EL PLACER QUE SE PERMITÍA
Cuando yo nací le faltaban tres meses para cumplir 66 años. En mis recuerdos más lejanos aparece ya como una viejita de cabello blanco, corto, sostenido por dos peinetas a ambos lados de la cabeza, siempre con medias negras y zapatillas, usaba anteojos, caminaba lentamente, sus labios eran muy finos y apenas sonreía.
Una de las cosas que más le gustaba era pararse duran te horas en la puerta de calle a charlar con los vecinos y enterarse de todos los movimientos del barrio.
Por las noches, una vez que habían cenado, se sentaba en la larga mesa con mi abuelo y jugaban varios partidos a las cartas (chin-chón y escoba de 15). Era casi un ritual, lo mismo que el otro: la visita diaria del quinielero, el cual sacaba un lápiz y un papel blanco y comenzaba a apuntar la larga lista de números que le cantaba Doña Carmen.
Recuerdo que cuando iba a hacer las compras llevaba la libreta y el comerciante anotaba, pero el pesito diario para el juego nunca le faltaba.
En las numerosas reuniones familiares, que eran una vez por semana,
Se armaba la lotería y a continuación de cada número que aparecía ella decía el significado (55 los gallegos, 48 el muerto que parla, 13 la yeta, etc.)Hoy comprendo que para ella el juego era una adicción, una necesidad. Nunca gozó de bienestar económico, se pasó gran parte de su vida pariendo hijos (tuvo 12) y vivió siempre en lugares muy estrechos con toda la familia apiñada, todo ello desembocó en una adicción que hoy creo, fue uno de los pocos placeres que hubo en su vida.
martes, 18 de agosto de 2009
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1 comentario:
muy bueno, cada vez escribis mejor, segui asi...
liliana
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