sábado, 22 de febrero de 2020

Hernán Sánchez


                                    Destino 
                                              Hernán Sánchez

Era el día. Él lo sabía desde que se levantó alrededor de las 3 de la madrugada y no pudo dormir más. Pensó en mezclar pastillas con alcohol, pero ya lo había intentado y luego de un lavaje de estomago, su plan había quedado inconcluso. Él sabía que era el día. No le importó pensar en su hija de 2 años, total no le podía pasar la cuota alimentaría a su ex mujer. Paseó por la cocina, miró los cuchillos, ninguno estaba afilado, igualmente  descartó la opción de cortarse las venas. Ya lo había intentado y también había fracasado. Pensaba que era tan imbecil que no podía ni matarse. Buscó el arma que tenía guardada, pero no la encontraba. Se puso como loco, revolvió la casa y nada de nada. Rompió el televisor de una patada y golpeó la puerta hasta hacer un agujero. Vació los placares y el arma no estaba en ningún lado. Entre los papeles de la cómoda miró algunas fotos de los tiempos felices, su hija, recién nacida, sonreía con ternura. Intentó no prestar atención, estaba decidido, era el momento y quería terminar con ese dolor, no se aguantaba más. Siguió buscando el arma, pero en su cabeza estaba presente la cara  de su hija. Proyectó su vida junto con ella, y se sintió un poco mejor, pero siguió empecinado en encontrar la 9 milímetros que había comprado para un día como ese.
Recordó que la tenía en el auto. La había usado para salir a robar y estaba en la guantera. Puteó. Quería quitarse la vida, la voz de su hija estaba presente constantemente en su cabeza. Pensó que era un mal padre, pero la risa de su hija merodeaba el ambiente. Cuando era chiquita había dormido algunas veces con él y miraba su cama y parecía recordar a su hija durmiendo. La vida era una mierda, pero con ella todo estaba mejor. Cuando veía a su hija, su vida, definitivamente, era mejor. Gritó, quería sacarse la cara de su nena de la cabeza. Estaba decidido. Era el día. Salió de su casa, buscó el auto, lo tenía enfrente. Cruzó, llegó y abrió la guantera, sacó el arma. Estaba cargada. Era el momento. A punto de salir del auto vio el chupete de su hija debajo del asiento y rompió en llanto. Entendió que era un cobarde si se mataba, entendió que su hija lo necesitaba y lo iba a necesitar siempre. Empezó a entender que su destino era amar a su hija, a ese bebe que tanta alegría le causaba. Entendió que la vida y la muerte siempre andan dando vueltas, pero que su hija era vida plena. Imaginó que caminaba con ella por la plaza, que iban al circo, que la llevaba a pasear, pensó en el primer día de jardín, en la escuela, hasta pensó en nietos. Por primera vez en mucho tiempo creyó que suicidarse era de cagón, que era una mierda. Creyó que su vida era más linda con su hija. Por primera vez tuvo miedo de morir, porque quería vivir para su ella.
Dejó el arma en la guantera. Agarró el chupete y se dispuso volver a su casa. Tenía que llamar a la mamá de su hija. Debía arreglar las cosas. Tenía que conseguir un trabajo, empezar a ver a su hija de nuevo. Sonrió después de mucho tiempo. Estaba cruzando la calle, su vida ya era otra. Su destino había cambiado. Estaba pensando en marcar el número de teléfono y escuchar la voz de su hija, que su ex mujer ponga al tubo a su nena y decirle unas palabras lindas. Ese era su pensamiento. Cruzaba por el medio de la calle cuando una camioneta lo embistió de lleno, su cuerpo voló por los aires y cayó sobre la vereda. El chupete siguió aferrado a su mano. Murió al instante.




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