SIESTA A LA HORA DEL MATE
Estaban las dos sentadas en la mesa de la cocina, era de fórmica amarilla, las sillas de metal con sus asientos tapizados en cuerina de color lila. Sobre ella una carpeta simulando encaje y un recipiente con frutas de plástico.
Frente a frente, en la hora de la siesta Matilde ha invitado a Rosita a tomar unos mates. Tienen mucho para aclarar, piensa Martilde, y quince años esperando, es demasiado. El día será hoy y la tarde ésta. La pava sobre la mesa, la yerbera, el mate y un plato con bizcochitos de grasa, para acompañar. Serán los cómplices de sus confidencias.
¿A qué hora te llega el Reynaldo del trabajo?, pregunta Matilde. Como a las ocho y media, casi para comer, le contesta Rosita. ¿Por que me preguntás si lo sabés? Mirá, vos y yo tenemos muchas cosas de que conversar Rosita, y vos siempre me andás disparando. ¡Ché, vivimos al lado! cualquiera diría que no nos vemos nunca. Como vernos, todos los días. Decirnos lo que tenemos que decirnos... Nunca. Pero quedate tranquila Rosa, yo tengo muy masticado tantos años sabiendo más de lo que quisiera y dejando de ver lo que tengo frente a mis ojos ¿no te diste cuenta? ¿De qué me hablás Matilde? No te entiendo. ¡Ché! para artistas y teleteatros prendo la tele. Hablemos de lo nuestro, y lo nuestro es que yo hace más de diez años que me hago la tonta... y tu marido, con vos, padece de ceguera crónica, ¿sabés? así oí por cable, lo dijo un médico, cuando lo escuché, me dije, justito como el Reynaldo.
¿Para qué me hiciste venir Matilde? Te hice venir para decirte que sé que el Ruben es tu hijo y del Francisco. Reynaldo siempre estuvo en babia, si le decís vos Rosa que ayer diste una vuelta en un plato volador por Palermo, te cree el pajarón... ¿Cómo dudaría entonces de que el Ruben no es su hijo?... ¿Cómo pensás vos que pude aguantarme tanto? Matilde, vos tenés mucha imaginación... Te equivocás Rosita. Lo que tengo es buena vista y buen oído, y a eso sumale que muchas veces los seguí.
Pero el Francisco es mío y tenemos dos hijos juntos, ¿sabés?
¿Y qué querés qué hagamos?... dejemos todo como está Matilde. Si querés convenso al Reynaldo para que nos mudemos. Te prometo... No prometas nada Rosa. No te creería. Nada cambiaría, el Ruben y los míos son medio hermanos... Quería decirte Rosa que te odio. El Francisco ha sido mi único hombre y el padre de mis hijos. Por él me privé de todo. Lavé, planché para afuera. Sabía que no alcanzaba la guita porque se la gastaba con vos... ¿Tenés idea de cómo te odié? Matilde, estás alterada, somos más que vecinas, somos amigas también... ¡No me insultés desgraciada! Hoy fuí al médico. Tengo "la papa" confirmada. En el higado y ya no recuerdo donde más. No hay vuelta. Con éstos hospitales de mierda, con turnos tan largos...todo avanzó. Bueno, sos la primera a la que se lo digo. Sé que me queda poco, que te lo voy a dejar para vos solita. Tendrás cancha libre. Pensá, los dos para vos solita. Todos tuyos. Yo, calladita Rosa, ésto morirá entre nosotras. Eso si, yo voy a dejar una carta, no sabrás a quien, que se abrirá si no cumplís con el pacto que haremos. ¿Matilde... de veras estás tan mal?... Yo no me alegro, ché, lo mío es con el Reynaldo, no contra vos, no se si me entendés... ¿De qué pacto hablás? Yo no hago ninguno. La vida, lo que me quede, me da ésta revancha Rosa. No la disfrutaré ni la festejaré, pero que te quede claro, si la carta se abre, Reynaldo te mata y mata al Francisco. Tenelo por seguro. Si vos no cumplís. ¿Y cuál es Matilde? (los ojos de Rosa están muy abiertos y con una mano se tapa la boca, como para no gritar). Cuando yo me muera, creerán todos que me querías tanto, como una hermana. Y te harás cargo de mis hijos. Y cuidadito, cuidalos igual que a los tuyos. Si querés vivir.
¡Matilde no se si voy a poder! Perdoname...Yo... ¿Otro matecito, Rosita? Tenemos tiempo hasta que los chicos vengan del colegio. ¡Ah!, mañana invitalos a tomar la leche. Para que se vayan acostumbrando...¿viste?
