Destino
Hernán Sánchez
Era
el día. Él lo sabía desde que se levantó alrededor de las 3 de la madrugada y
no pudo dormir más. Pensó en mezclar pastillas con alcohol, pero ya lo había
intentado y luego de un lavaje de estomago, su plan había quedado inconcluso.
Él sabía que era el día. No le importó pensar en su hija de 2 años, total no le
podía pasar la cuota alimentaría a su ex mujer. Paseó por la cocina, miró los
cuchillos, ninguno estaba afilado, igualmente
descartó la opción de cortarse las venas. Ya lo había intentado y
también había fracasado. Pensaba que era tan imbecil que no podía ni matarse. Buscó
el arma que tenía guardada, pero no la encontraba. Se puso como loco, revolvió
la casa y nada de nada. Rompió el televisor de una patada y golpeó la puerta
hasta hacer un agujero. Vació los placares y el arma no estaba en ningún lado.
Entre los papeles de la cómoda miró algunas fotos de los tiempos felices, su
hija, recién nacida, sonreía con ternura. Intentó no prestar atención, estaba
decidido, era el momento y quería terminar con ese dolor, no se aguantaba más.
Siguió buscando el arma, pero en su cabeza estaba presente la cara de su hija. Proyectó su vida junto con ella,
y se sintió un poco mejor, pero siguió empecinado en encontrar la 9 milímetros
que había comprado para un día como ese.
Recordó
que la tenía en el auto. La había usado para salir a robar y estaba en la
guantera. Puteó. Quería quitarse la vida, la voz de su hija estaba presente
constantemente en su cabeza. Pensó que era un mal padre, pero la risa de su
hija merodeaba el ambiente. Cuando era chiquita había dormido algunas veces con
él y miraba su cama y parecía recordar a su hija durmiendo. La vida era una
mierda, pero con ella todo estaba mejor. Cuando veía a su hija, su vida,
definitivamente, era mejor. Gritó, quería sacarse la cara de su nena de la cabeza.
Estaba decidido. Era el día. Salió de su casa, buscó el auto, lo tenía
enfrente. Cruzó, llegó y abrió la guantera, sacó el arma. Estaba cargada. Era
el momento. A punto de salir del auto vio el chupete de su hija debajo del
asiento y rompió en llanto. Entendió que era un cobarde si se mataba, entendió
que su hija lo necesitaba y lo iba a necesitar siempre. Empezó a entender que
su destino era amar a su hija, a ese bebe que tanta alegría le causaba.
Entendió que la vida y la muerte siempre andan dando vueltas, pero que su hija
era vida plena. Imaginó que caminaba con ella por la plaza, que iban al circo,
que la llevaba a pasear, pensó en el primer día de jardín, en la escuela, hasta
pensó en nietos. Por primera vez en mucho tiempo creyó que suicidarse era de
cagón, que era una mierda. Creyó que su vida era más linda con su hija. Por
primera vez tuvo miedo de morir, porque quería vivir para su ella.
Dejó
el arma en la guantera. Agarró el chupete y se dispuso volver a su casa. Tenía
que llamar a la mamá de su hija. Debía arreglar las cosas. Tenía que conseguir
un trabajo, empezar a ver a su hija de nuevo. Sonrió después de mucho tiempo.
Estaba cruzando la calle, su vida ya era otra. Su destino había cambiado.
Estaba pensando en marcar el número de teléfono y escuchar la voz de su hija,
que su ex mujer ponga al tubo a su nena y decirle unas palabras lindas. Ese era
su pensamiento. Cruzaba por el medio de la calle cuando una camioneta lo
embistió de lleno, su cuerpo voló por los aires y cayó sobre la vereda. El chupete
siguió aferrado a su mano. Murió al instante.
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