LA COMPAÑERA DEL VESTIDO
CELESTE
Jenara García Martín
Esto sucedía en un pueblo de la zona de Misiones,
yerbatera por excelencia. Al inicio del año escolar, los alumnos de quinto
grado vieron llegar a una nueva alumna. La maestra se la presentó. Se llamaba
Aurora Correa. No era de esos lugares. No conocían a su familia. No era igual
que ellos. El color de su piel era mas oscuro y el cabello castaño. Su humilde
condición se delataba por su ropa. Todos
los días llevaba el mismo vestidito celeste, ya algo descolorido, pero siempre
limpio y planchado y bien aseada.
Calzaba unas zapatillas bastante gastadas. Su padre era un obrero ambulante. Su último trabajo de hachero, en
la zona del Chaco Formoseño. Pero la educación de su única hija era lo más
importante. Cualquier sacrificio era poco para que Auroraa pudiera terminar de
cursar la primaria en una Escuela de Ciudad. Y
por eso habían cambiado de lugar y de trabajo. Consiguieron instalarse
en una vivienda precaria que los patrones yerbateros cedían a los obreros,
pero Aurora tenía cerca de media hora de
distancia de la Escuela, en la cual la habían aceptado por las buenas
calificaciones que figuraban en su libreta del Establecimiento Educativo
anterior y su buena conducta y su participación en actos culturales infantiles.
Desde el
primer día de clase era evidente que no iba a ser aceptada en el círculo
escolar y menos en el grado. Alberto, alumno de quinto, era el cabecilla del
grupo mayoritario. Era el líder. No la dieron lugar en los asientos libres
donde ellos se ubicaban. Al observar esta actitud, la maestra la destinó un
pupitre en una de las filas vacías. La gastaban bromas intolerables, mofándose
de su color de piel. De su constante y
humilde vestido celeste.
Tenía dos
iguales que su madre se los había confeccionado y trataba de cuidarlos. Los
días de baja temperatura se protegía con un tipo de chaquetón, que no era a su
medida. Sufría en silencio las bromas ofensivas. A ella sólo la importaba
cumplir con los horarios de clase y llevar todos los días bien desarrollados
los deberes. Se destacaba en el grado por sacar las mejores notas. Y los
compañeros no disimulaban el desagrado de que tuviera esas calificaciones y las
humillaciones eran más frecuentes según avanzaban los días.
- Siempre
el mismo vestido, -se le escuchaba comentar a Alberto, con tono burlesco.
- ¿De
dónde lo sacaste? - Le decían otros.
-¿Te lo
regaló alguna vendedora de trapos usados?- Le llegaron a insinuar algunas compañeras.
Esas
preguntas, tan ofensivas, las hacían,
por supuesto, a escondidas de la maestra o en el recreo.
En su
bolsita de la colación para el recreo (que para ella significaba el almuerzo)
sólo había una rebanada de pan, un pedacito de queso, o una batata, o papa
asada. No podía comer en el círculo que hacían los compañeros del grado, porque se burlaban de ella., diciéndola:
- Esa
comida es la que damos a las ratas del laboratorio.
Por lo
tanto Aurora, optó por comer en el patio, aún en los días ventosos o con frío en el invierno, o de altas
temperaturas.
Un
acontecimiento que se llevaba a cabo todos los años para la Fiesta de NAVIDAD
los dejó sorprendidos. Se hacía la elección de los personajes y ensayos en
Noviembre y los de quinto grado siempre
representaban las figuras de San José y la Virgen María. Alberto estaba ansioso
de representar a San José y leyó el libreto con la mayor soltura y claridad posible.
Al día siguiente todos estaban expectantes de conocer los nombres de los
elegidos. Cuando el Director pronunció los nombres y escucharon:
- El
papel de San José será para Alberto, - saltó de alegría en el asiento. Su
pregunta ahora era
¿Quién
haría de la Virgen María? Seguro que sería alguna de las niñas rubias de las
más simpáticas del grado. Sus compañeros ya le estaban felicitando.
- Será Annabell. Ya verás.
Y llegó el momento en que el Director lo anunció:
“El papel
de la VIRGEN MARÍA, lo representará
Aurora.
Escucharon
su nombre sin entender: Eso era un insulto. Protestaron ante el Director,
quien, obviamente, les respondió que el jurado de acción Cultural, había hecho
la elección. Y la votación era definitiva. Era tal el disgusto, que en el grupo
decidieron que Alberto, como siempre,
marcara los pasos a seguir. Llevarían a cabo cualquier actitud que la afectara para que
tuviera que retirarse. Y como en
los ensayos no había un día que la
dejaran de molestar, Aurora tomó una
decisión. Se animó a llegar a la
Dirección y hablar con el Director. Y (ocultando la verdad, pues su bondad no la permitía acusar a
nadie), le manifestó que le resultaba difícil concentrarse en el personaje de
la Virgen, pero sí seguiría en el coro. El Director lo aceptó porque conocía
los motivos de la decisión de Aurora Y anunció a las maestras que hicieran un comunicado que se suspendía la
presentación del Pesebre. Sólo se
realizaría para Navidad, la actuación de los Villancicos.
