunca se la había visto, una vez que dominó sus nervios. Fijó la vista en sus padres que estaban sentados en la primera fila y vestían humildemente, pero eso no le importaba, estaba orgullosa de ellos. De la garganta de esa niña salían las mejores notas musicales, que se habían escuchado en ese escenario. Hasta el pianista estaba  emocionado con su actuación. Aurora de pronto sostuvo su mirada en el público y por último en los compañeros de quinto  que no podían disimular el asombro.   Llegó el final y cerraron  el telón, y como el público  aplaudía de pie, se volvió a abrir para que los actores saludaran de nuevo, mas Aurora ya no estaba presente. El Maestro del Coro la vio abandonar el escenario corriendo y detrás sus padres. Las preguntas de su ausencia, no tuvieron respuesta.
Se reiniciaron las clases en Enero y ella  volvió, como siempre, tan humilde, con su vestido celeste y su bolsita  con la colación tan reducida, logrando terminar quinto grado, sin ser aceptada como compañera, pero sí figurando en el Cuadro de Honor con las mejores calificaciones. Y cuando llegó el momento de la inscripción para sexto grado se vio obligada a confesar  a sus padres  las humillaciones que había sufrido y que no aceptaba  volver a esa Escuela. La comprendieron al escuchar el triste relato.  Esa niña había dejado de sonreír. La situación que se presentaba, era muy complicada para ellos. Su hija no podía dejar los estudios. Aurora llorando les pedía volver al Centro Educativo del Chaco. 
CONSULTOR PSICOLOGICO
Crisis vitales – Duelos - Ansiedad
Pareja y familia - Procesos breves - Pérdidas
Resolución de conflictos - Explorar posibilidades

Carlos Margiotta 15-4194-2200

 
Allí no era discriminada:

¿Qué hacían? Por su hija cualquier sacrificio. Y lo hicieron. Su padre volvió a ser hachero y Aurora siguió estudiando.

“Han pasado quince años, soy Alberto, y me pregunto qué habrá sido de Aurora, aquella  nueva compañera de quinto grado, del vestido celeste. Nunca olvidé su nombre, tampoco sus calificaciones ni su excelente ejecución de canto en los Villancicos,  con esa maravillosa voz de soprano infantil. ¿Cómo la habrán afectado nuestras burlas para que no se inscribiera  en sexto°?

Yo, una vez terminada la secundaria, continué los estudios especializados en Pedagogía y me presenté a concursar para Preceptor y Consejero Pedagógico en esa misma escuela y lo conseguí.  Al comenzar  el periodo escolar ya me hice responsable de esos cargos. Recordar lo que yo había hecho como líder del grupo mientras era alumno, me daba vergüenza, así que traté de que no se conociera ese pasado. Yo ya había proyectado el reglamento de la conducta más digna entre los alumnos. Lo más importante  hacer desaparecer esos grupos con un líder (como lo era yo). Aconsejar a ser respetuosos entre sí. A ser solidarios. A aceptar a los compañeros fuese cual fuese su  clase social.  A no humillar a los débiles, ni a los humildes. Es decir, que debía reinar un compañerismo total, respetándose  con igualdad.

No repetir lo que hicimos con Aurora, pues tengo la seguridad no olvidará las humillaciones que por nuestra falta de compañerismo, de solidaridad (…), la hicimos padecer. Nunca me lo perdonaré,  puesto que yo era el principal promotor de todas las ofensas.

No nos dimos cuenta que llevaba impresa la Bondad en el alma. Ella, ¿Nos habrá podido perdonar?            



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