MI RIVAL DE LOS CODAZOS
Sonó el timbre. En la puerta ya estaban los chicos esperando. Rápido saqué la bicicleta. Mamá me preguntó: -¿Salís tan desabrigado? Le di un beso y partimos rumbo a Ituzaingo, a la cancha que había armada en medio del Barrio Aeronáutico. El "Muñeco" Migues había conseguido equipo para que jugara contra nosotros. Cuando llegamos, Chimango sacó la pelota y comenzamos a patear al arco. Hicimos sorteo y quedó Langa de arquero, al primer gol que le metieran entraba otro. Llegó por fin el equipo rival, de los nuestros no faltaba nadie. La cancha era gigante y los arcos demasiado altos. El área y los bordes estaban bien marcados aunque todo fuera de tierra. El "pan y queso" decidió que nosotros sacáramos. Cuando avanzaron los nuestros te juro que me pareció que la cancha se había agrandado, casi no veíamos el arco contrario desde donde estábamos.
Siempre juego de defensor, de número dos. Los chicos me dicen "Mariscal" en homenaje a un jugador de fútbol, creo que Roberto Perfumo al que le decían "el mariscal del área", me lo dijeron una vez que jugué bien y quedó. Nunca me molestó que me dijeran así. Langa se adelantó y nos pusimos a hablar, todavía seguían en el área contraria y el balón estaba allá bien lejos. Me dijo que mirara para atrás del arco, había cuatro chicas, reconocí a una, era Analía Galante que había sido compañera mía hasta quinto grado en la 75. Se dio cuenta que la miraba y me saludó con la mano. La saludé también; las amigas, que no estaban nada mal tampoco, se reían con ella. De repente Langa me empujó gritando: -¡Andá!
Rápido se había escapado uno del equipo contrario con la pelota. Langa corría para el arco pero estaba demasiado adelantado, nuestro rival se dio cuenta y no quiso desperdiciar la oportunidad. Pateó con todo, yo salté y el esférico se estrelló contra mi cara, el dolor fue terrible pero la número cinco quedó fuera luego de destrozarme la mejilla. Extrañamente, mi rival no se apuraba a sacar, como si hubiera necesitado constatar que yo estaba bien antes de seguir. Dos de sus compañeros vinieron para acompañarlo pero ya los nuestros habían bajado y recuperamos la pelota. -Mejor me quedo en el arco- dijo Langa.
La cara me seguía ardiendo por el pelotazo. Escupí y largué saliva con sangre, me había partido el labio. Otra vez el mismo pibe de la vez anterior, la verdad que era bastante rápido, venía solo y a los piques con la redonda, sin saber porqué entendí que esta vez no iba a patear de lejos, venía demasiado embalado. Abrí las piernas para pararlo pero avanzó por el costado derecho pasándome, lo seguí bien pegado, no podía sacarle la pelota pero él tampoco podía ir en dirección al arco. Le agarré la camiseta y seguía sin parar, me dio un par de codazos en las costillas pero igual no me le despegué. Cuando intentó patear ya no tenía ángulo y el balón fue afuera.
Agitado me acosté en el piso boca arriba tranquilo porque el esférico otra vez estaba lejos. Me dolía bastante el pecho, no sabía si por la corrida o por los golpes. Cerré los ojos y cuando los abrí vi a Analía al lado mío.
-¿Estás bien?- me preguntó con cara de preocupada. Asombrado me puse de pie rápido.
-Si. Estaba descansando un poco nada más.
-Ah. Me tengo que ir- dijo dándome un beso en la mejilla.
-Chau- balbuceé y me quedé como un tarado mientras la veía irse con ese pantalón de jean tan corto y tan apretado.
-¡Vienen tres!- gritó Langa. Estábamos solos. Dos venían por el medio y el de los codazos por la punta derecha. Otra vez intuí que se la iban a pasar a él, que él iba a patear al arco. Intenté tapar el pase o demorarlos un poco a ver si venía alguno a ayudarnos a defender pero no bajaba nadie, todos estaban lejos. A los toques me pasaron pero Langa estaba adelantado y recuperó el balón. Enseguida se lo quitaron y la pelota quedó en el centro del área. Hacía ella corrió mi contrincante y entonces Langa gritó: -¡Matalo!
Fui a la pierna y cayó rodando. Se levantó evidentemente dolorido.
-¡Penal!- gritaron y ninguno de nosotros objetó nada.
-Estuviste bien- me dijo Langa y fue hacia el arco, ese arco que parecía gigante, más grande que nunca. Tomó poca carrera. Fue un golazo. Por un lado pensé que mejor que no la atajara porque con ese puntinazo si la redonda le pegaba le iba a doler demasiado. El cielo se había puesto negro. Miré mi pierna, tenía un moretón terrible y un poco de sangre.
Me dolía pero al ver al otro rengueando comprendí que él había sido el más afectado por el choque. Langa pasó a delantero y a Pato, que todavía no había tocado el balón una sola vez, lo mandaron al arco. Comenzó a llover pero ninguno de lo integrantes de los dos equipos hizo el amague para irse. A los quince minutos comenzó a caer piedra y suspendimos el partido definitivamente. Tomé la pelota y cuando se la estaba llevando al dueño apareció mi rival, el de los codazos, el que recibió mi patada, el que nos hizo un gol, sin decirnos una palabra nos dimos un abrazo. Nunca supe su nombre ni creo que él vaya a saber el mío, nunca volví a verlo. Recordando todo esto comprendo ahora a la distancia que ese día y con ese abrazo entendí lo que realmente es el fútbol.
El Mariscal Roberto Perfumo
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