Llegaron
los ensayos de canto, y siguieron
molestándola los integrantes del coro. Un día, uno de los pastores le dio un golpe en la espalda que le cortó la
respiración y tuvo que detenerse. El pianista se molestó con todos y el
Profesor del Coro les dijo que era el peor grupo que había tenido en los años que llevaba dirigiendo. Si seguían portándose así,
tendría que cancelar la presentación. Y como Aurora era la solista por la voz tan maravillosa que
tenía, junto con el pianista,
tomaron la decisión de ensayar la parte de su interpretación, con
ella sola, en los recreos.
Por fin
llegó el Día de Navidad. Se replegó el
telón y el Director anunció la presentación del coro que interpretarían los
Villancicos. La coreografía era la más adaptada a la espera del Nacimiento del
Niño Dios. Los pastores formaban un plano escénico, con Aurora en el centro, en
un nivel más elevado, vestida con una túnica de raso blanco y unas cintas color
de rosa que sujetaban su cabello.
Parecía un auténtico ángel. La faltaban sólo las alas. Los alumnos de quinto,
como sanción ejemplificadora, ocupaban la última fila de los asientos del
salón. El auditorium estaba completo con los padres, amigos y otros familiares
de los alumnos.
El
coro comenzó a entonar los Villancicos con unas
voces con encanto y los solos de Aurora los interpretaba con un registro
de voz de soprano infantil que emocionó
a los espectadores.
Su
rostro se iluminó como nunca se la había visto, una vez que dominó sus nervios.
Fijó la vista en sus padres que estaban sentados en la primera fila y vestían
humildemente, pero eso no le importaba, estaba orgullosa de ellos. De la
garganta de esa niña salían las mejores notas musicales, que se habían
escuchado en ese escenario. Hasta el pianista estaba emocionado con su actuación. Aurora de pronto
sostuvo su mirada en el público y por último en los compañeros de quinto que no podían disimular el asombro. Llegó el final y cerraron el telón, y como el público aplaudía de pie, se volvió a abrir para que
los actores saludaran de nuevo, mas Aurora ya no estaba presente. El Maestro
del Coro la vio abandonar el escenario corriendo y detrás sus padres. Las
preguntas de su ausencia, no tuvieron respuesta.
Se
reiniciaron las clases en Enero y ella
volvió, como siempre, tan humilde, con su vestido celeste y su
bolsita con la colación tan reducida,
logrando terminar quinto grado, sin ser aceptada como compañera, pero sí
figurando en el Cuadro de Honor con las mejores calificaciones. Y cuando llegó
el momento de la inscripción para sexto grado se vio obligada a confesar a sus padres
las humillaciones que había sufrido y que no aceptaba volver a esa Escuela. La comprendieron al
escuchar el triste relato. Esa niña
había dejado de sonreír. La situación que se presentaba, era muy complicada
para ellos. Su hija no podía dejar los estudios. Aurora llorando les pedía
volver al Centro Educativo del Chaco.
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Allí no era discriminada:
¿Qué
hacían? Por su hija cualquier sacrificio. Y lo hicieron. Su padre volvió a ser
hachero y Aurora siguió estudiando.
“Han
pasado quince años, soy Alberto, y me pregunto qué habrá sido de Aurora,
aquella nueva compañera de quinto grado,
del vestido celeste. Nunca olvidé su nombre, tampoco sus calificaciones ni su
excelente ejecución de canto en los Villancicos, con esa maravillosa voz de soprano infantil.
¿Cómo la habrán afectado nuestras burlas para que no se inscribiera en sexto°?
Yo, una vez
terminada la secundaria, continué los estudios especializados en Pedagogía y me
presenté a concursar para Preceptor y Consejero Pedagógico en esa misma escuela
y lo conseguí. Al comenzar el periodo escolar ya me hice responsable de
esos cargos. Recordar lo que yo había hecho como líder del grupo mientras era
alumno, me daba vergüenza, así que traté de que no se conociera ese pasado. Yo
ya había proyectado el reglamento de la conducta más digna entre los alumnos.
Lo más importante hacer desaparecer esos
grupos con un líder (como lo era yo). Aconsejar a ser respetuosos entre sí. A
ser solidarios. A aceptar a los compañeros fuese cual fuese su clase social.
A no humillar a los débiles, ni a los humildes. Es decir, que debía
reinar un compañerismo total, respetándose
con igualdad.
No
repetir lo que hicimos con Aurora, pues tengo la seguridad no olvidará las
humillaciones que por nuestra falta de compañerismo, de solidaridad (…), la
hicimos padecer. Nunca me lo perdonaré,
puesto que yo era el principal promotor de todas las ofensas.
No nos
dimos cuenta que llevaba impresa la Bondad en el alma. Ella, ¿Nos habrá podido
perdonar?
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