EL SAUCE DEL RÍO
Era un añoso sauce llorón. Estuvo allí desde siempre, como si su vida e historia hubieran comenzado con la creación del mundo y la división de las tierras y las aguas. Cerca del agua; su lugar era en el delta, en una isla del majestuoso y embravecido río Paraná. Así lo creyeron desde sus tatarabuelos y él, quienes pasaban la historia de generación en generación.
Siempre lució sano, esbelto y, con los años, cada vez más grande, con copa amplia lleno de ramas colgantes, con hojas lánguidas, mecido por el aire que traía el río.
Supo de los tiempos duros de trabajo y esfuerzo, soledad y aislamiento para levantar el rancho de adobe y pajas bravas, plantar y cuidar los frutales de la futura quinta.
También de los tiempos blandos y dulces de soliloquios y diálogos, cuando se sentaban bajo sus ramas, a la media sombra de sus largas hojas, confiándole proyectos, sentimientos, dudas y hasta amores rotos o imposibles. Escuchó muchas palabras y cobijó muchos deseos, albergó pájaros y mariposas, sufrió bandadas de langostas.
Fue refugio de todo. Ahora estaba al borde de un barranco, en la tierra carcomida por el río, sus raíces a la vista, seguían aferradas a ese suelo para no caer vencido por su peso y ser arrastrado por las aguas. Disfrutó siempre de tanta compañía y se preocupó mucho por su abuelo que había perdido el rancho en esa grande inundación que se llevó todo lo difícil de recuperar, por la prolongada sequía posterior, sin frutas para vender.
El viejo sufría su pena junto al sauce que nunca había llorado; pero sí derramado sus hojas en la corriente del río. Él, que había hecho todo, se sintió derrotado, sin pensar que los hijos y los nietos, criados y crecidos en la isla, con su mismo esfuerzo, continuarían la obra.
Ellos serían como el sauce, que reclinaba parte de su copa en la corriente; pero se mantenía aferrado al suelo con sus raíces como garras. Así harían ellos, como el sauce, que aún estaba allí desde siempre. Pero el abuelo no sabía hasta cuando.Sus ramas eran fuertes y de ellas brotaban hojas tiernas; pero el viejo ya estaba débil y había gastado su dureza. Se sentía seco por la pena. Una de las ramas, la más gruesa, fue de donde se colgó el abuelo porque no pudo seguir soportando la desgracia del río y la corriente y se dejó llevar por la tristeza de su cauce.
Era un añoso sauce llorón. Estuvo allí desde siempre, como si su vida e historia hubieran comenzado con la creación del mundo y la división de las tierras y las aguas. Cerca del agua; su lugar era en el delta, en una isla del majestuoso y embravecido río Paraná. Así lo creyeron desde sus tatarabuelos y él, quienes pasaban la historia de generación en generación.
Siempre lució sano, esbelto y, con los años, cada vez más grande, con copa amplia lleno de ramas colgantes, con hojas lánguidas, mecido por el aire que traía el río.
Supo de los tiempos duros de trabajo y esfuerzo, soledad y aislamiento para levantar el rancho de adobe y pajas bravas, plantar y cuidar los frutales de la futura quinta.
También de los tiempos blandos y dulces de soliloquios y diálogos, cuando se sentaban bajo sus ramas, a la media sombra de sus largas hojas, confiándole proyectos, sentimientos, dudas y hasta amores rotos o imposibles. Escuchó muchas palabras y cobijó muchos deseos, albergó pájaros y mariposas, sufrió bandadas de langostas.
Fue refugio de todo. Ahora estaba al borde de un barranco, en la tierra carcomida por el río, sus raíces a la vista, seguían aferradas a ese suelo para no caer vencido por su peso y ser arrastrado por las aguas. Disfrutó siempre de tanta compañía y se preocupó mucho por su abuelo que había perdido el rancho en esa grande inundación que se llevó todo lo difícil de recuperar, por la prolongada sequía posterior, sin frutas para vender.
El viejo sufría su pena junto al sauce que nunca había llorado; pero sí derramado sus hojas en la corriente del río. Él, que había hecho todo, se sintió derrotado, sin pensar que los hijos y los nietos, criados y crecidos en la isla, con su mismo esfuerzo, continuarían la obra.
Ellos serían como el sauce, que reclinaba parte de su copa en la corriente; pero se mantenía aferrado al suelo con sus raíces como garras. Así harían ellos, como el sauce, que aún estaba allí desde siempre. Pero el abuelo no sabía hasta cuando.Sus ramas eran fuertes y de ellas brotaban hojas tiernas; pero el viejo ya estaba débil y había gastado su dureza. Se sentía seco por la pena. Una de las ramas, la más gruesa, fue de donde se colgó el abuelo porque no pudo seguir soportando la desgracia del río y la corriente y se dejó llevar por la tristeza de su cauce.
1 comentario:
muy bueno tu relato, me hizo acordar a mi pueblo de la infancia
ramiro
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