Estaban las dos sentadas en la mesa de la cocina, era de fórmica amarilla, las sillas de metal con sus asientos tapizados en cuerina de color lila. Sobre ella una carpeta simulando encaje y un recipiente con frutas de plástico.
Frente a frente, en la hora de la siesta Matilde ha invitado a Rosita a tomar unos mates. Tienen mucho para aclarar, piensa Martilde, y quince años esperando, es demasiado. El día será hoy y la tarde ésta. La pava sobre la mesa, la yerbera, el mate y un plato con bizcochitos de grasa, para acompañar. Serán los cómplices de sus confidencias.
¿A qué hora te llega el Reynaldo del trabajo?, pregunta Matilde. Como a las ocho y media, casi para comer, le contesta Rosita. ¿Por que me preguntás si lo sabés? Mirá, vos y yo tenemos muchas cosas de que conversar Rosita, y vos siempre me andás disparando. ¡Ché, vivimos al lado! cualquiera diría que no nos vemos nunca. Como vernos, todos los días. Decirnos lo que tenemos que decirnos... Nunca. Pero quedate tranquila Rosa, yo tengo muy masticado tantos años sabiendo más de lo que quisiera y dejando de ver lo que tengo frente a mis ojos ¿no te diste cuenta? ¿De qué me hablás Matilde? No te entiendo. ¡Ché! para artistas y teleteatros prendo la tele. Hablemos de lo nuestro, y lo nuestro es que yo hace más de diez años que me hago la tonta... y tu marido, con vos, padece de ceguera crónica, ¿sabés? así oí por cable, lo dijo un médico, cuando lo escuché, me dije, justito como el Reynaldo.
¿Para qué me hiciste venir Matilde? Te hice venir para decirte que sé que el Ruben es tu hijo y del Francisco. Reynaldo siempre estuvo en babia, si le decís vos Rosa que ayer diste una vuelta en un plato volador por Palermo, te cree el pajarón... ¿Cómo dudaría entonces de que el Ruben no es su hijo?... ¿Cómo pensás vos que pude aguantarme tanto? Matilde, vos tenés mucha imaginación... Te equivocás Rosita. Lo que tengo es buena vista y buen oído, y a eso sumale que muchas veces los seguí.
Pero el Francisco es mío y tenemos dos hijos juntos, ¿sabés?
¿Y qué querés qué hagamos?... dejemos todo como está Matilde. Si querés convenso al Reynaldo para que nos mudemos. Te prometo... No prometas nada Rosa. No te creería. Nada cambiaría, el Ruben y los míos son medio hermanos... Quería decirte Rosa que te odio. El Francisco ha sido mi único hombre y el padre de mis hijos. Por él me privé de todo. Lavé, planché para afuera. Sabía que no alcanzaba la guita porque se la gastaba con vos... ¿Tenés idea de cómo te odié? Matilde, estás alterada, somos más que vecinas, somos amigas también... ¡No me insultés desgraciada! Hoy fuí al médico. Tengo "la papa" confirmada. En el higado y ya no recuerdo donde más. No hay vuelta. Con éstos hospitales de mierda, con turnos tan largos...todo avanzó. Bueno, sos la primera a la que se lo digo. Sé que me queda poco, que te lo voy a dejar para vos solita. Tendrás cancha libre. Pensá, los dos para vos solita. Todos tuyos. Yo, calladita Rosa, ésto morirá entre nosotras. Eso si, yo voy a dejar una carta, no sabrás a quien, que se abrirá si no cumplís con el pacto que haremos. ¿Matilde... de veras estás tan mal?... Yo no me alegro, ché, lo mío es con el Reynaldo, no contra vos, no se si me entendés... ¿De qué pacto hablás? Yo no hago ninguno. La vida, lo que me quede, me da ésta revancha Rosa. No la disfrutaré ni la festejaré, pero que te quede claro, si la carta se abre, Reynaldo te mata y mata al Francisco. Tenelo por seguro. Si vos no cumplís. ¿Y cuál es Matilde? (los ojos de Rosa están muy abiertos y con una mano se tapa la boca, como para no gritar). Cuando yo me muera, creerán todos que me querías tanto, como una hermana. Y te harás cargo de mis hijos. Y cuidadito, cuidalos igual que a los tuyos. Si querés vivir.
¡Matilde no se si voy a poder! Perdoname...Yo... ¿Otro matecito, Rosita? Tenemos tiempo hasta que los chicos vengan del colegio. ¡Ah!, mañana invitalos a tomar la leche. Para que se vayan acostumbrando...¿viste?
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